La muerte de Verónica
La primera vez que la vi, estaba ejecutando su número en aquel antro llamado “Deseos”.
El ambiente estaba cargado, flotaba en el aire humo de cigarro y puros, y olía a sudor rancio. Pero allí estaba ella, iluminada bajo los focos morados, vestida para matar.
En cuanto entré, sus ojos se desviaron hacia mí, supongo que destacaba por mi traje impecable y mi gabardina gris entre tanto hombre que contemplaba cómo movía su trasero, babeando.
Así que al acabar su baile erótico bajó del escenario por unas escaleras laterales hasta el lugar de la barra en el que yo tomaba mi whisky.
— No te conozco. Nunca has pisado por aquí antes.
El ambiente estaba cargado, flotaba en el aire humo de cigarro y puros, y olía a sudor rancio. Pero allí estaba ella, iluminada bajo los focos morados, vestida para matar.
En cuanto entré, sus ojos se desviaron hacia mí, supongo que destacaba por mi traje impecable y mi gabardina gris entre tanto hombre que contemplaba cómo movía su trasero, babeando.
Así que al acabar su baile erótico bajó del escenario por unas escaleras laterales hasta el lugar de la barra en el que yo tomaba mi whisky.
— No te conozco. Nunca has pisado por aquí antes.
¿Quién eres? – me inquirió.
— Señorita, aquí las preguntas las hago yo. Soy el detective Ernesto Gómez.
Ella se ruborizó, no estaba acostumbrada a que la llamaran señorita, pero el cariz formal de mis palabras no borró su sonrisa pícara.
— Has venido por la desaparición de Verónica, ¿verdad?
— Por su muerte, para ser más precisos.
Esta mañana ha aparecido su cuerpo, cosido a balazos en un callejón.
En su mano, asía fuertemente un broche en forma de flor con una esmeralda en el centro, manchado con su propia sangre, creemos que era su posesión más preciada, quizá la única con algo de valor.
— Eso es terrible – dijo ella clavando la mirada en mi vaso, y cambiando de tema comentó - Había oído que los policías no pueden beber en sus horas de trabajo.
— No estoy trabajando, es un asunto personal. Era la hermana de mi compañero.
— Cuanto lo siento.
Yo la conocía bien, lleva – hizo una pausa tras darse cuenta del error en el tiempo verbal elegido- llevaba bailando varios años en este local.
— ¿Puede contestarme a unas preguntas? Pero en un lugar más tranquilo, ¿podemos ir a su camerino?
— Claro, te contestaré a lo que quieras.
Ya en el camerino, pude observarla mejor.
Era hermosa, tenía el pelo rubio y rizado, y unas piernas largas y torneadas, decoradas con medias de rejilla.
Poco más llevaba, una especie de vestidito negro de gasa por el que se entreveían la forma de sus pechos y un minúsculo tanga.
Se sentó en su silla, frente al tocador, cruzó las piernas que acababan en unos tacones rojos imposibles y comenzó a hipnotizarme con el leve movimiento circular de la pierna que estaba encima.
Sí, debió hipnotizarme porque no atendí a ninguna de sus respuestas, que, por otra parte, no eran nada reveladoras, se limitaba a decir que no sabía nada.
Y seguía moviendo su pierna.
Como un bobo me dejé engatusar.
Y terminamos enredados en un viejo sofá de cuero que había en su camerino.
— No sé tu nombre — le dije de pronto.
— Puedes llamarme Marilín. Me gusta que me llamen así, por la actriz, ¿sabes?
Me puse los pantalones y la camisa y me fui de aquél lugar bochornoso, con la misma información con la que había llegado y aún algo aturdido por el desarrollo de los acontecimientos.
A la noche siguiente volví, esta vez con la cabeza más serena.
O eso pensaba, porque en cuanto me vio la rubia Marilín, me hizo un gesto con la mano, para que la siguiera, y como perro fiel, fui tras sus pasos, guiado por su olor, hasta el mismo sofá.
Y así durante una semana.
El octavo día me invitó a su casa y allí me dijo:
—Vámonos. Salgamos de aquí, de esta ciudad apestosa.
No quise contestar, me avergonzaba confesarle que mi vida estaba más llena de mugre que aquel lugar.
Ella vio en mis ojos que no me iría a ningún lado y mucho menos con una cabaretera, así que cogió la pistola que usó para matar a la bailarina que osó decir que era más guapa que ella, la pobre Verónica, y descargó todas sus balas sobre mi cuerpo.
