Hace unos años, cuando aún había un poco de todo lo que la naturaleza nos ofrecía y, a disposición de todos... recuerdo una noche de luna llena en la que decidí ir a coger cangrejos de rió. Mis padres tenían por entonces una casa en medio de un monte perdido y allí había un gran río y este, con la corriente había creado en un recodo, un chortal idóneo para ¨cangrejear¨. Se estaba de maravilla, la luna se reflejaba en el agua y provocaba agarrarla... allí era tan fácil compartir con el firmamento. Aunque era verano, a esas horas de la madrugada, se percibía un frescor purificante, los mochuelos, los buhos, los animales bajando al rió a beber agua tranquilamente, inmejorablemente acompañada. Eché los reteles y a esperar. La oscuridad y los sonidos de la noche empezaron a excitarme, notaba cada milímetro de mi piel, mis músculos empezaban a tensarse, no sé si por el fresco que hacía o porque empecé a tener miedo, la inmensidad de la noche me estaba atrapando y me sentía diminuta, no, dimi...