El Velero



Maite, una «granaína» de cuarenta y pocos conoció a Miguel en uno de esos típicos viajes fin de carrera en Palma de Mallorca. Miguel, un recién licenciado en químicas del centro peninsular de España rápidamente se quedó «prendado» de la belleza y simpatía de Maite.

En tan solo un año, y después de algunas extensas y acaloradas misivas, alguna escapada a Granada y mucho dinero gastado en llamadas telefónicas, decidieron casarse y vivir en Chelmsford, una agradable y recoleta ciudad de unos 100.000 habitantes al este de Inglaterra. Rápidamente llegaron Enelis que ahora tiene 8 años y Luís de 7. Ah! sin olvidar a «Perla», una simpática perrita maltés que ya ocupa un lugar destacado en el seno familiar.

El año pasado Miguel decidió que ya no podía demorar más su decisión: ¡iba a obtener su titulación náutica! Siempre le había gustado el mar, y recuerda con nostalgia los cálidos y tórridos veranos en Cabo de Gata con sus padres y hermanos disfrutando de unas clases de windsurf y vela ligera. La universidad, el traslado a Inglaterra y la falta de tiempo se habían interpuesto siempre en su firme decisión de navegar. Ahora ya tenía su titulación RYA y con algo más de tiempo libre, ya era hora de cumplir el sueño. Después de algunas prácticas en Canvey island con los instructores de la escuela y compañeros, ahora ya estaba preparado para acometer el gran paso y alquilar su primer velero como patrón.

A Maite le seducía la idea de poder navegar, y aunque no había asistido a la escuela náutica, compartió ejercicios en la carta náutica de Miguel, e incluso le ayudó a memorizar cada noche, de regreso a casa después del trabajo en la floristería familiar, la señalización y luces del R.I.P.A. (Reglamento Internacional para la Prevención Abordajes).

Disfrutar de vacaciones en velero era un pensamiento compartido por ambos, aunque Maite era de la opinión que quizás sería mejor hacerlo con un patrón los primeros días. Finalmente, y después de una animada sobremesa de sábado en casa de los Michelena, enrolaron en la aventura a sus amigos Sally y Alan. Los primeros días se limitarían a realizar cortos y breves viajes cerca del puerto base para poder ir ganando confianza.

El encanto de las islas

Alan y Sally eran unos enamorados de Lanzarote, donde ya habían viajado en innumerables ocasiones, pero nunca lo habían hecho por mar. Como tenían previsto ir en el mes de noviembre, decidieron que ese era el lugar ideal para sus próximas vacaciones náuticas; buen clima, viento asegurado, infraestructuras náuticas modernas y desarrolladas, y un paisaje volcánico y espectacular que a buen seguro iban a disfrutar a bordo del velero.

Sally tan solo tenía ciertas dudas por la edad de su hijo Dave con tan solo 2 años, pero todos coincidieron en que la edad no debería ser ningún impedimento para disfrutar de unas vacaciones en familia a bordo de un velero, manteniendo unas reglas mínimas de seguridad, y como comentó Alan, simplemente consistían en no dejar que Dave hiciera solo las guardias nocturnas, o que lo dejaran subir sin permiso previo al palo mayor… Todos rieron a carcajadas.

Pues allí estaban, recién llegados a Lanzarote desde el aeropuerto de Gatwick en su flamante velero de 40 pies, un Dehler muy bien cuidado con 3 camarotes dobles, dos baños, una preciosa cocina y una bañera en popa espléndida. Cada pareja se asignó su camarote doble, cediendo el de proa, algo mayor a Sally y Alan, ya que tenían que compartirlo con el pequeño Dave. El tercero, un camarote doble de popa-estribor,  sirvió para alojar a Enelis y Luís,  que estuvieron encantados de ocupar ellos solos aquella «habitación flotante» donde podían observar los otros barcos y el mar desde su ventana.

Alan después de ser recriminado, depositó su maleta rígida de 79 cm como más o menos pudo en el camarote, quedando la entrada casi sellada y algo complicada.

Miguel – Mira que te dije que no trajeseis maletas rígidas…son imposibles de estibar.

Posteriormente tomó a Camelot en brazos, un precioso «westy» de color blanco, de 2 años para pasearlo por el pantalán. Lo habían encerrado en el lavabo, ya que no paraba de gemir constantemente. Perla se había convertido en la auténtica obsesión de Camelot y cualquier intento de los humanos para convencerlo para que abandonase sus  instintos de macho canino, se hacían inútiles.

Sally – «vaya vacaciones nos van a dar», tendremos que estar pendientes de ellos constantemente y yo no soporto más esos agudos e interminables lamentos!

Maite – Ha sido una casualidad que esté en celo, pero es que además no son de la misma raza, saldría algo rarísimo…

Y así seguían barruntando mientras fueron al supermercado del puerto para abastecerse de una interminable Lista de comida y bebida que días antes habían confeccionado con tanto esmero. Llegada la noche se dirigieron a la Trattoria italiana que Ricardo, el responsable del check-in del barco les había recomendado. «Il commendatore» Se encontraba a escasos metros del barco y sirvió para relajares del viaje y poder degustar una excelente pizza antes de pasar su primera noche abordo.

Al día siguiente,

Miguel fue el primero en levantarse. Se apresuró a desplegar todo su «arsenal del conocimiento»: portátil con sus páginas marcadas como favoritas; windfinder, windguru y aemet. La carta en papel de la zona correspondiente al Número 1862 del almirantazgo inglés que había comprado por internet, compás de puntas, cuadrantal, regla, lápiz y un cuadernillo al estilo Cuaderno de Bitácora que él personalmente se había armado donde anotar todos los datos de navegación y todas las historias que iban a suceder a bordo.

