Vinilos
Entre el montón de enredos que dejaste en el garaje, encontré un disco de vinilo con una frase escrita en tinta verde.
Fue hace una semana. Estaba sentada en el suelo, con un par de cajas de madera a mi lado en las que pensaba ir guardando todo lo que tuviera algún valor.
Me refiero a valor sentimental, ya sabes.
Había preparado una bolsa de plástico grande, de las que usan las comunidades de vecinos o los restaurantes para echar la basura, porque sabía que iba a necesitarla, soy más de tirar que de guardar. No me equivoqué, estaba ya casi llena con facturas de artilugios que no recuerdo haber visto, manuales de instrucciones, programas de obras de teatro, folletos de publicidad, postales antiguas, convocatorias de reuniones de vecinos, menús de restaurantes, billetes de tren, décimos de lotería.
Alcé la vista y observé la última balda de la estantería. Allí había cosas que pesaban demasiado. Subí tres peldaños de la escalera metálica para alcanzar una maleta vieja. La bajé con cuidado, pesaba mucho.
Tú siempre te enfadabas, o fingías enfadarte, cuando me veías en esa escalera. Parece que busques lo que no tienes, mujer, me decías. Por qué no me llamas, a ver. Cualquier día te caes y tenemos un disgusto. Me mandabas bajar y alcanzabas lo que yo buscaba mientras seguías gruñendo por lo bajo. Era un juego, los dos lo sabíamos. Porque tú eras el torpe, el que menos fuerza tenía de los dos, el que se accidentaba. Yo la que resolvía los problemas domésticos y conectaba cables, usaba el taladro y desmontaba y volvía a montar cada vez que nos mudábamos de casa.La maleta de cuero era una de esas cosas incómodas que nunca habíamos usado, pero de las que éramos incapaces de desprendernos. No tenía ruedas, pesaba demasiado, era anticuada y cerraba mal, por eso la asegurábamos con una cuerda elástica. Debimos traerla de la casa de tus padres hace ya muchos años. La dejé en el suelo y pensé qué podíamos haber guardado ahí dentro. Me gustaba atar cabos, elucubrar y comprobar después mis aciertos. Tengo buena memoria, pero abrí la maleta sin ninguna idea de su contenido.Ví una buena colección de discos antiguos, longplay, les llamábamos. Creí que, al marchar del piso de Muntaner, se los habíamos regalado a un vecino que todavía conservaba un equipo antiguo. Nosotros ya no podíamos escucharlos. En cualquier caso, en la maleta no podían estar todos. Recuerdo que teníamos una colección importante, mis óperas, conciertos, la música que solíamos escuchar los domingos por la mañana a todo volumen. A ti te gustaba la música francesa, Brassens, Brel, Ferré. El club de la tristeza, los llamabas tú. Era imposible que durmieran ahí tantos vinilos. Probablemente nos habíamos resistido a darle algunos que tenían un significado especial.Sabía que mirarlos me haría daño, que recordaría canciones que habíamos cantado juntos, músicas que habían llenado el espacio compartido de nuestra vida.
Pero no pude resistirme al dolor, esa compañía cálida que me hacía sentirte todavía vivo y a mi lado.
Me senté en el suelo y saqué el primer disco.
Era de Joan Baez. No recordaba haberlo visto antes. Ni los de Janis Joplin, Sonny and Cher, Bob Dylan, Donovan, The Doors, Frank Zappa, Pink Floyd…
Esa no era la música que escuchábamos, quizá alguien te dejó esos discos para que los guardaras, o podía ser que los hubieras recogido de algún sitio.
Sí, eso debía ser.
Seguro que los viste al lado de algún contenedor y te pareció que no podías permitir que se perdieran, que era una lástima. Tú eras así, un nostálgico.
Cogí un disco de Paul Anka. Su rostro aniñado ocupaba casi toda la carátula.
En una esquina, con esa caligrafía inequívocamente americana, estaba escrito el título de una canción que había sido muy popular, “Diana”.
Y con tinta verde, una dedicatoria.
Para Miguel.
También un dibujo, un corazón verde que en otro momento me hubiera parecido ridículo y que ahora me nubló la vista.
Miguel eras tú, mi Miguel.
Quién te dio, te regaló, te envió esos discos.
Los saqué de sus fundas y los miré alterada, pero con una meticulosidad implacable.
En todos las mismas palabras, sin firma, aunque para mí ella ya era Diana.
Vacié la maleta pero no encontré nada más.Con una energía que creí haber perdido dos meses atrás, cuando la policía me comunicó tu accidente, seguí vaciando las estanterías del garaje. Todavía no he terminado.
Fuiste otro Miguel para alguien, o quizá eras el mismo.
Os reísteis juntos, hicisteis planes.
Estuviste a mi lado muchas veces sin pensar en mí.
Pero cuándo, durante cuánto tiempo.
Muy al principio, cuando todavía existían los discos de vinilo.
Cuando queríamos tener un niño.
Quizá encuentre más cosas aquí, lo revisaré todo, no tengo nada más importante que hacer.
Ahora sé que existe una vida escondida, horas que no pasamos juntos, palabras que nunca escuché, sueños que no compartimos.
Mientras los busque, estarás conmigo.
Benditos celos.
María Guilera
http://lakarcoma.blogspot.com/2010/04/vinilos.html
Fue hace una semana. Estaba sentada en el suelo, con un par de cajas de madera a mi lado en las que pensaba ir guardando todo lo que tuviera algún valor.
Me refiero a valor sentimental, ya sabes.
