Mauricio


El traductor vive en la casa corriente, en el cuarto izquierda. Pasa las horas en el despacho, una biblioteca de madera de nogal con mucha luz y muchos, muchísimos libros. Marina tiene prohibida la entrada, pero cuando aprendió a leer la curiosidad por el universo de letras en que se refugiaba su padre cada día desde las nueve en punto hasta la una, desde las tres a las siete, comenzó a crecer hasta ser más fuerte que la niña obediente y sensata que siguió refunfuñando y augurando desgracias siempre que se sentaba en el pretil de la ventana junto al escritorio, cada vez que él salía a hacer algún recado.
El traductor es un padre joven, a ella le recuerda a Gregory Peck en "Matar a un ruiseñor", también con ese aspecto un poco cansado como de tener demasiadas responsabilidades para su edad. Usa pantalones de pana y una chaqueta de lana verde botella con coderas casi todo el año y esconde el secreto entre los pliegues de la chaqueta, tras el bolsillo de la camisa, cerca de su piel.
Un jueves de mediados de febrero, cuando ya había vuelto la esperanza de los días largos y de otra primavera, cuando las sombras ya eran más cortas y más nítidas, Mauricio no quiso más. Se levantó como siempre a las siete y cuarto, se vistió meticulosamente, cogió el abrigo, las llaves, la billetera y, sin despedirse y montado en su bicicleta, se lanzó a las vías ante el regional RB603 de las siete cincuenta.
Sinuit.

Comentarios

  1. Me encanta la foto, Marina se habría encontrado muy a gusto...

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  2. Mucho mas si Mauricio hubiese tenido buena compañía.
    Lástima que tuviese tanta soledad acompañada.
    C'est la vie, que diría un inglés.....que estudiase el francés.
    Me gusta que te guste la foto.
    Besos,Sinuit

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