Raistlin.


Volvemos a encontrarnos, Raistlin.
-Así es, mi Reina.
-¿Te inclinas ante mí, mago?
-Te rindo un último homenaje.
-También yo te saludo con respeto.
-Es un honor excesivo el que me concedes, Majestad.
-Al contrario. He observado tu juego con el más vivo placer y he constatado que respondías a cada uno de mis movimientos mediante otro igualmente certero. En más de una ocasión, has arriesgado todo lo que poseías a cambio de cobrar una sola pieza. Has demostrado ser un contrincante habilidoso, y la partida me ha aportado un inesperado entretenimiento. Pero ahora, digno rival, ha llegado la hora del jaque. Te queda en el tablero el rey, remedo de tu persona, y en el lado opuesto se alinean mis peones, mis tropas, investidas de su máximo poder. Aunque mis legiones te superan, me satisface tu actuación y he resuelto concederte una gracia.
>>Regresa junto a la sacerdotisa. Yace moribunda, sola, azotados su mente y su cuerpo por una tortura como las que nadie, sino yo, puede infligir. Vuelve a su lado, arrodíllate, tómala en tus brazos y estréchala entre ellos. El manto del olvido se desplegará sobre ambos, os cubrirá con tanta dulzura que, arropado en él, te abandonaras al vacío y hallarás descanso eterno.
-Mi señora...
-Niegas con la cabeza. ¿Rehúsas acaso?
-Takhisis, Gran Soberana, agradezco tan generoso ofrecimiento. Pero participo en este juego, como tú lo llamas, para ganar. Llegaré hasta el final, sea cual fuere.
-¡Uno muy cruel para ti, no lo dudes! Te he dado la oportunidad a la que te hacían acreedor tu sapiencia y osadía. ¿Te obstinas en despreciarla?
-Su Majestad es demasiado desprendida. No merezco tan delicada atención.
-¿Te burlas de mí, insensato? Adopta esa mueca, grotesca réplica de una sonrisa, mientras puedas, porque cuando cometas un desliz o incurras en un fallo por leve que este sea, me abalanzaré sobre ti. Hincaré las uñas en tu carne y, al sentir su contacto, mendigarás el alivio de la muerte. No lo obtendrás. Los días duran eones en mis dominios, Raistlin Majere, y no pasará uno solo en el que no a visitarte en tu mazmorra, la de tu propio pensamiento, para que sigas divirtiéndome como lo has hecho hasta ahora. Te atormentaré en materia y espíritu. Y seré tan despiadada, que al concluir cada sesión perecerás a causa de los insoportables dolores; sin embargo, no llegará la noche infinita, porque te devolveré a la vida en el instante del tránsito. No conciliaras el sueño, guardarás vela en anticipación de la próxima jornada. En cuanto claree, tras el intervalo de oscuridad que en nada ha de beneficiarte, será mi rostro lo primero que veas.
Advierto que palideces, mago. Tu frágil cuerpo se estremece, tus manos tiemblan y tus ojos se dilatan de miedo. ¡Póstrate ante mí y suplica el perdón!
-Mi Reina...
-¿Cómo? ¿Aún no te has arrodillado?
-Mi Reina, te toca a ti jugar.

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