Había preparado una bolsa de plástico grande, de las que usan las comunidades de vecinos o los restaurantes para echar la basura, porque sabía que iba a necesitarla, soy más de tirar que de guardar. No me equivoqué, estaba ya casi llena con facturas de artilugios que no recuerdo haber visto, manuales de instrucciones, programas de obras de teatro, folletos de publicidad, postales antiguas, convocatorias de reuniones de vecinos, menús de restaurantes, billetes de tren, décimos de lotería.
Alcé la vista y observé la última balda de la estantería. Allí había cosas que pesaban demasiado. Subí tres peldaños de la escalera metálica para alcanzar una maleta vieja. La bajé con cuidado, pesaba mucho.
Tú siempre te enfadabas, o fingías enfadarte, cuando me veías en esa escalera. Parece que busques lo que no tienes, mujer, me decías. Por qué no me llamas, a ver. Cualquier día te caes y tenemos un disgusto. Me mandabas bajar y alcanzabas lo que yo buscaba mientras seguías gruñendo por lo bajo. Era un juego, los dos lo sabíamos. Porque tú eras el torpe, el que menos fuerza tenía de los dos, el que se accidentaba. Yo la que resolvía los problemas domésticos y conectaba cables, usaba el taladro y desmontaba y volvía a montar cada vez que nos mudábamos de casa.La maleta de cuero era una de esas cosas incómodas que nunca habíamos usado, pero de las que éramos incapaces de desprendernos. No tenía ruedas, pesaba demasiado, era anticuada y cerraba mal, por eso la asegurábamos con una cuerda elástica. Debimos traerla de la casa de tus padres hace ya muchos años. La dejé en el suelo y pensé qué podíamos haber guardado ahí dentro. Me gustaba atar cabos, elucubrar y comprobar después mis aciertos. Tengo buena memoria, pero abrí la maleta sin ninguna idea de su contenido.Ví una buena colección de discos antiguos, longplay, les llamábamos. Creí que, al marchar del piso de Muntaner, se los habíamos regalado a un vecino que todavía conservaba un equipo antiguo. Nosotros ya no podíamos escucharlos. En cualquier caso, en la maleta no podían estar todos. Recuerdo que teníamos una colección importante, mis óperas, conciertos, la música que solíamos escuchar los domingos por la mañana a todo volumen. A ti te gustaba la música francesa, Brassens, Brel, Ferré. El club de la tristeza, los llamabas tú. Era imposible que durmieran ahí tantos vinilos. Probablemente nos habíamos resistido a darle algunos que tenían un significado especial.Sabía que mirarlos me haría daño, que recordaría canciones que habíamos cantado juntos, músicas que habían llenado el espacio compartido de nuestra vida.
Pero no pude resistirme al dolor, esa compañía cálida que me hacía sentirte todavía vivo y a mi lado.
Me senté en el suelo y saqué el primer disco.
Era de Joan Baez. No recordaba haberlo visto antes. Ni los de Janis Joplin, Sonny and Cher, Bob Dylan, Donovan, The Doors, Frank Zappa, Pink Floyd…
Esa no era la música que escuchábamos, quizá alguien te dejó esos discos para que los guardaras, o podía ser que los hubieras recogido de algún sitio.
Sí, eso debía ser.
Seguro que los viste al lado de algún contenedor y te pareció que no podías permitir que se perdieran, que era una lástima. Tú eras así, un nostálgico.
Cogí un disco de Paul Anka. Su rostro aniñado ocupaba casi toda la carátula.
En una esquina, con esa caligrafía inequívocamente americana, estaba escrito el título de una canción que había sido muy popular, “Diana”.
Y con tinta verde, una dedicatoria.
Para Miguel.
También un dibujo, un corazón verde que en otro momento me hubiera parecido ridículo y que ahora me nubló la vista.
Miguel eras tú, mi Miguel.
Quién te dio, te regaló, te envió esos discos.
Los saqué de sus fundas y los miré alterada, pero con una meticulosidad implacable.
En todos las mismas palabras, sin firma, aunque para mí ella ya era Diana.
Vacié la maleta pero no encontré nada más.Con una energía que creí haber perdido dos meses atrás, cuando la policía me comunicó tu accidente, seguí vaciando las estanterías del garaje. Todavía no he terminado.
Fuiste otro Miguel para alguien, o quizá eras el mismo.
Os reísteis juntos, hicisteis planes.
Estuviste a mi lado muchas veces sin pensar en mí.
Pero cuándo, durante cuánto tiempo.
Muy al principio, cuando todavía existían los discos de vinilo.
Cuando queríamos tener un niño.
Quizá encuentre más cosas aquí, lo revisaré todo, no tengo nada más importante que hacer.
Ahora sé que existe una vida escondida, horas que no pasamos juntos, palabras que nunca escuché, sueños que no compartimos.
Mientras los busque, estarás conmigo.
Benditos celos.
María Guilera
http://lakarcoma.blogspot.com/2010/04/vinilos.html
Angel, el relato de VINILOS es de María GUILERA sin la A de "Aguilera", me encanta que te gusten nuestros relatos. Un abrazo
ResponderEliminarRectificando, que es gerundio. Gracias.
ResponderEliminarUn abrazo, suerte para el 20.04!
Jooo..es un relato magnífico, bien relatado, bien escrito, bien estructurado...y, sobre todo, lleno de sentimientos.
ResponderEliminarMe ha encantado !!!
Aunque...he empezado el día con un nudo en la garganta...
Besos, Ángel.
Amelia, comparto contigo las apreciaciones del relato. Un beso
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