Matar al padre


Cuando Mozart compuso Réquiem dijo “me temo que estoy escribiendo un réquiem para mí mismo”, quizá por eso nos acompaña durante “Matar al padre”, como presagio de lo inevitable, de que lo que tememos es justamente lo que recibimos como respuesta a ese temor.


Esto es precisamente lo que le pasa a Jacobo Vidal (Gonzalo de Castro), protagonista de esta miniserie de cuatro capítulos, dirigida por Mar Coll, producida por Escándalo Films y distribuida por Movistar+. Cada capítulo corresponde a una época concreta de la historia reciente española, empezando con el boom económico de 1996 y acabando con la crisis en 2012, sirviendo para contextualizar la historia y utilizarlo de manera casi metafórica en la evolución del protagonista.
Lo primero que sabemos de Jacobo es que tiene una relación complicada con su padre, que se halla en estado terminal y al que considera responsable del mayor trauma sufrido en su vida, el asesinato por parte de su progenitor de su perro, un pastor alemán que éste mismo le regaló. A partir de aquí nos muestran a un hombre extremadamente neurótico, con trastorno obsesivo, controlador compulsivo, tóxico, que enrarece todo el ambiente que le rodea.


A medio camino entre la comedia y el drama conocemos a su familia. Tomás, un muchacho apocado, enfermizo e infantil, con el que Jacobo tiene una relación de acoso y dependencia. Valeria, el ojito derecho de papá, independiente y directa. E Isabel (Paulina García), su mujer, terapeuta incapaz de controlar los problemas internos familiares, siendo el contrapunto justo a su marido.
Y, aun así, casi comprendemos a Jacobo, a pesar de ser muy irritante. Donde creció, el ambiente donde vivió lo moldeó tal cual, llegando él mismo a creerse que es un buen padre y que no hay otra manera de educar que la suya. Y es eso lo que puede redimir en cierto modo a este padre imperfecto de manual, que vive con la convicción de que sólo intenta proteger a su familia de este mundo tan hostil como él mismo lo califica.



Convirtiendo su herencia familiar en la piedra que Sísifo empuja, presenciamos aterrados como Tomás hereda su miedo y Valeria su agresividad.
La serie es un esbozo bastante realista del clima creado por herencia familiar de agresividad y opresión. No es explícita ni morbosa, pero la atmósfera nos muestra que la violencia está presente en cada plano, sino es con un collarín, lo es con un embarazo de riesgo o un ojo morado.
Y es esa precisamente la gran pega que le encuentro, parecer un boceto en lugar de la obra terminada. Me hubiese gustado profundizar más en los traumas creados, en no pasar tan de puntillas con algunas cosas, el que la comedia no le gane tanto terreno al drama en algunos aspectos. Reconozco que es un tema muy delicado y que el humor puede ayudar a manejar la tensión en el espectador, pero personalmente hubiese incidido más en esto. Y esa tendencia al determinismo a lo largo de la historia es realmente triste.


Los episodios se desarrollan a un ritmo más que adecuado, tomándose el tiempo justo para que podamos conocer y comprender a los Vidal.
Fenomenal ambientación de la historia en Barcelona, intercalando diálogos en catalán y en castellano, no resultando ridícula como en otras tantas series que lo del idioma es tratado de manera tan poco rigurosa que es insultante para el espectador.
Recomendable como acercamiento al tema de traumas paternos-filiales, en la forma es muy divertida y en el fondo es una tragedia. Una narrativa bastante interesante la de esta directora.


Que a Mar Coll le interesan los asuntos familiares está claro. Con más metraje que una película, en Matar al Padre intenta profundizar, aunque el resultado final incluye un tanto de relleno y me da la sensación de que podría haber contado lo mismo en 90-120 minutos. También noto un pequeño bajón desde el primer capítulo al cuarto por la propia evolución de los personajes, que en algunas cosas resulta creíble y en otras no tanto. En todo caso creo que es muy recomendable verla porque su tesis principal, la de la influencia de los padres en los hijos en la vida adulta, creo que está bien reflejada. Desde luego, lo que está la serie es muy alejada del planteamiento moderno de series de capítulos intensos y gancho final, muy lejos.


