Spotligth


En un párrafo del fabuloso Las aventuras de un guionista en Hollywood, William Goldman rememora de este modo sus angustias en el proceso de escritura de Todos los hombres del presidente: "Estaba de Watergate hasta las narices. Me había vuelto loco con lo de Haldeman cuando había hablado con Mitchell y con cómo encajar en todo ello al juez Sirica y cómo hacer que Erlichman apareciera como el perfecto vecino que decía que era y a la vez pudiera hacer lo que hizo. Estaba consumido". Las películas políticas basadas en hechos reales, y aquella lo era, como también lo es Spotlight, impresionante epopeya periodística de Tom McCarthy sobre la revelación de casos de pederastia en la Iglesia Católica, tienen un gran problema: hasta alcanzar el subtexto, "el pulso que late bajo las palabras", de lo que realmente va la película, lo que lleva a la emoción y a la reflexión, hay que narrar toda una serie de complejísimos pasos repletos de "esos malditos nombres". Hacer comprensible al espectador, y aún más allá, emocionante, un proceso con el que incluso los mismos periodistas que protagonizan el relato se sienten perdidos no es tarea fácil. Goldman, con la foto de Gordon Willis y la puesta en escena de Alan J. Pakula, lo logró. McCarthy, con su propia puesta en escena, también. Spotlight es un triunfo del cine, de la escritura, de los derechos civiles, del periodismo, del trabajo.
Como en algunas de las grandes películas políticas de la historia, poco o nada se sabe de la vida privada de los protagonistas de Spotlight. Aquí no hay adornos; únicamente hechos, y consecuencias, alrededor de la labor del equipo de investigación del periódico The Boston Globe sobre los casos de pederastia sacerdotal en la ciudad y el encubrimiento de las altas esferas. Apenas tres pistas (una mirada del marido, o quizá novio, del rol de Rachel McAdams, con rostro de hartazón; unos imanes en el frigorífico de la casa del de Brian d'Arcy James; una vaga referencia a la ruptura sentimental del de Mark Ruffalo) sirven de modo harto preciso la complicación de sus existencias fuera del trabajo. Pero acudir a ello hubiera sido melodramático. Y aquí estamos ante una película sobre el poder, manejada por McCarthy, autor de Vías cruzadas y The visitor, con el sentido más clásico de la puesta en escena, y también del guion. Y ahí está la pista falsa con la que se juega a ver quién dejó pasar por alto la información adecuada, años atrás, grandiosa en su verificación, porque además apunta a uno de los grandes males del periodismo actual: la desidia.

Spotlight, en la línea de Veredicto final, de Sidney Lumet, también sobre la Iglesia, cumple con su propósito de olvidar lo superfluo para disparar contra lo esencial. Como en el extraordinario discurso del director Liev Schreiber a sus redactores, "la gran historia no está en los curas, como individuos, está en la institución; práctica y política, hay que apuntar contra los males del sistema", la película es una guía profesional y moral sobre el ejercicio de nuestro trabajo.
El de cualquiera.
Javier Ocaña (El Pais)

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