Perfectos desconocidos
Álex de la Iglesia es un puro animal cinematográfico: rara
es la película suya que no destila un placer por hacer, y dar a ver, cine que
se contagia al espectador, como sucede con Brian de Palma o Tarantino.
Encerrarle a rodar una pieza teatral de esas que reúnen a un grupo de
personajes en un escenario único para que se canten las vergüenzas, haya sido
idea suya o una comisión, evoca la imagen, siguiendo con la métafora, de un
animal enjaulado en el proscenio: pese a la claustrofilia de sus bares y comunidades,
teatral no es la primera palabra que usaríamos para describir su estilo.
Es divertido imaginar a un Álex desatado recorriendo ansioso
su decorado de base como aquel oso polar en su casa-y-jardín del viejo zoo. Eso
pasa un poco al comienzo de la función (en este caso, sic) cuando va
introduciendo a los siete protagonistas y los va sentando para una cena de
amigos que podría ser la última: el nervioso montaje, los continuos movimientos
de cámara sugieren una cierta histeria, la de un artista de talante dionisiaco
enclaustrado. Se habla de que esa noche hay luna de sangre y todos se asoman a
la terraza para verla; siendo Álex de la Iglesia, uno se imagina, qué menos, un
aquelarre, o dos despeñamientos.
Pero no, este no es el Álex satánico y de Carabanchel. Al
contrario, la mitad de esta panda de amigos es de clase alta, otra novedad, lo
que no les impide cultivar todo tipo de miserias en sus relaciones personales:
ya se imaginan, ese tipo de revelaciones incesantes que son la esencia, la
carnaza, de un drama como este.
Y cuando empieza el juego de la verdad resultan
tan previsibles (ya lo sabemos: ninguna pareja resiste el «electro») que uno
sólo puede refugiarse en el sobresaliente elenco que bajo la batuta del
cineasta interpreta esta sinfonía de los errores. Sería injusto destacar a alguno
en esta ensemble piece, pero Eduard
Fernández y una afinada Belén Rueda hacen un dueto perfecto; y Ernesto Alterio,
demasiado huidizo, es un buen contrapunto a la dolida estolidez de Pepón Nieto.
Tan incisivo como complaciente, es el 'remake' de una
exitosa comedia italiana de Paolo Genovese
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