Modelo 77

 


Alberto Rodríguez lleva demostrando desde que empezó en el cine que su talento para narrar historias es inconmensurable. La obra maestra absoluta que es “La isla mínima” u obras excelentes como “Grupo 7” o “El hombre de las mil caras” nos enseñan que, si algo consigue el realizador español, por encima de todo lo demás, es convertir casi cualquier narración en una lucha tremenda. Bajando al barro sin temor a ensuciarse para conseguir colocar el foco en el mejor lugar posible para explicarnos lo que le interesa. Dejando, eso sí, muchísimo espacio a sus personajes (y a los actores que les dan vida) para crecer durante el largometraje y conectarlos con el espectador.

 



En esta ocasión, Rodríguez vuelve a la cartelera española por la puerta grande el 23 de septiembre (una vez más y no será la última) con “Modelo 77”. Película que nos traslada, gracias a la portentosa forma de narrar de Alberto, a la emblemática cárcel barcelonesa de la Modelo. Situándonos en plena transición española y contándonos una historia inspirada en hechos reales.

 


Huelga decir que la transición, en España, supuso un periodo ultra convulso de multitud de cambios, luchas y reivindicaciones. Una época que consistió en la búsqueda de una nueva España que dejase atrás los horrores de la dictadura franquista que había anclado al país durante casi cuarenta años. Prácticamente todos los ámbitos estaban afectados por este proceso de cambio y los presos, aunque olvidados en muchas ocasiones, no eran menos. De todos es sabido que, por culpa de un código penal fascista, las cárceles estaban repletas de personas que no debían estar allí. O que estaban en unas condiciones casi infrahumanas. Y, justo aquí, y en este momento histórico, es donde arranca la película.

“Modelo 77” se sitúa en ese lugar, muchas veces olvidado, y nos cuenta una historia sobre un preso común llamado Manuel que, esperando una pena muy corta, se da cuenta que va a tener que cumplir muchísimos años a la sombra por culpa de un sistema que olvida, sistemáticamente, a sus encarcelados. Y que solo los recuerda cuando le conviene.

Por lo tanto, el personaje al que da vida un enorme Miguel Hernán (que está ante su mejor papel), va a tener que adaptarse a su nueva situación mientras lucha, al mismo tiempo, por cambiar el sistema desde dentro. Y nosotros, como espectadores, vamos a tener que adaptarnos con él mientras le seguimos en sus pequeños (pero muy importantes) pasos.

 


 

La cinta arranca con un ritmo elevadísimo y desde que nuestro protagonista cruza esas puertas y se cierran tras él, nosotros estamos allí encerrados también. La película es claustrofóbica y opresiva cuando lo requiere. Consiguiendo que empaticemos con el joven Manuel y su historia donde no van a faltar abusos, resignación y sublevación ante un sistema en caída libre.

Pero, al mismo tiempo, sabe separarse de ese clima opresivo para generar espacios casi intimistas donde Manuel se abra a algunos de sus compañeros y la cámara se cuele en esas celdas, con nosotros subidos en ella, para conocer las relaciones de lealtad que se establecen tras esos barrotes que te condenan a tener que confiar ciegamente en extraños, con lo que esto conlleva.

 


Javier Gutiérrez está fantástico y su personaje, tan críptico al inicio, pero muy rico en matices cuando se abre ante nosotros, es gran parte del alma de esta película. Jesús Carroza, que da vida a “el negro”, está excelso. Y aporta ese puntito cómico y de luz en un lugar donde hace mucho que se anda en tinieblas. Por último, tenemos a un Fernando Tejero absolutamente maravilloso, que vuelve a estar en su mejor nivel interpretativo, y demuestra que es capaz de manejarse en papeles dramáticos con total solvencia. Dar vida al “Marbella”, no es fácil. Y el veterano actor español consigue transformarse en él durante sus pequeñas (pero muy importantes) apariciones en la película. No me sorprenden todos los Goya recibidos.

 


En cualquier caso, como ya he dicho antes, creo que los personajes son el alma de la película. Y que por ellos es por donde como espectadores quedamos enganchados al relato. Pero, debo decir, que no es en el único punto donde anclarnos a esta historia.

El largometraje no deja de ser, obviamente, cine de denuncia. Y, como tal, funciona en muchas ocasiones. Esa lucha contra el sistema, ese pájaro de la libertad gritando desde cada celda y ese fuego de la revolución que arde contra un sistema corrupto hasta lo más bajo es gran parte de la victoria de este fantástico drama carcelario que te envuelve con él hasta el final haciendo que te coloques tú también tras las barricadas.

 



Es evidente que estamos ante una película dura, cruel y violenta. Pero es tan certera cuando quiere serlo y se siente tan honesta y realista en los momentos en los que coge a la justicia para quitarle la venda y mostrarnos su rostro que únicamente puedes caer rendido y aplaudir a Alberto Rodríguez por volver a lograrlo una vez más.

Quizá no sea la mejor película española del año. Hay muchísima competencia apretando fuerte.

Pero, desde luego, sí que es una de las grandes y mejores cintas que nos dará el cine español en este fantástico 2022. Sinceramente, id al cine a verla. No os defraudará.

 

© Quique Martín

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