Huyendo por los tejados...
Al mismo tiempo, en las alturas, una gata rubia maúlla saltando por los tejados a la luz de la luna; abajo los cuchillos han dejado estelas de plata antes de caer sobre el asfalto.
La dama impenitente entra de nuevo en el local y sus caderas, ajenas al sufrimiento, avanzan de forma tormentosa al compás del jazz y de los suspiros. Sally, la gata, sigue maullando su canción particular.
Unas manos grandes salidas de la nada la agarran sorpresivamente por la cintura, atrayéndola con fuerza. Su fragilidad encalla contra el pecho masculino y se le enreda el aliento a ron barato en el cabello. Un saxo se desangra poco a poco y ella se deja llevar por los gemidos de la música. La cadencia de su cuerpo balanceante enardece al hombre, que la separa para mirarla a los ojos y a la boca. Hace tiempo que ella dejó de temer y le devuelve la mirada.
Después querrá compartir la cama.
La canción se desmadeja entre el humo del tabaco y el sudor. De pronto ella se detiene y, apartando al hombre con la mano, levanta la pierna y la coloca felinamente sobre una silla de madera, bajo la mirada hambrienta de los bebedores. Su muslo moreno realiza una maniobra de noventa grados, ella se inclina ligeramente y extrae suavemente una llave del liguero.
Miradas ensangrentadas se agolpan en ese punto de su muslo, donde la frontera entre la carne oculta y el liguero es una playa llena de muertos. Coloca suavemente el metal en las manos del hombre y éste desaparece entre el humo del tabaco.
Ahora la gata maúlla enloquecida y en el filo de los tejados un macho gris se acerca a olerla.
Ella bufa y le enseña los dientes.
Una mujer de labios rojos se desnuda despacio, dejando su ropa sobre un baúl.
Ángela
http://siguiendolospasosdebarro.blogspot.com.es/
Impresionante...
ResponderEliminar