La hija

 


Tras levitar por encima de mis posibilidades con “La hija”, estoy en condiciones de afirmar que, para mí, Manuel Martín Cuenca es el mejor cineasta de la historia del cine andaluz. No sólo por lo demostrado en sus primigenias “Malas temporadas” o “La flaqueza del bolchevique”, sino desde que se refundó a sí mismo e inició un periplo por Andalucía que ha marcado nuestro cine y a quienes lo amamos para siempre.

 

Comenzó dicha gira andaluza por “La mitad de Óscar” donde convirtió Almería en un personaje ineludible de la trama. Reflejó la gélida alma granadina en “Caníbal”. Supo captar la artificial esencia de Sevilla en “El autor”. Ahora nos ha llevado a la Cazorla jiennense con “La hija”, legándonos de paso su gran obra maestra y su cumbre de madurez como cineasta. Para mí, la película del año con permiso de “El buen patrón” de Fernando León de Aranoa.

 


Estamos en presencia de un thriller seco y agreste que, a partir de un cierto momento del metraje, torna a terror puro y duro, a cuento gótico que hiela la sangre del más indiferente. Estamos ante una provocación fílmica que nos habla de la maternidad, de los vientres de alquiler, de la desesperación, de la locura, del injusto trato que reciben los migrantes, de madres sin hijos y de hijos sin padres… Martín Cuenca retrata, tras la excusa del thriller, como si de un Asghar Farhadi andaluz se tratase, la parte oscura del ser humano, como ya lo hizo magistralmente con “La mitad de Óscar”, “Caníbal” o “El autor”. Su misantropía genera cine de alta dimensión en infinitos kilates, perturba y tensa como pocos. En determinados momentos de su proyección, he tenido que aferrarme a los brazos del sillón e incluso echarme hacia adelante en el patio de butacas para encontrar el aire que Martín Cuenca me había robado con su cinta, un golpe seco en el estómago que incomoda y fascina a partes iguales.

 


Una obra maestra indiscutible y automática que narra la historia de una pareja sin hijos, magistralmente interpretada por el gran Javier Gutiérrez y la siempre fantástica Patricia López Arnaiz, que deciden esconder en su casa a una menor de edad de pasado problemático embarazada de un migrante cumpliendo pena privativa de libertad (impactante personaje juvenil que se sostiene en una interpretación de Irene Virgüez apabullante). Entre el anfitrión y la invitada existen unos lazos de unión muy especiales y su esposa no acaba de sentirse integrada en una ecuación tan compleja. A partir de ahí, todo se complica conforme el metraje avanza.

 


Luego está la capacidad visual hipnótica que logra dotar a los planos de Martín Cuenca de una fuerza y una veracidad que hielan la sangre (el plano final de la película me acompañará de por vida) y ese sexto sentido de convertir los paisajes andaluces en un personaje más de sus historias filmadas. En este caso, además, mucho más por el sonido del bosque y del viento que por lo estrictamente visual, algo que ya ensayara igualmente en “La mitad de Óscar” con aquel levante perpetuo que azotaba el Cabo de Gata.

 


Con “La hija” gana la partida con unos planos cenitales de una fuerza narrativa que pocas veces he visto antes en toda mi vida, unos fueras de campo que te crispan los nervios y que no vas a olvidar jamás y con una distancia y frialdad en la forma de mostrar los personajes que ya es marca de la casa de un Manuel Martín Cuenca al que cada día adoro más, con convicción y devoción.


 © Sergio Berbel

 

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