La seducción de los objetos.


Adeo anima hominis quoesita máxime placere
Plinio

Esas plumas y esas pieles, esas perlas y esos corales, fruto de pescas y cacerías mortales nos dan todos esos suspiros ante su belleza. Y ni pensamos en las crueldades de donde proceden su suavidad y su belleza.

Y el mar azul de una alfombra de sedosos matices, minuciosas maravillas del arte japonés. Las miniaturas y estatuillas que desde el interior de sus vitrinas nos clavan sus miradas coloreadas e inmortales.

Y obras más altas cuelgan de las paredes que llenan de vida y hacen soñar, en la necesaria mezcla de Escuelas y el anacronismo igualatorio del Arte. Muertos y vivos, primitivos y contemporáneos; Velázquez, Murillo, Goya con Herbert Boeckl y Alexandre Konoldt, o Picasso y Dalí, por nombrar algunos de los más populares.

Y ella tiene la impresión de sentirse allí, no como un ser que contempla, sino como un objeto más. Entonces le surge un deseo de unirse más íntimamente a esos objetos cuya alma le parece ahora más cercana que la de sus congéneres. “No hay cosecha en la que no sangren las amapolas, como gotas de sangre humana que volviesen a florecer fuera de la tierra”. Es en ella en quien de verdad sangran los pesares. Pero no es todavía el declive y no concibe aún la grandeza de la renuncia… y se lamenta de no saber ya esperar, sin saber aún recordar.

Y afuera, en la calle, se ofrecen otros cuadros, más grises, más reales y más vivientes… la calle a la que se asoma está llena de trampas mortales, hombres con su botella de vino dentro de una bolsa de plástico, guantes con dedos y uñas guateados de nieve helada, bufandas raídas que lo mismo sirven para tapar un roto que un descosido, envuelven el aire y el humo lúgubre y lunático. Caminan juntas la madre y la madrastra, el padre afligido junto al desalmado que sólo engendra para más tarde dar muerte. ¿Acaso no es exactamente ese mundo heterogéneo la imagen de la Vida?

Y suspira ante tanta incongruencia…
Y no comprende los silencios que bajan del cielo…
Y parpadea alejando oscuridad
Y oye la sirena a lo lejos…
Y unas voces difusas que
Galopan hacia ella pidiendo espacio:

¡Por favor, apártense, dejen paso…!

Marián

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