Cinco lobitos


 


Como escribiera el maestro Lapido, “el rumor se ha confirmado”. “Cinco lobitos”, la ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa es la película del año, sin la menor duda, y quizás vaya mucho más allá. Una obra maestra incontestable, un clásico instantáneo, una joya de visión obligatoria para todo ser humano que se precie de serlo.

Llegas al cine engañado hasta cierto punto, porque te han dicho que vas a ver una inmensa película desmitificadora de lo que supone la maternidad para una mujer Y es cierto, bien cierto. Pero eso es contar tan sólo la mitad de su genialidad: su otro 50 % es narrar con toda crudeza que puede llegar a ser aún más duro ser hija que ser madre, porque el drama insostenible que atenaza la vida de Amaia, su joven protagonista vasca, viene más motivado por ser la hija de sus padres que por ser la madre de su hija recién nacida. Y entonces entiendes que estás ante la película definitiva para contarte que esta vida es un asco y que no da nada de lo que te prometieron, sino todo lo contrario.

Porque el drama de Amaia, interpretada simplemente por la mejor actriz viva sobre la faz de la Tierra que responde al nombre terrenal de Laia Costa (y a quien crea que exagero que vea “Victoria” de Sebastian Schipper, “Newness” de Drake Doremus y esta cinta), es una joven de 35 años a la que nadie le había contado la dureza, tanto en el aspecto físico como en el psicológico, de ser madre. Cuando Ione nace, entonces comprende lo que es el dolor en cada parte de su cuerpo, el no poder dormir, la revolución hormonal y sentimental que ello conlleva, el distanciamiento de su pareja porque es difícil que el amor sobreviva a todo lo que ocurre…

… pero eso es casi lo de menos, porque lo peor es que, intentando ayudar, sus padres aparecen en su piso y tiene que convivir con ellos. Unos padres de buenas intenciones y terribles resultados, que no se soportan entre ellos desde hace una vida y que transmiten ese mal rollo de matrimonio asqueado a cada rincón de esa casa, que ordenan más que aconsejan, que disponen como les viene en gana, que se pelean delante de su hija, delante de su yerno, delante de su nieta, delante de todo el mundo. Dejan de ser una ayuda para convertirse en la más pesada carga que tiene que sobrellevar Amaia, que bastante tenía con una bebé llorando día y noche.

Pero lo peor está por venir, porque conforme su propia relación se deteriora, ya no puede trabajar, su carrera profesional se arruina, ya no puede hacer nada en la vida y Amaia decide irse con su hija recién nacida al pintoresco y remoto pueblo pesquero de Euskadi en el que viven sus padres. Y allí descubrirá que es aún más difícil ser hija cuando los padres envejecen y empiezan a tener que ser más cuidados que cuidadores, más ayudados que ayudantes.

El guion de la propia Alauda Ruiz de Azúa es tan perfecto, es tan absoluto, es tan preciso, es tan mágico, es tan redondo, es tan crudo, es tan real, es tan hiriente y a la par tan acogedor, que pasa por ser uno de los mejores que se hayan escrito en los últimos años. Si a semejante texto se le une una dirección soberbia y perfecta de la propia cineasta y un elenco actoral de primera línea en sus mejores interpretaciones, entonces es que estamos en presencia de un templo fílmico que hay que contemplar de rodillas.

Insisto, lo de Laia Costa está ya fuera de todas las dimensiones humanas. No conozco ninguna otra actriz en activo que pueda igualar lo que hace ella ante la cámara. No existen palabras humanas para definir su trabajo. Pero su madre es interpretada por una portentosa Susi Sánchez en la mejor interpretación de su carrera (lo cual ya es mucho decir). Y ambas secundadas por un afortunadamente habitual Ramón Barea como el padre, igualmente dando lo mejor de sí mismo.

La música de Aránzazu Calleja es igualmente certera y perfecta. La dirección de fotografía de Jon D. Domínguez insuperable. ¿Qué no funciona en esta obra maestra inmortal? Por eso es perfecta.
Sergio Berbel

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