Spoilers 

Lo principal a entender y que Coll nos plantea en el primer capítulo es que Jacinto es una víctima que se convierte en verdugo inconscientemente. Es la historia de la inmensa mayoría de las familias, pero en este caso con un toque más extremo. El padre de Jacinto, que también tendría sus razones para ser como fue, se nos pinta como un padre sin corazón alguno, sin empatía, capaz de matar a un perro sin razón aparente. Hacer algo así, quede claro, está a la altura de muy pocas personalidades... hablamos de un psicópata integrado o algún tipo de personalidad extrema similar. El resultado en Jacinto es claramente el de un adulto con personalidad límite, completamente desnortado y desubicado, con comportamientos obsesivos y una ansiedad exacerbada que termina derivando, inevitablemente, en una depresión profunda cuando las cosas no van bien. En esto último me hubiera gustado un guion algo más "normal", esto es... las cosas no le tienen por qué ir mal a Jacinto para trazar toda su personalidad y el guion intenta llevarle al extremo para dramatizar aún más. Lo único que no me cuadra de Jacinto, quizá, es lo borde que es con todo el mundo. Este tipo de personalidades límite machacadas por un padre hipertóxico suelen tener más bien una alta deseabilidad social. Aunque hay de todo, claro.




Jacinto es una víctima y lo refleja en la relación con sus hijos. Pero estos no tienen culpa de nada y, por tanto, para ellos Jacinto es un verdugo más en la cadena de porquería paternal que llega desde el abuelo. Son un eslabón más. De hecho, muy seguramente Valeria continuará la historia con su niño, siendo una madre tóxica. No lo puedes evitar si no lo ves. Los dos hijos muestran rasgos diferentes, bien visto por Coll, aunque en ambos casos disfuncionales: Tomás, que nunca se hace adulto, es un saco de ansiedad al que ni todas las terapias alternativas ni el éxito consiguen arreglar. En el capítulo 4, el mejor momento es cuando vemos a Jacinto, totalmente derrotado por la vida, yendo a casa de su hijo, pero Tomás sigue pendiente de conquistar el amor de su padre, nunca incondicional como le deja claro en el capítulo 1.


Nada, ni todos los Budas, santos, cremas y túnicas blancas van a ayudarle a encontrar la tranquilidad. Su terapia, sea la que sea, no ha funcionado porque no ha atacado el problema raíz. Bueno, seguramente Tomás hizo terapia de su padre, pero tan liviana que no ha servido para absolutamente nada: cambia ligeramente la conducta y se felicita por ello (momento en el que le pide a su padre que se tome la infusión), pero no se lo cree, por dentro sigue siendo exactamente el mismo que en 1996, 2004 y 2008. Valeria, por su parte, ha visto el machaque y ha reaccionado con ira. Si Tomás es el miedo, Valeria es la ira, pero una ira descontrolada e insana, totalmente disfuncional. A bote pronto podemos pensar que Valeria es más fuerte o que vive mejor que Tomás, pero es un espejismo: su disfuncionalidad está al mismo nivel, solo que tiene otra cara. Vive enfadada con el mundo y así es imposible ser feliz.


A todo esto, ¿qué pinta la madre? Creo que Coll no lo tiene claro y lo deja claro al retirarla de la escena, al quitarle todo el protagonismo de los dos primeros capítulos. Es sin duda el personaje más desdibujado y flojo. En el capítulo 2 parece un complemento tóxico al padre cuando le rasca la espalda a su hijo de 28 años, con quien parece tener una relación inadecuada, tanto como la del padre con el hijo. El caso es que desaparece un poco y no sabemos muy bien cuál es su papel posterior.



La serie va sobre el padre, pero no hubiera estado de más explotar un poco esa parte de toxicidad hacia Tomás.
Shapeley

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