Sabía que los barcos de alquiler están obligados, como cualquiera otra embarcación, a estar en posesión como mínimo de la carta de la zona en su mesa, pero aun así disfrutó las semanas previas descubriendo las batimétricas, los cabos, faros de Lanzarote, las distancias entre waypoints, y el resto de accidentes geográficos de la zona en la que ahora estaban a punto de recorrer navegando. Abrió su Iphone y comprobó cómo funcionaba correctamente la carta náutica del Imray. Le pareció fascinante tener una reproducción del plotter del barco en la palma de su mano, y el precio de apenas 10 libras lo dio como muy bien pagado, ya que a la postre se convertía en un fantástico Plotter de respeto.

Después del desayuno

Después de un prolijo desayuno en cubierta compartido por todos, se dispusieron a largar amarras. Miguel lo tenía todo estudiado y dio las correspondientes instrucciones a toda la tripulación. Mientras que Maite y Sally se ocuparían de las amarras de popa y proa respectivamente, Alan estaría pendiente con defensa en mano de que el velero saliese sin mayores complicaciones de su atraque en punta. La tripulación juvenil permanecería en la bañera de popa durante toda la maniobra con sus chalecos salvavidas.

A todo esto, Perla estaba en el primer peldaño de la escalera de cabina disfrutando de los rayos de sol que ya se filtraban entre el bimini y la capota antirociones , mirando sorprendida a su pretendiente Camelot que se encontraba ligado al palo del mástil. Había sido una decisión enérgica, y un tanto discutida por la crueldad, adoptada por Alan para evitar que pudiera acercarse a Perla, pero, por otro lado, esperando también que dejara de mascullar con sus lamentos amatorios, al no tenerla en su campo visual.


Habían decidido navegar hasta las Playas Papagayo a escasas millas del puerto de Marina Rubicón, ya que además de ser uno de los lugares más bonitos de Lanzarote serviría por su proximidad para ir tomando el pulso de manera paulatina al velero.

Decidió navegar primero unos minutos a motor para ir probando la embarcación y realizar una ciaboga en la zona más ancha de la lámina del puerto para de esta forma, comprobar la arrancada del barco, así como el efecto levógiro del paso de la hélice a la izquierda. Será mejor probar el efecto de la hélice y manejarse con el barco antes para cuando vuelva a puerto intentar realizar la maniobra de atraque de la forma más eficaz posible, pensó.

Una vez salvada la bocana por la popa, miró de reojo el anemómetro digital que se encontraba a su izquierda con el reto de instrumentos, y vio que indicaba unos escasos 5 nudos de viento aparente del noroeste por la aleta de babor.

Disfrutar de la calma

Miguel – ¡Vamos a izar la mayor, exclamó! Voy a aproar el barco al viento y tú Alan cuando dé la orden cazas la driza de la mayor, mientras tú Kate quiero que vayas observando como sube el patín por la relinga del gratil. Si detectas algún problema quiero que grites «stop» para abortar la maniobra, ¿entendido?

Una vez estuvo la vela mayor izada, el velero ganó un par de nudos al poder escorar unos grados. Miguel paró el motor y todos pudieron disfrutar de ese mágico momento que se produce cuando se paran los motores y tan solo se siente el ruido del casco cortando el mar. ¡He estado soñando este momento todas estas últimas semanas! exclamó Kate. Ya sabes – replicó Alan – el viaje se empieza a disfrutar justo cuando empiezas a prepararlo…

¿Vamos a sacar la Génova? Todos se volvieron atónitos hacia Enelis ante la sorpresa del conocimiento de una niña de su edad. De algo tenían que valer las clases previas que Miguel, con una «Guía «Glémans que había comprado, le había impartido semanas antes…

Miguel- Muy bien todos a sus puestos. Alan caza la escota de estribor y tú Sally, abre el stopper del enrrollador. ¡Génova al 100%! ya tenemos el motor del barco trabajando. El viento había arreciado y unos buenos 7 nudos impulsaron el velero con un ángulo de ataque al viento aparente de 45º por la amura de babor. Tenemos que hacer una virada por avante – exclamó Marc, mientras sujetaba con firmeza la rueda del timón. ¡Todos a sus puestos!, preparados, listos, ¡ohhhhhhh! un grito seco de Sally heló el alma al resto de la tripulación.

En medio de la maniobra de virada, la escota de babor encontró en su recorrido primero la cuerda que mantenía a Camelot amarrado firmemente al mástil, y posteriormente, con un nudo casi perfecto, lanzó hacia el cielo al pobre can que quedó colgando boca abajo de una de sus cuatro patas. Tras los momentos iniciales de lógica angustia y desconcierto, se optó por amollar lentamente las escotas del Génova y Camelot fue descendiendo poco a poco de su viaje espacial.

Fue necesario abrir varias cervezas «Alhambra especial» para que toda la tripulación se repusiese. Afortunadamente todo quedó en un mayúsculo susto, sin ningún tipo de consecuencia física para nuestra simpática mascota, aunque lo cierto es que Camelot no volvió a quejarse el resto de días que duró el viaje.


Comentarios

  1. Hombre , ya era hora!!!! Supongo que el relato es tuyo, me gusta mucho como instruyes al lector con los términos naúticos y de navegación en los que te mueves con "pez en el agua".
    Me encanta el desenlace. Pobre Camelot, el susto le quitó la ganas de seguir galanteando a su "Ginebra" perdón, Perla.

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