La verdad (La vérité)
HIROKAZU KORE-EDA Y SU HOMENAJE
A LA BURGUESÍA PARISINA EN
'LA VERDAD'
INAUGURA EL FESTIVAL DE VENECIA
El arranque de la 'La verdad', la nueva película de Hirokazu
Kore-Eda (ganador de la Palma de Oro de Cannes con 'Un asunto de familia'),
podría verse como una rotunda declaración de intenciones. La cámara del
cineasta japonés filma el jardín interior de una imponente casa parisina, donde
una colorida arboleda impide la visión del exterior. Podría parecer que
Kore-eda busca cobijarse en su propio universo, convirtiendo ese jardín en una
extensión de los paisajes japoneses de sus anteriores películas.
Sin embargo, en cuanto vemos aparecer a Catherine Deneuve
interpretando a una venerada actriz de cine (una versión ficcionada de sí
misma), nos damos cuenta de que ese espacio interior no puede ocultar una
esencia francesa. Y es que nada es lo que parece en 'La verdad', una película
llena de espejismos y simulacros, una muy inspirada aproximación al modo en que
los seres humanos tendemos a construir nuestra realidad a partir de ilusiones,
anhelos, mentiras piadosas, una memoria selectiva y un conjunto de ficciones
penetrantes, siendo el cine una de las más poderosas y embriagantes.
Representaciones que, durante el curso de una vida, terminan dando forma a eso
que llamamos nuestra personalidad, nuestra verdad.
Desde 'Viaje a Sils Maria' de Olivier Assayas –otro film
sobre el mundo de las actrices–, ninguna otra película había concentrado una
avalancha tan desbordante de "reflejos", imágenes desdobladas. En un
plano general, vemos a Deneuve, a la derecha, ya mayor, sentada frente a su
tocador, mientra a la izquierda divisamos un póster con la imagen de Deneuve,
joven, en el póster de una película titulada 'The Belle of Paris' (una
referencia explícita a 'Bella de día' de Luis Buñuel). Luego, siguen varias
escenas en las que Deneuve acude a un rodaje y dialoga con otra actriz
(Ludivine Sagnier) que encarna su mismo personaje, pero de joven.
Dobles y más dobles. Por no hablar del modo en que esa
película-dentro-de-la-película (un drama materno-filial de ciencia ficción) se
refleja sobre la tensa relación que mantiene el personaje de Deneuve con su
hija, una guionista interpretada por Juliette Binoche. Los evidentes reflejos
que se crean entre la ficción y la ficción-dentro-de-la-ficción remiten a
'Opening Night' de John Cassavetes y, a diferencia de lo que ocurría en la
densa e teórica 'Viaje a Sils Maria', en 'La verdad' las ideas y emociones
transitan con bienvenida fluidez. Haciendo gala de su talento para crear una
cierta ilusión de ligereza, Kore-eda construye en 'La verdad' un resonante
teatro de la vida en el que comedia y drama conviven de manera armónica.
La nueva película de Kore-eda puede verse como un elogio a
la figura del actor. Sin embargo, a diferencia de 'Érase una vez en… Hollywood'
de Tarantino, aquí el contexto artístico-industrial (el universo del cine
francés) cuenta menos que la dimensión universal del ejercicio actoral. 'La
verdad' no puede evitar bromear con la imagen pública de Deneuve: su frialdad y
vanidad resplandecen humorísticamente cuando la diva sonríe ante la cámara de
juguete de su nieta, para luego regresar a su altivez característica, o cuando
atiende con desdén a un comentario sobre las iniciales repetidas de las
"grandes actrices" francesas (Anouk Aimée, Brigitte Bardot, Simone
Signoret… pero no Catherine Deneuve).
Sin embargo, estos chistes privados quedan a un lado cuando
el personaje defiende airadamente que, como actriz, "no tengo que decir la
verdad. Eso no es interesante". Una sentencia que halla un bello reflejo
en uno de los hilos más encantadores del relato, donde Deneuve convence a su
nieta de que, al igual que una bruja, "la abuela" es capaz de
convertirá a las personas en animales. En otro momento revelador, Deneuve
afirma que actuar es algo más que una imitación: "es una cuestión de
personalidad". Una lección que Kore-eda asimila y pone en práctica en ‘La
verdad’, sacando el mejor partido de cada uno de sus intérpretes, jugando a
placer con la impenetrabilidad de Deneuve, con la bonhomía natural de Ethan
Hawke (el yerno de la diva) y con la volatilidad anímica de Juliette Binoche.
En su salto desde el retrato de la vida marginal japonesa
hasta la realidad burguesa parisina, Kore-eda consigue mantener casi intacta la
fuerza expresiva de su cine naturalista, aunque aquí la puesta en escena parece
algo más encorsetada de lo habitual en él. En 'La verdad', la cámara está al
servicio de los actores y pocas veces se permite caer en el virtuosismo, aunque
cuando lo hace la película resplandece: un largo plano de la nuca Binoche
refleja una personalidad anulada por una madre insensible, mientras que la
imagen de Deneuve reflejada sobre una ventana y aureolada por unas difusas
luces exteriores expresa una cierta confusión existencial.
Finalmente, cabe apuntar que, pese al talante realista de la
película, 'La verdad' alcanza su cenit cinematográfico cuando propone un
atrevido diálogo con el aura fantástico-romántica del cine de Alfred Hitchcock.
A través de la figura de una joven actriz que emerge como la reencarnación de
una vieja actriz muerta (amiga de Deneuve, y una especie de madre adoptiva para
Binoche), 'La verdad' se hermana con la dimensión fantasmagórica de 'Rebecca',
mientras que, en uno de los momentos más inesperados del film, se recrea aquel
esplendoroso momento de 'Vértigo' en el que Kim Novak aparecía, "de entre
los muertos", vestida como la antigua (y fallecida) amante de James
Stewart. Que el llamativo guiño a Hitchcock no emborrone la delicada embestida
emocional de la escena de 'La verdad' demuestra el enorme talento de un
cineasta japonés capaz de homenajear, desde Francia, a uno de los grandes
maestros de Hollywood, nacido en Gran Bretaña. He aquí un palpable ejemplo de
la universalidad de la expresión fílmica.
MANU YAÑEZ
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