Tarta de San Valentín, y algún recuerdo más.


Ayer, en la pescadería del supermercado, tras coger número y esperar a que llegara mi turno, me di cuenta de repente, entre las personas que se encontraban en la misma situación que yo, a Luis, un profesor que tuve en uno de mis años de instituto –quién lo diría, pues el año que viene, se cumplen veinte años en que comencé-. Nuestras miradas se cruzaron cuando le vi y asocié en menos de un segundo de quién se trataba; retiré la mirada, aunque creo que el sí supo quién era, después de tantos años. De repente, quizás por la música de fondo del establecimiento, –muy acorde con San Valentín- y porque muchos esperábamos que la dependienta pulsase el botón que cambia el número que aparece en la pantalla y, posteriormente dijera el número que se refleja en la misma, empecé a recordar cuando él fue mi profesor y algo que mucho tuvo que ver con la fecha de hoy.En aquellos años, Luis, que impartía clases de Contabilidad, era un hombre que se cuidaba bastante bien, aunque algunas veces se dejaba barba de dos días y esto le resultaba atrayente a muchas alumnas, excepto a Margarita y a mí. A principios de curso, al no conocer a nadie, iba sola desde casa hasta el instituto; conforme pasaban los días, se crearon varios grupos en clase y había una chica, Eva, que vivía cerca de mi casa y, como pasaba por ella, le pedí que, por favor, se llegara para recogerme e ir juntas. Así lo hicimos y, cada mañana, en nuestro caminar, pasaba por nuestro lado Luis con una moto que me dejaba sin palabras. Eva suspiraba por Luis y le dedicaba piropos mientras le veíamos desde la lejanía, y yo le decía que lo mejor era su moto, de marca Honda. Desde el principio, el profesor era muy creído, chulo y le gustaba hacer bromas para que se las riéramos y Margarita y yo no le hacíamos caso.A Margarita y a mí, quien nos gustaba era el profesor de Informática. Se llamaba Fernando. Este era muy alegre, simpático y bondadoso, aunque comprendiésemos que cuando tenía que dar un toque de atención si la clase estaba alborotada, lo hacía. En lo único que siempre me percaté es que un zapato lo llevaba roto; inclusive pensaba si se había dado cuenta y cuándo traería unos zapatos nuevos. Finalmente los trajo, aunque mucho hubo que esperar. En el descanso entre el final de una clase y el comienzo de la clase de Informática, Margarita y yo nos íbamos al baño para ponernos pintalabios, recuerdo que este era de un color natural, inclusive a veces añadíamos brillo labial.La clase estaba compuesta por chicas y chicos, pero la voz cantante de las chicas se llamaba Sandra, y era capaz de hacer cualquier cosa con tal de conseguir buenas notas.Un par de días antes de San Valentín, los profesores y la dirección del instituto, acordaron poner un buzón, hecho de cartón en el hall del instituto, para introducir cartas, no sin antes poner el nombre del destinatario. En los descansos entre clases y recreos, estaban repletas de alumnos las barandillas de las dos plantas del instituto, pues en ellas, se veía bien quién echaría una carta en el buzón. La reacción de los que contemplaban todo esto era silbar. Dichas cartas, serían repartidas el mismo catorce de febrero en el aula que correspondiera al destinatario.Sandra y las demás seguidoras de Luis, tuvieron la idea de escribirle una carta en la que cada una llevase pintalabios, estampase su beso en un folio escrito, y debajo de la señal de carmín, indicaba el nombre de la alumna de la que procedía. Una de ellas me llamó para que participara, y mi respuesta fue un no rotundo. No lo esperaba, insistió, pero no accedí.Días más tarde, cuando en el horario tocaba clase con Luis, agradeció a las chicas que le enviaron la carta, aunque bien se dio cuenta de que Margarita y yo, no habíamos contribuido. A partir de ahí pensaba que Luis me tenía manía, pues si antes obtenía notables en Contabilidad, a partir de lo ocurrido desde entonces, me ponía un cinco. Siempre pedía una revisión de examen y en una de ellas me dijo si no me daba vergüenza aprobar por los pelos. Por lo menos reconocía el error en la corrección y alcanzaba notas cercanas al siete. Todo esto fue lo que pensé hasta que él dijo “¡Yo!”, pues era su turno. Le observé brevemente y bien pudiera estar cercano a los cincuenta años de edad, algo más de barba y barriga (a comienzos de los años noventa estaba plano). Mientras era su turno, se acercaba a mí y se alejaba un poco, hasta que llegó mi turno y se marchó. Cuando la pescadera me atendió, fui en busca de la vitrina donde estaban los quesos y pude ver de reojo que pasó dos veces por mi lado. Qué pesado, pensé. Menos mal que no coincidimos en la caja porque hay dos situadas en diferentes lugares.Al terminar el chico de la caja en pasar todas las cosas por la cinta y yo estaba a punto de pagar la cuenta, me dijo:_¿Quiere una tarta con forma de corazón para el día de San Valentín?_ Entiendo que usted tenga que venderla, pero no creo en ese día.Que conste que respeto a los que lo celebren hoy y desde hace muchos años. Y además, ¿qué hago con una tarta si en casa tenemos dulces que a veces, de no comerlos todos, se ponen duros?
Tejedora de palabras
http://tejedoradepalabras.blogspot.com/2010/02/tarta-por-san-valentin-y-algun-recuerdo.html

Comentarios

  1. No me importa en absoluto que hayas puesto el texto en tu blog.
    Mucha suerte en esta andadura.
    Un abrazo.

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  2. Es un honor. Pásate por aquí cuantas veces lo desees. Eres siempre bienvenida.
    Un abrazo

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