No hables con extraños (The Stranger)

 

“No hables con extraños” es una estupenda serie inglesa de ocho episodios que está disponible en la plataforma Netflix. Y he confesado infinidad de veces mi admiración por las producciones británicas pues, en la mayoría de los casos, al menos a mí, no me defraudan. De tal forma que “No hables con extraños” se suma a la regla.

En el año 2015 el escritor Harlan Coben publicó “The Stranger”, una estremecedora novela de misterio que de inmediato contó con la aceptación de miles de lectores. Pues bien, el mismo Coben, junto a Daniel Brocklehurst, reconocido guionista inglés y ganador de diversos premios cinematográficos, decidieron adaptar la novela, convirtiéndose en los creadores de la serie.

 

Este par de truhanes, endiabladamente inteligentes, logran mantenernos absolutamente embobados desde el primer minuto del relato. Juegan con nosotros como el gato con el ratón. De sus prodigiosas chisteras emergen todo tipo de trucos y giros argumentales que nos impiden intuir siquiera lo que se nos avecina en la siguiente escena. En ese indescifrable laberinto nos veremos atrapados durante ocho delirantes capítulos hipnóticamente inmovilizados sin posibilidad de reacción. Cada vez que creemos tener el control de los acontecimientos, un nuevo golpe de timón nos devuelve a la realidad de nuestra impericia. La inextricable y espesa red que tejen sus creadores nos envuelve de tal manera que hace inútil cualquier intento de fuga. El guion es brillante, perversamente adictivo, un torrente narrativo de impredecible final que absorbe nuestra atención de manera permanente.

La trama discurre en un elegante barrio residencial de Cedarfield, una población de ficción situada en algún lugar del norte de Inglaterra. Todo parece indicar que la felicidad y la armonía reinan en esta distinguida comunidad de clase adinerada. Matrimonios bien avenidos, hijos ejemplares, vecinos educados y amables, escuelas en las que predomina la excelencia y un club deportivo de ensueño con verdes y cuidados campos deportivos. Hasta que...

 

Una fotografía nítida y luminosa, asombrosas tomas cenitales, movimientos de cámara de impecable ejecución y un numeroso elenco de excelentes actores que muestran su estupor, incertidumbre y miedo a través de inquietantes primeros planos, completan el paisaje de este caleidoscópico enredo.

Y cuando finalmente se aclaran las aguas y la niebla del misterio se disipa, no puedo contener un bobalicón “ah, claro”, expresión exculpatoria que evidencia mi incapacidad para anticiparme al desenlace. Vamos, más o menos como la interrogante que planteaba el huevo de Colón o el contundente remedio que desata el nudo gordiano. Ah, claro, una vez que el telón ya ha sido izado.

©Emilio Castelló






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