El silencio del pantano

 

  Fango en la Albufera

En la eterna duda entre las películas impecables pero un tanto frías, a las que nada se les puede reprochar pero que están compuestas con cierto encogimiento y exceso de control, y las películas rabiosas pero desbocadas, imperfectas e incluso extravagantes, aunque valientes e impetuosas, este crítico se queda con la segunda categoría. Sobre todo, cuando se trata de una ópera prima. Si no se lanza uno al vacío con su primera obra, ¿cuándo lo va a hacer? El silencio del pantano, debut del experimentado realizador de series de televisión Marc Vigil, es uno de esos desiguales arrebatos.








El periodista y escritor valenciano Juanjo Braulio publicó en el año 2015 la novela homónima en la que se basa, con las cloacas de la corrupción política en su comunidad como eje de un relato asentado, cómo no, en la codicia. Eso sí, se nota que el guion de los también noveles en cine Sara Antuña y Carlos de Pando, aunque con mucho oficio en la televisión, ha removido la novela para acabar articulando una extraña fusión entre una intriga comercial estadounidense y un thriller social español. Por un lado, hay una muy discutible trama metalingüística, con la que se juega en el desenlace, acerca de un exitoso escritor de novela criminal, en realidad asesino que cuenta en sus ficciones sus propios asesinatos. Por otro, un vigoroso retrato de las corruptelas generalizadas, del fango en una sociedad a la deriva o directamente muerta: de la consejera de la comunidad (en realidad es la Subdelagada del Gobierno en Valencia, al parecer para hacer la crítica no ha visto la película completa. Nota del bloguero), hasta la policía, pasando por el funcionario de bajo nivel, reivindicativo, gris y adulterado, que hace favores ilegales a cambio de unas buenas vacaciones, mientras va a trabajar cada día con una camiseta con la leyenda “dignidad para el funcionariado”.




En realidad, es la mezcla de ambas tramas la que no acaba de casar, junto al cuestionable final abierto de la película. Pero, a cambio, desde la vehemente banda sonora de Zeltia Montes, Vigil logra un thriller vibrante de estupenda puesta en escena (travellings calmados, instantes cargados de furia violenta y elegante), que además se atreve con un tema apasionante en una de sus tramas colaterales: el blanqueo de dinero a través de pequeños negocios de nula rentabilidad, en los que nadie se fija.



                                                                                                                            Javier Ocaña (EL País)

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