El golf y su santa madre

 


Es el deporte más básico. Alguno dice el más antiguo. Yo creo que el más absurdo. Pero todos coincidimos en su poder adictivo. Meter una pequeña bola en un lejano agujero, menudo descubrimiento. Con el bastón de pastor como primer instrumento entretenían sus idas y sus venidas de devenir de rebaño por la campiña escocesa hace ahora los mil años. La habilidad consistía en que con los menos golpes que pudieras embocaras esa piedra bien rodeada de cuero en un agujero a lo lejos marcado con algún palo. Triunfó lo simple, venció lo primario, billones de golpes después podemos asegurarlo.

 


Me imagino un Mc algo retando bastón en mano a alguno de apellido Smith: “Te juego un par de cencerros a que te gano un hoyo”. Empates consecutivos alargaron aquel lance y cencerros cotizados extendieron aquel duelo hasta las 18 veces. Había nacido el primer campo. Con las ovejas dispersas, y ya al caer de la noche, la excitación del último golpe inyectó ese veneno de que fallas por muy poco y que podrías hacerlo. Liquidadas las apuestas, las ovejas en bandada impidieron la cerveza y condenó a los pastores a terminar su ardua tarea al alba. Uno con sonrisa y cencerros, el otro de mala gana.

 


Tal sería la excitación de una primera competencia que el reto se repitió doblándose las apuestas. Aumentó la participación y la sofisticación del campo. Aumentó la dificultad aumentando las distancias, interponiendo algún lago, pasando por bancos de arena, rodeando acantilados o sorteando los árboles. Pronto cobró todo sentido y surgieron unas primeras reglas. Y aún hoy es un rincón de St Andrews, no lejos de aquella escena en una esquina de Escocia, el que dicta protocolos, normas y pautas de todo. Hasta el tamaño de palos y la densidad de las bolas. Estando todo reglado después de infinitas situaciones queda claro que es un deporte basado en la precisión, en el rigor y en lo justo por ser lo mismo para todos. Aunque no todos sepamos aprovecharlo.

 


72 golpes por campo repartidos en 18 hoyos de diferentes tamaños. La longitud y el diseño marca el número de golpes que requiere cada hoyo. Unos, es la teoría, necesitarán tres golpes. Otros, la mayoría, se pueden hacer en cuatro. Quedan los que son más largos previstos para cinco impactos y si cumples el diseño lograrás el par del campo. Años de dedicación, horas robadas a todo para consolidar la práctica te garantizan muy poco. De los millones de yonquis de ver volar bolas blancas o desaparecer de su vista precipitándose al agujero, el 99% nunca hará ese resultado. Olvidarse de tus hijos, distanciarte de tu esposa, dejar tu negocio expuesto al albur de su mercado no conseguirán que de media bajes de 90 golpes. Eso con cierto talento, que como Dios no te haya facilitado cierta coordinación, los ciento y pico de golpes los tienes asegurados.

 


Por contra, los especialistas, niños cada vez más robots y también cada vez más niños, son ya más que capaces de hacer de forma constante increíbles resultados. Rompen leyes de la física mandando de un solo golpe bolas a trescientos medios con precisión milimétrica. Cada vez es más difícil ponerles retos que den una oportunidad al campo. Están alargando los hoyos, dejando crecer la hierba, haciendo los greenes más rápidos. Nada asusta ya a estas bestias que unen a un prodigioso control físico un increíble control mental. En el golf profesional llega el nivel de excelencia a unas cotas que un vulgar aficionado, por aficionado que sea, no puede ni imaginar.

 


Hoy la competición está más que organizada. Hay circuitos por el mundo que arrastran dinero y figuras, marcas, espectadores y audiencias televisivas. Sigue siendo uno de los deportes más practicados del globo, y sigue dando disgustos con cada golpe fallado, con cada casi la meto, con cada bola perdida. Es un negocio ingente que tiene su mejor escaparate con un torneo que va camino de cumplir su centenario: la Ryder Cup. Con formato bienal consigue enfrentar al mundo en un choque singular. Una selección de Europa contra los Estados Unidos. 12 apóstoles elegidos por cada bando siguiendo a su capitán, importante aún sin jugar. Se enfrentan tanto en parejas como en formato individual y de la elección y el criterio, del orden y las colleras, depende también la victoria y eso se hace notar.

 


La edición de este año, que acaba de terminar, recupera para los europeos el liderazgo español. Siguiendo a aquel Ballesteros tan polémico y rompedor Rahm se ha erigido en líder, referencia e inspiración. Les han dado una paliza en Roma a los americanos. Y nuestro Gladiator vasco ha sido protagonista. Una victoria tan clara, tanta determinación, han supuesto un espectáculo todo este fin de semana. Los centenares de miles que abarrotaban las gradas aun teniéndose que levantar a las cuatro de la mañana, con sus gritos, con sus ánimos dan color a este formato de corte nacionalista. Europa vs América es una contienda rara, no existe en otros deportes y en golf arrastra a las masas.

 


El golf es un mal bicho. Es felicidad y frustración. Es el despecho puro, es un me cago en D…. Es un duelo con el campo y con tu propio yo. Es un pulso, es un combate, es maravilloso y un horror. Es la cura de humildad más grande a cielo abierto. Es la constatación de la suerte y del poder de la energía. Es una lupa puesta que amplía lo que llevas dentro. Es tramposo o caballero. Es cabreo o satisfacción. Cualquiera que lo practique sabe a qué me refiero. Es raro como siendo lúdico, agradable en su performance, social las más de las veces puede volverse un monstruo que te devora por dentro. Menos mal que alguien inventó ese hoyo 19 para liquidar las cuentas. Esas cervezas pagadas con gusto las más de las veces que compensan la verdad de lo malísimo que eres.

© Juan José Cercadillo


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