¿ Solo uno ?


Él se llama asimismo monstruo y si te fijas bien entenderás el porqué. Yo llevo tiempo haciéndolo y cada vez estoy más segura de que la aberración forma parte de su alma. Nos conocimos en su infancia gracias a esa cualidad innata con la que la naturaleza le creó y condenó. “¡Adelante!”, alentaba siempre su madre sin darse cuenta de que si permitía que ese impulso con el que había nacido, le poseyera, todo sería escrupulosamente observado.

Recuerdo un día de calor sofocante en el que la luz se filtró por las rendijas de la persiana durante un período lo suficientemente prolongado. Llegué a experimentar tal pavor que tuve miedo de ser destruida; temí que ardiéramos. Estuvimos horas y horas comprobando como las minúsculas motas de polvo pasaban delante de nuestro ojo una a una, dejándose contemplar parsimoniosamente hasta que su mano, presa de la contracción perpetua, enviaba quejidos de dolor hacia su cerebro… A pesar de la angustia que me creaban, las persianas polvorientas eran fascinantes.

Nada más despertarnos empezábamos la tarea de examinar todo aquello que nuestro ojo captase. Reconozco que me aburría estar siempre dedicándome a lo mismo, así que decidí innovar. Esa noche al acostarnos yo no dormí. Me mantuve alerta a su respiración para asegurarme que el sueño llegaba. En el momento oportuno y con gran esfuerzo, me moví lentamente.
El día siguiente comenzó con la rutina acostumbrada e iniciamos el reconocimiento. Asida por su mano, fui colocada a la inversa delante de su ojo. ¡Fue sorprendente!, experimenté tal estado de excitación que noté como un líquido viscoso y cristalino se adhería a mí (más tarde descubrí que era el contenido salado de nuestro entusiasmo), fusionando nuestros ojos para convertirlos en uno solo. Él dejó de ver. Yo comencé a descubrir su monstruosidad.

Su iris de color verde cambiaba constantemente de color en función de la luz que incidía en él, y ésta dependía de lo que se acercase o alejase del objeto de estudio. Si se acercaba, la luz externa disminuía con la sombra de su cuerpo y la pupila engrandecida, dejaba al descubierto un enorme agujero negro. Ese instante me aterrorizaba. Parecía que iba a caer en un pozo oscuro en el que terribles animales me devorarían. Sin embargo si conseguía salvar ese pánico, la oscuridad a la que se acostumbraba mi ojo, daba paso a numerosas lucecitas que se encendían y apagaban. ¡La visión era fascinante!..., parecía un cielo estrellado y podía hasta percibir algún fugaz resplandor que me invitaba a pedir deseos. Los días en los que se empecinaba en intentar inspeccionarme para averiguar porque ya no veía de igual forma, eran mis preferidos. Tan unidos estábamos, que su agujero negro me descubría maravillas. Llegué a percibir tal cúmulo de sensaciones que creí volverme loca. Descubrí, que la observación interna era aún más fantasmagórica que la externa y me encerré en su vida deslumbrada por el brillo que percibía. Esta foto es de ese momento. Siempre juntos, siempre encendiendo nuestras mentes al unísono, a pesar de que él ya no veía.

Los años pasaban y pensé que su avidez de conocimientos se había reducido. Su ojo junto al mío dejaba de ser verde y comenzaba a observarse una banda de color gris alrededor de su iris, y además una cortina blanquecina que iba creciendo, empezaba a tapar mi oscuro pozo de investigación impidiéndome ver mi particular cielo estrellado. Sin darme cuenta, volví a sentir tedio, y el líquido salado que felizmente nos mantenía unidos, dejo de hacerlo. Él aprovechó ese instante para tirar fuertemente de mí y darme la vuelta. Cogió su pañuelo de tela y con calma, limpió el lado de dentro. Entonces, con su mano engarrotada y tras mucho esfuerzo, consiguió acercarme hacia su ojo y miró. Volvió a ver a pesar de la cortina blanca y del borde gris que rodeaba su pupila. Sonrió, un pequeño destelló me cegó y tiró mi frágil cuerpo al suelo haciéndome añicos gritando que era un monstruo…

Lunática

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