'Manchester frente al Mar'
Los márgenes suelen ser lugares cómodos en los que establecerse: solitarios, tranquilos, anónimos.
Nadie puede saber de tu vida si no quieres.
Nadie tiene que recordar tu cara si no le das motivos.
Cuando alguien elige establecerse al margen de la vida, primero es por necesidad, aunque más tarde el olvido siempre sea un gustoso antídoto contra las decepciones.
Sin embargo, también es difícil mantenerse en esos márgenes.
La familia, los amigos, la pareja, los hijos siempre "pasan", por así decirlo. Dejan una huella que va más allá de una soledad autoimpuesta.
Y esa huella no tiene por qué ser buena o mala... simplemente es, existe, nos recuerda quién somos.
Lee Chandler rehuye todo tipo de vida social, tanto positiva como negativa: no hace caso a intentos de ligoteo, no le afecta ser gritado por un cliente.
Pasa por la vida como un fantasma, con el único objetivo de cumplir en lo suyo, no hacer demasiado ruido, y quizá lo más inquietante de su comportamiento sea esa sensación de que no le importa, de que podría almacenar toda la basura de Boston hasta ahogarse en ella.
Desde ese cómodo margen, le llega una llamada. Y empezamos a conocer esa huella suya llamada Manchester.
Su hermano ha muerto, dejando atrás a un hijo, y los lamentos de amigos o doctores que no sabían que lo suyo era algo anunciado.
Lee no llora, solo asiente y pregunta, aceptando la responsabilidad de ejercer de padre temporal para el adolescente, con una naturalidad para dejarse fuera de la ecuación que asusta.
En su cabeza se alternan recuerdos de épocas más felices, fragmentos de una vida pasada que apenas parece existir, confundiendo la presente, sacando a la luz sus dolorosas cicatrices.
Lo que el espectador no sabe, hasta determinado momento, es que Lee hace tiempo que aceptó su papel de sustituto.
Su vida como persona fuera de los márgenes acabó una noche muy concreta, bañada por la culpa, en la que vemos como intentó quedarse en segundo plano de un accidente que ojalá le estuviera sucediendo a otro. Cada maldito segundo pasó por encima de él, pero él ya no estaba: se convirtió en otra persona, en alguien que huyó de los demás para no verse reflejado en ellos.
Así se lo hace saber al abogado que le designa tutor de su sobrino Patrick: "esto no debería estar pasando... yo solo era un sustituto".
Claro que la vida hace sus planes, como siempre.
'Manchester frente al Mar' es la difícil curación de una herida que nunca parece cerrarse.
Las noches solitarias frente al televisor y la comida recalentada al microondas son los particulares símbolos de un silencio contra el que Lee y Patrick no saben cómo comportarse, estallando por tonterías, buscando el consuelo en otros lugares que no sean el hogar que de repente se han visto obligados a compartir.
Ambos entierran el dolor de la mejor manera que pueden, pero muchas veces es imposible quitarle esa importancia, ese halo con el que parece flotar encima de cada cosa, haciendo que nada vuelva a ser lo de antes: ahora hay que encajar la vida que se fue en la que se queda, por muy difícil que pueda ser.
Lee y Patrick apenas hablan entre ellos, se observan, no se soportan, se echan responsabilidades a la cara... y al final, es imposible no ver que ambos pagan su desconcierto con el otro, quizá por lo mucho que se ven reflejados, y lo poco que les gusta eso.
Quizás Lee, en otro tiempo, en otra vida, hubiera podido ser como su sobrino, sin preocuparse por tener que madurar cuando apenas estaba preparado para ello.
Quizás Patrick, en otro tiempo, en otra vida, no tendría que sufrir el recordatorio constante de que las cosas ya no serán iguales para ninguno de los dos.
Cada cual lidia con la culpa como puede, y pocas veces es hablando: es más fácil callar, más cómodo dejarse llevar, caer en el margen que tan fríamente suele acoger.
Patrick no va a ser el primero que tienda el puente. Pero Lee ya se ha pasado demasiado tiempo en el margen como para saber que no quiere lo mismo para su sobrino.
Probablemente será la única vez que Lee se atreva a no ser un sustituto, sino un padre de verdad. Y vale la pena acompañarle en su tragedia, aunque solo sea por ver cómo es capaz de juntar todo lo bueno que tiene, para que nadie tenga que sufrir lo malo.
Hay veces que un corazón siempre estará roto, y es humano no poder aguantarlo.
Aunque compartirlo pueda ser un correcto camino para curarlo.
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