El Aleph reloaded 5.0


Una noche cualquiera de sábado me asomé al comedor sumido en las tinieblas del sueño y un reflejo titilante me atrajo con insospechada fuerza.
No era una esfera luminosa que compendiaba milagrosamente la inmensidad cósmica en su inabarcable totalidad, sino más bien el contenedor bidimensional donde habían ido a parar los desperdicios del universo, los despojos sin posibilidad de reciclaje, la materia decadente, casposa, retrógrada y cursi atrapada en un limbo catódico que se retroalimentaba sin descanso, desafiando las leyes eternas del tiempo y el espacio.
Apenas incliné la cabeza y sentí ya el fogonazo implacable de la avalancha audiovisual.
Vi un fakir tragando sables y vomitando llamas, vi la elección de Miss Sudadera Prieta patrocinada por la discoteca Hiperchomino de Guadalix, vi bailarines de claqué y percusionistas otomanos, vi pases de lencería y de peletería, vi imitadores de políticos, vi palmeros, transformistas, ventrílocuos; vi a Doña Rogelia y al cuervo Rockefeller, vi la grima y el esperpento; vi a un prestidigitador nórdico multiplicando palomas, vi al campeón del mundo de dominó y a la Tuna de Ingenieros de Caminos, vi cantantes de tangos en japonés, vi pelos engominados y cardados cubistas, vi ponchos andinos y relojes de nuevo rico, vi joyería arrogante y bisutería de rastrillo, vi danzas masai y media docena de vedettes turgentes con fruteros en la cabeza; vi a un vehemente reaccionario pidiendo la pena de muerte para los homosexuales y a un progresista melindroso llamando “discapacitado emocional” a un violador de bebés; vi a los niños de San Ildefonso, vi la coreografía de Macarena perpetrada por un grupo de turistas alemanes, vi trapecistas, vendedores de lotería, mimos, mariachis; vi un desfile de vestidos de novia, vi a Raffaella Carrá cantando en play back, vi al Dúo Dinámico, a Raphael; vi zapatos de plataforma y medallones de oro enredados en torsos velludos, vi las sienes plateadas de El Puma y el pezón fugitivo de Sabrina, vi a un limpiabotas de la plaza de Callao, vi una pareja de actores maduros en pijama contando chistes de viejos verdes, vi chirigotas de Cádiz, una conga brasileña, una soprano ciega y un tenor en silla de ruedas; vi adiestradores de caniches y susurradores de caballos, vi el coro lírico del parque de bomberos de Utrerilla del Monte, vi una niña con bata de cola y castañuelas, vi a una presentadora pija disfrazada de la sota de bastos, vi un striptease de despedida de soltero, vi a las chicas de la Cruz Roja en ropa interior, vi el sorteo amañado de un coche todoterreno, vi una cordillera de silicona y un concurso de dobles de Demis Roussos, vi el reflejo de mi rostro asombrado y atravesado por 365 líneas de alucinógeno magnetismo, pero no grité, porque eran las tantas y la ciudad dormía, unos en la cama y otros hipnotizados delante de sus alephs electrodomésticos,
igual que yo.

Jose Ignacio García Martín. El Ultimo Peatón.

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