Como pez en el agua
Dos millones de espectadores en Italia avalan esta comedia que
juega con el chocante encuentro entre el mundo de las personas ricas y las
pobres.
La Roma del centro pija e intelectual y la periferia vulgar y zafia.
Al igual que ocurría en "Adivina quién viene a cenar
esta noche" Giovanni (Antonio
Albanese) descubre que su hija adolescente
Agnese (Alice Maselli) se ha enamorado completamente de Alessio (Simone
de Bianchi), la cosa irá a peor cuando conoce a la madre Monica (Paola
Cortellesi) ,a su familia y el barrio donde viven.
Como cualquier comedia italiana de este tipo, los personajes
están exagerados para que te rias de esas diferencias abismales, así vemos cómo
chocan la buena educación y el desorden, el susurro y el grito, la sonrisa
discreta y la risa desencajada. Todo ello funciona gracias a unos intérpretes
bastante buenos destacando sobre todo el carisma de Paola Cortellesi quien
absorbe casi todo el peso del film.
Con un buen ritmo y buenos gags el director veterano
Riccardo Milani lleva a buen puerto esta comedia sin muchas pretensiones, donde
podemos extraer como la diferencia cultural en los dos niveles y la dificultad
de integrarse puede llegar a salvarse conociéndose mejor, aceptándose como es
cada persona y los valores que puede aportar.
Milani ha hecho una película que, como algunos recientes
trabajos de Pif —La mafia sólo mata en verano (2013) y Amor a la siciliana
(2016)—, Gianni di Gregorio —Vacaciones de ferragosto (2008) y Gianni y las
mujeres (2011)— y Ficarra & Picone —La hora del cambio (2017)—, parece
tener plena conciencia de la gran tradición de la comedia crítica italiana. En
Como pez fuera del agua, el miembro (progresista) de un Think Tank que
desarrolla políticas sociales para la Unión Europea pondrá a prueba sus
convicciones ideológicas cuando su hija adolescente se enamore de un chico de
extrarradio, nacido en el seno de una familia singularmente desestructurada.
Cuesta poco imaginarse a Alberto Sordi en ese papel principal, del mismo modo
que es inevitable pensar en la gran composición que hubiese hecho Ugo Tognazzi
del padre (preso) del muchacho. La comparación no es desfavorecedora: he aquí,
pues, una comedia de rotundo éxito en taquilla, que no sólo se toma en serio a
todos y cada uno de sus personajes —no hay caricaturas de trazo grueso, sino
identidades (y razones)—, sino que sabe extraer una ficción compleja y no
necesariamente complaciente de una realidad social conflictiva donde
anti-europeísmo y conciencia social mantienen un pulso aparentemente
irresoluble.
Jordi Costa
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