despedidas


Se movía como por el salón de su casa.
Era alto, delgado aunque fornido. Se le notaban las horas de gimnasio.
Vestía muy desigual, no de esa marca, vestía en cada parte de su indumentaria un estilo distinto. Pantalón pitillo y camiseta surfera, con chaqueta de Boss, en fin, un Mix, que diría su amiga Juva, a la que, por cierto, hace tiempo le perdió la pista.
Estaba, Juva, muy arrimada a los movimientos antisistema, más que nada por lo que significaban en la actual situación de la cultura, ya que ella a contestataria no le ganó nunca nadie.
Bien, ese es otro tema.
A lo nuestro.
Esa parsimonia en el andar denotaba un control de la situación, no daba un paso sin haber previamente fijado el anterior como si de la pasarelas del Darro  se trataran las baldosas de la acera de la calle Reyes.
Se dirigía a Plaza Nueva, paso previo a su destino, el Albaicín bajo y en éste la casa de Pedro.
Tenía que contarle de viva voz lo que le había pasado.
Estaba en su casa, leyendo con la ventana abierta, por el calor.
Entre el murmullo de la gente que pasaba, vivía en un primero, pudo distinguir una conversación, discernir sobre si era o no era una discusión de pareja cuyo origen fue una mirada, no sabría cómo adjetivarla, que él le había dirigido a una viandante joven que componía un coro de mujeres despidiendo a una soltera, tan comunes hoy en Granada.
Ella le decía que no se merecía ese comportamiento tan machista con la dedicación en cuerpo y alma que a él le había regalado en los últimos 30 años. El insistía en que la mirada lo fue al conjunto y ni siquiera había percibido que aquella quien era objeto de la regañina iba como vino al mundo, pero más grande.
Ahora se alegró de que Juva y el no siguiesen viéndose en la Castañeda los jueves a mediodía para cultivar la amistad. Qué peligro!!!
En el fragor de la discusión no tuvo más remedio que mediar, ya que desde la perspectiva del balcón del primero se podía comprobar que no era una más del coro, que era una muñeca, hinchable, pero muñeca al fin y al cabo. Y que, efectivamente, llamaba la atención por lo desproporcionado de su tamaño.
Quedó satisfecho de aquella buena obra y de salvar un poco aquella pareja de más de 30 años, según ellos.
En Santa Ana lo pensó mejor, no era un tema como para que Pedro, que era  primo hermano del cuñado del Concejal de Turismo en sus ratos libres, interviniese y le pasara a la firma al Alcalde un Bando en el que se prohibiese la exhibición de forma pública de esas muñecas sin, por lo menos, las dos prendas de ropa interior, porque, y lo saben los que a ello se dedican, en el quitarse y dejarse quitar ambas también hay su  aquel…

(C) Angel Junio 2015

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