En mi último instante de vida alcancé a ver, sobre la repisa de una ventana, un marco con una foto en la que se veía a mi bailarina preciosa, con el broche prendido en el vestido.
Había sido un imbécil.
El detective ya no le oyó decir, entre carcajadas,
—Tengo que hablarte de la muerte de Verónica…
Lucía Corujo
http://elartedequitarsombreros.blogspot.com/2010/03/la-muerte-de-veronica.html
— Señorita, aquí las preguntas las hago yo. Soy el detective Ernesto Gómez.
Ella se ruborizó, no estaba acostumbrada a que la llamaran señorita, pero el cariz formal de mis palabras no borró su sonrisa pícara.
— Has venido por la desaparición de Verónica, ¿verdad?
— Por su muerte, para ser más precisos.
Esta mañana ha aparecido su cuerpo, cosido a balazos en un callejón.
En su mano, asía fuertemente un broche en forma de flor con una esmeralda en el centro, manchado con su propia sangre, creemos que era su posesión más preciada, quizá la única con algo de valor.
— Eso es terrible – dijo ella clavando la mirada en mi vaso, y cambiando de tema comentó - Había oído que los policías no pueden beber en sus horas de trabajo.
— No estoy trabajando, es un asunto personal. Era la hermana de mi compañero.
— Cuanto lo siento.
Yo la conocía bien, lleva – hizo una pausa tras darse cuenta del error en el tiempo verbal elegido- llevaba bailando varios años en este local.
— ¿Puede contestarme a unas preguntas? Pero en un lugar más tranquilo, ¿podemos ir a su camerino?
— Claro, te contestaré a lo que quieras.
Ya en el camerino, pude observarla mejor.
Era hermosa, tenía el pelo rubio y rizado, y unas piernas largas y torneadas, decoradas con medias de rejilla.
Poco más llevaba, una especie de vestidito negro de gasa por el que se entreveían la forma de sus pechos y un minúsculo tanga.
Se sentó en su silla, frente al tocador, cruzó las piernas que acababan en unos tacones rojos imposibles y comenzó a hipnotizarme con el leve movimiento circular de la pierna que estaba encima.
Sí, debió hipnotizarme porque no atendí a ninguna de sus respuestas, que, por otra parte, no eran nada reveladoras, se limitaba a decir que no sabía nada.
Y seguía moviendo su pierna.
Como un bobo me dejé engatusar.
Y terminamos enredados en un viejo sofá de cuero que había en su camerino.
— No sé tu nombre — le dije de pronto.
— Puedes llamarme Marilín. Me gusta que me llamen así, por la actriz, ¿sabes?
Me puse los pantalones y la camisa y me fui de aquél lugar bochornoso, con la misma información con la que había llegado y aún algo aturdido por el desarrollo de los acontecimientos.
A la noche siguiente volví, esta vez con la cabeza más serena.
O eso pensaba, porque en cuanto me vio la rubia Marilín, me hizo un gesto con la mano, para que la siguiera, y como perro fiel, fui tras sus pasos, guiado por su olor, hasta el mismo sofá.
Y así durante una semana.
El octavo día me invitó a su casa y allí me dijo:
—Vámonos. Salgamos de aquí, de esta ciudad apestosa.
No quise contestar, me avergonzaba confesarle que mi vida estaba más llena de mugre que aquel lugar.
Ella vio en mis ojos que no me iría a ningún lado y mucho menos con una cabaretera, así que cogió la pistola que usó para matar a la bailarina que osó decir que era más guapa que ella, la pobre Verónica, y descargó todas sus balas sobre mi cuerpo.
En mi último instante de vida alcancé a ver, sobre la repisa de una ventana, un marco con una foto en la que se veía a mi bailarina preciosa, con el broche prendido en el vestido.
Había sido un imbécil.
El detective ya no le oyó decir, entre carcajadas,
—Tengo que hablarte de la muerte de Verónica…
Lucía Corujo
http://elartedequitarsombreros.blogspot.com/2010/03/la-muerte-de-veronica.html
No me opongo, ya que se dice que lo he escrito yo y hay una referencia a mi blog.
ResponderEliminarMe gusta la foto que has elegido.
Saludos
Gracias por tu colaboración en la expansión de este blog. La publicación, no podría ser de otra forma:
ResponderEliminarInformación de quien escribe y dónde se publicó el original.
La foto.....me gustó muchísimo, por eso la elegí, me congratula que lo compartas.
Saludos