Desierto sonoro



Tras las lecturas hechas, si recomiendo este libro es, obviamente, porque me ha gustado, y mucho. Pero eso nada dice del texto y en nada contribuye a que ustedes lo lean. En consecuencia, y negándome a llenar esta “reseña” de frases aplicables a cualquier novela de cierta calidad (argumentos de venta suelen poner los catálogos que nos llegan), intentaré, en la medida de mis posibilidades, explicarles por qué considero que leer Desierto sonoro es una buena opción.
Considero que hay que leer este libro porque el título incita a hacerlo. Porque nos provoca confusión, porque nos lleva de manera automática al desierto de Sonora, porque choca con el concepto de desierto generalmente asociado al silencio, porque es provocador, porque parece contradictorio y porque, pese a lo dicho, es un título que se corresponde con exactitud casi matemática al contenido del libro. Y es que los desiertos son muchos y no todos geográficos, y la vida está repleta de desiertos, y de sonidos y ecos.
Considero que hay que leerlo porque los elementos con los que se urde la historia son tan cercanos, tan conocidos, tan aparentemente inocuos como lo es nuestro transitar la vida. Luiselli nos presenta a dos adultos, él y ella, que son pareja; un coche expresamente comprado (de segunda mano) para el viaje que se inicia; dos niños, ella y él, que son hijos de cada adulto pero no de ambos. Nos presenta siete cajas, algunas vacías, otras llenas o en proceso. Nos presenta cintas de música y cuentos grabados (maravilloso el papel que cobra El señor de las moscas) y un enorme mapa del territorio que van a cruzar saliendo de Nueva York. Nos presenta dos proyectos de vida y tres miedos, muchos instrumentos de grabación y una polaroid. Y con estos mimbres y un amplísimo vocabulario del español con más hablantes y menos reconocimiento, nos cuenta una historia sin mayúsculas y con verdad.


Considero que hay que leer Desierto sonoro, porque con los ingredientes antedichos Luiselli fabrica un extraordinario combinado, un artefacto literario (novela, ¿por qué no?) que se yergue sobre cuatro partes, trece capítulos, siete cajas, veinticuatro fotos (la polaroid, ya saben), ciento cuarenta y tres subapartados con elegías incluidas y muchas, muchísimas vidas. Y el artefacto se sostiene, mantiene el ritmo, nos introduce en múltiples laberintos, nos acompaña y nos muestra, describe y explica tantas realidades que se convierte, porque lo es, en un mundo: el nuestro.
Y es que, en definitiva, Desierto sonoro merece ser leído porque Valeria Luiselli nos muestra, con precisión de relojera, los engranajes de parte del mundo que vivimos, obligándonos a realizar un viaje que no es solo desplazamiento espacial (ningún viaje lo es), sino salto temporal y reflexión individual (si se lee en solitario) sobre la vida propia y ajena, individual y colectiva, oficial y secreta. Porque nos regala múltiples espejos para pensar las relaciones de pareja y la manera en la que nacen, crecen y para sopesar la importancia de las lenguas maternas y la manera en que se acallan con la excusa de la normalidad o normatividad. Para meditar sobre el gravísimo problema de las personas (y particularmente de las niñas y niños) que migran hacia Estados Unidos en busca de un refugio que solo de manera excepcional consiguen. Para aceptar que conocemos los horrores de viajar en “La Bestia” y no hacemos nada. Para reconocer el plus de violencia que sufrimos como mujeres, en todo el mundo, y en todas las situaciones. Para mirar y mirarnos, reconocer la burocracia insaciable, la infancia sacrificada, las grietas abiertas entre lo urbano y lo rural. Espejo, espejos, para pensar y pensarnos.

El viaje, no uno concreto, sino el que de una manera u otra todas, todos, hacemos. El viaje de la vida se recoge en este Desierto sonoro que, por si fuera poco, la escritora narra en dos voces que actúan como cámaras, como puntos de vista, como enfoques que nos obligan a ver el panorama completo sin dejarnos opción para apartar la mirada. Y esos puntos de vista están justificados y agradecidos, porque la autora no se esconde, no imita, no juega con quien la lee sino que, muy al contrario, ofrece todas las herramientas para que la sepamos (muchas son, por eso, las citas y referencias de la novela).
(Y en cualquier caso…)
Ninguna lectura es obligatoria, ni debe serlo, a mi juicio. Todo lo dicho puede suprimirse porque para gustos colores y etcétera. Por mi parte, si la vida me lo permite, les aseguro que volveré a leer Desierto sonoro porque nada me hace tan feliz como el asombro que me cuestiona y me empuja.
Gracias a la autora por el texto y a la editorial por su apuesta.
Gracias a la vida, que me ha dejado leerlo.
Izaskun Legarza Negrín, 

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