Billions


La primera escena de la serie Billions no es apta para todas las edades. Paul Giamatti está atado de pies y manos en el suelo y con una mordaza en la boca. Solamente lleva ropa interior y una camisa azul desabrochada. Se escuchan pasos y aparecen unas botas de látex. “¿Necesitas que te castiguen, verdad?”, dice una voz femenina que aguanta un cigarro con la mano derecha. “Quizá te dejaré marcas”, avisa antes de apagarle el cigarrillo en el pecho. Y, a continuación, orina sobre la herida para curarle la herida.


Habían anunciado que Billions sería un drama sobre un multimillonario, habían publicitado un duelo de altura formado por Paul Giamatti y Damian Lewis (ganador de un Emmy por Homeland) y era uno de los proyectos de la temporada. Y, así de sopetón, se marcan una escena de introducción con dominación y vejación incluida para dejar claro que sí, esto es una serie de Showtime.


La llamativa escena de 'Billions'.
Esto es como cuando Carrie Mathison se lavó la entrepierna con un pañuelo en una de las primeras escenas de Homeland. ¿Era necesario? Probablemente no. Pero este canal conocido entre los seriéfilos por haber lanzado Dexter, Californication, Weeds, Nurse Jackie y compañía prefiere las presentaciones fuertes. Al fin y al cabo es de pago como HBO y esto significa que se puede permitir las licencias que quiera. Por si acaso esto no quedase claro, se percibe un desnudo frontal borroso de Lewis tirándose a la piscina (la cámara le enfoca desde debajo del agua). Y, otra vez por si acaso, sueltan unos cuantos “fucking” muy bien señalados, prácticamente con primerísimos primeros planos de los labios diciendo la palabra censurada en la televisión en abierto.


Esto no quiere decir que Billions sea mala, ni mucho menos. Rápidamente despierta la curiosidad con el personaje de Bobby Axelrod (Lewis), un multimillonario que fue el único superviviente de un fondo de inversión durante el 11 de septiembre, un supuesto ciudadano ejemplar que el fiscal del distrito Chuck Rhoades (Giamatti) sospecha que apesta a corrupción. Es una serie perfecta para los tiempos que corren: mientras las diferencias económicas se ensanchan y unos pocos dominan la economía mundial, nosotros nos conformamos con imaginarnos que les dan caza (mientras se compran casitas en la playa de ochenta millones).


Además, las tendencias masoquistas del protagonista le dan cierta complejidad al personaje de Giamatti, que se dedica a mostrar fortaleza en su vida pública y luego desea que le humillen tras cerrar la puerta. Es otra capa más del juego de poder entre Rhoades y Axe, y sus mujeres interpretadas por Maggie Siff (Sons of anarchy) y Malin Akerman (Watchmen). Pero esta necesidad de crear un impacto es el defecto recurrente de Showtime: no da tanto la impresión de aprovechar el medio para explicar las historias como quiere sino de buscar el punto retorcido y la escena polémica para llamar la atención y justificar estar en la televisión de pago.



Maggie Siff necesita más escenas.
Salvo contadas excepciones (Penny dreadful, que juega en otra liga) suele prevalecer la forma que el contenido cuando ya tienen un argumento suficientemente atractivo y esto tiene sus consecuencias en un Giamatti totalmente sobreactuado, excesivo como su escena de presentación (que podría haber aparecido en mitad del episodio y hubiera encajado mucho mejor). No es buena señal que como espectador rece para que Lewis y Siff y Lewis y Akerman tengan más escenas juntos en detrimento de Giamatti (la escena del matrimonio Axelrod educando a sus hijos no tiene desperdicio), pero por lo menos significa que hay potencial.

Y, de paso, los guionistas Brian Koppelman, David Levien y Andrew Ross Sorkin podrían aprovechar para darle algo más de dirección. Sí, resulta francamente entretenida de ver pero se echa en falta más agallas en su puesta en escena. Podría ser prácticamente un thriller económico y generar más tensión en todos y cada uno de los encuentros, pero parece quedarse en la superficie de aquello que tiene que ser una serie de Showtime (que es parecerse a una serie de HBO).
PERE SOLÀ GIMFERRER, 

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