La infiltrada
En un contexto donde los límites entre el deber y la supervivencia se disuelven, ‘La Infiltrada’ de Arantxa Echevarría nos recuerda que, en la vida, a veces las máscaras más difíciles de quitar son las que se colocan por obligación. Esta película no solo se adentra en la cruda realidad de la lucha antiterrorista, sino que explora la vida de quienes se ven atrapados en ella, navegando por un entramado emocional tan peligroso como el entorno que los rodea. En un mundo contemporáneo en el que la memoria histórica lucha por no desvanecerse, la obra de Echevarría arroja luz sobre los sacrificios silenciosos que muchos han hecho para desarticular el terror.
Arantxa Echevarría logra crear una atmósfera de tensión constante en la que la
vida de la protagonista, Aranzazu Berradre (interpretada con intensidad por
Carolina Yuste), está siempre al borde del abismo. El suspense no es solo
el motor narrativo, sino también una representación física de la fragilidad del
personaje, cuyo mayor desafío no es solo engañar a los terroristas, sino
también no perderse a sí misma en el proceso.
La trama, basada en hechos reales, sigue a una joven policía nacional que,
recién salida de la academia, es reclutada para infiltrarse en el Comando
Donosti de ETA. Durante ocho largos años, adopta una nueva identidad, se aleja
de su familia y se introduce en las entrañas de la banda terrorista, llegando a
convivir con algunos de sus líderes más sanguinarios.
La verdadera fuerza de ‘La Infiltrada’ reside en la convivencia de Aranzazu con
Kepa (Iñigo Gastesi) y Sergio (Diego Anido), dos etarras con los que comparte
un espacio donde cada mirada, cada gesto y cada palabra podría ser la clave
para su supervivencia. Los momentos de tensión, cuidadosamente
dosificados, alcanzan su punto álgido cuando la posibilidad de ser descubierta
se cierne sobre ella, obligándola a mantener una fachada inquebrantable
mientras su mundo interior se derrumba.
Uno de los aciertos de la dirección de Echevarría es su capacidad para retratar
la normalización del peligro, cómo los personajes, especialmente Aranzazu, se
adaptan a un entorno en el que la muerte parece siempre a la vuelta de la
esquina. La película evita caer en el sensacionalismo, presentando la violencia
de ETA no como un espectáculo, sino como un telón de fondo ante el cual se
desarrollan las tensiones personales y psicológicas de la protagonista.
El personaje de Aranzazu no solo debe enfrentarse al peligro físico, sino
también a las profundas implicaciones morales de su misión. La
interpretación de Carolina Yuste es conmovedora, no solo por la intensidad con
la que afronta las escenas de peligro, sino por su habilidad para mostrar las
grietas emocionales que la misión va abriendo en su personaje. En particular,
los momentos en los que Aranzazu debe convivir con los terroristas, fingiendo
empatía, son devastadores en su sutileza. La protagonista es testigo de
atrocidades, pero también de la humanidad, por distorsionada que esté, de
aquellos a quienes debe traicionar.
Por otro lado, el personaje de Ángel (Luis Tosar), el encargado de coordinar la
operación, es el único vínculo de Aranzazu con el exterior. La relación
entre ambos, marcada por la distancia física y emocional, refleja la soledad de
la protagonista, que se ve obligada a depender de un sistema que la utiliza
como peón en una partida mucho más grande. Este aislamiento contribuye a la
creciente sensación de claustrofobia que impregna la película.
La película avanza con una cadencia controlada, sin prisas por llegar a
momentos de acción desenfrenada. En cambio, opta por pequeñas explosiones de
suspense que mantienen al espectador siempre al borde, como en la escena del
control de la Guardia Civil, donde el descubrimiento del nombre real de la
protagonista podría haber puesto fin a su misión y a su vida. Cada
situación parece empujar a Aranzazu un paso más hacia el límite de lo
soportable, aumentando la tensión emocional y física hasta el punto de que
cualquier gesto mal calculado podría ser el último.
Uno de los temas subyacentes en la película es la posición de las mujeres
dentro de este contexto de violencia. Aranzazu es la única mujer en el centro
de la trama, pero su condición de mujer no es un factor de vulnerabilidad, sino
de fortaleza. A lo largo de la película, vemos cómo debe enfrentarse no solo a
los desafíos de la misión, sino también a las tensiones inherentes a un entorno
dominado por el machismo, donde las tareas domésticas y la condescendencia
patriarcal también forman parte del control que los etarras ejercen sobre
ella.
A pesar de su innegable mérito, la película no está exenta de críticas. Para
quienes no están familiarizados con el contexto histórico de ETA, el film puede
resultar algo confuso o falto de profundidad en algunos aspectos clave del
conflicto vasco. Echevarría elige centrarse en la experiencia íntima de la
protagonista, lo cual funciona a nivel emocional, pero deja algunas preguntas
abiertas sobre el contexto social y político en el que se desarrolla la
historia. En este sentido, algunos espectadores podrían encontrar la película
demasiado centrada en la psicología de la protagonista y menos en los aspectos
operativos de la lucha antiterrorista.
'La Infiltrada’ de Arantxa Echevarría es una obra que destaca por su retrato
íntimo de una mujer atrapada en una misión imposible, obligada a enfrentarse no
solo al peligro externo, sino también a las batallas internas que su doble vida
genera. Con actuaciones memorables y una dirección cuidadosa, la película
ofrece una visión desgarradora de lo que significa infiltrarse en un mundo
donde la línea entre la vida y la muerte es tan delgada como la identidad que
se debe mantener.
© Echedey Rueda
Comentarios
Publicar un comentario