La desaparición de Stephanie Mailer




Durante mucho tiempo, se menospreció la novela policíaca como un género menor que sólo obedecía al propósito de entretener a un público poco exigente. Hoy es difícil mantener ese punto de vista. Los cuentos policiales de Poe, Chesterton, Wilkie Collins o incluso Faulkner, que hizo deslumbrantes incursiones en el género, refutan contundentemente los intentos de escarnecer o minimizar la importancia de una intriga bien urdida que obliga a sus personajes a enfrentarse con la perplejidad, la impotencia, la muerte, el deseo, la ambición o el miedo.


Joël Dicker (Ginebra, 1985) ya había demostrado su talento con Los últimos días de nuestros padres (2014) y La verdad sobre el caso Harry Quebert (2013), que obtuvo un éxito colosal. Con La desaparición de Stephanie Mailer confirma su destreza para inventar historias absorbentes y crear personajes que oscilan entre la ferocidad y la ternura, la corrupción y la honestidad, la dignidad y el ridículo. Nada es lo que parece. Casi todos los seres humanos se ocultan debajo de una máscara.


Ambientada en la pequeña y ficticia ciudad costera de Orphea, en Los Hamptons, La desaparición de Stephanie Mailer narra la historia de un espantoso crimen cometido el 30 de julio de 1994. Durante su famoso festival de teatro, la joven y atractiva Meghan Padalin, empleada de una librería y escritora aficionada, muere asesinada mientras corre por un parque. Todo sugiere que el azar la ha convertido en testigo involuntaria del asesinato del alcalde Joseph Gordon, su esposa y su hijo. Dos jóvenes policías neoyorkinos, Jesse Rosenberg y Derek Scott, asumen la investigación, logrando identificar al presunto culpable. El caso queda cerrado, pero deja abiertas muchas heridas y no pocos secretos. Veinte años más tarde, la periodista Stephanie Mailer investiga el cuádruple crimen, convencida de que la policía se equivocó. Ambiciosa, tenaz e inteligente, su voluntad de esclarecer la verdad le costará la vida. Jesse y Derek, que han ascendido respectivamente a capitán y sargento, vuelven apesadumbrados a Orphea, sospechando que dejaron cabos sueltos y que el asesino de Meghan y la familia Gordon tal vez quedó impune. No descartan que también haya matado a Stephanie porque se había aproximado demasiado a la verdad.


Joël Dicker es un maestro del suspense que construye meticulosamente sus tramas, despertando una y otra vez el asombro del lector. Las seiscientas cincuenta páginas de La desaparición de Stephanie Mailer se recorren a una velocidad vertiginosa, sin producir fatiga y, menos aún, aburrimiento. Ese prodigio brota de una arquitectura narrativa minuciosamente elaborada que sostiene cada pieza del conjunto. El argumento es complejo, pero no enrevesado. Nunca se experimenta la sensación de avanzar por un ominoso laberinto que pone a prueba nuestra paciencia. Los enigmas se mantienen hasta que la lógica del relato demanda su esclarecimiento. Su resolución nunca se anticipa, ni se demora innecesariamente. La perfecta combinación de misterio y transparencia transforma esta novela en un ejercicio de precisión. Es inevitable comparar la trama con un preciso mecanismo de relojería o con un puzzle donde encajan limpiamente todas las piezas. El suspense sería inviable sin unos personajes creíbles y consistentes, cuyas ilusiones, miedos, logros y fracasos nos afectan como si se tratara de vivencias de alguien muy cercano.


La desaparición de Stephanie Mailer es una novela fresca, hilarante y sumamente entretenida, con golpes de ingenio que recuerdan al mejor Hitchcock Dicker no alarga gratuitamente su novela. Su longitud responde al deseo de profundizar en las emociones de sus criaturas, mostrándonos cómo se gesta la corrupción de un alcalde, la frustración de un adolescente, la degradación de una familia o la deshumanización de un asesino. Para un hombre común, matar siempre es una experiencia traumática, pero cuando se ha hecho una vez, ya no resulta tan difícil repetirlo. La galería de personajes de Dicker abarca una amplia representación de la comedia humana: Jesse, el policía atrapado por un duelo patológico; Decker, su compañero, no menos torturado por su incapacidad de evitar una muerte; Anna, la joven y brillante agente que sufre el machismo de sus compañeros y la incomprensión de su marido; Steven, el pusilánime director de una revista literaria que se enreda con una empleada sin escrúpulos; Dakota, la adolescente que se engancha a las drogas para olvidar su responsabilidad en el suicidio de una compañera.


Dicker sabe que los crímenes no siempre se resuelven. De hecho, en una de las tramas paralelas un asesinato queda sin castigo y la víctima cae en el olvido. Los que han perdido el respeto a la existencia humana no conocen los remordimientos, pero los que han causado un daño mucho mayor de lo esperado siempre buscarán una expiación que repare el dolor causado. Afortunadamente, Dicker evita los sermones. Su visión moral se expresa mediante hechos, no con discursos. Quizás la mejor creación de la novela es el personaje de Meta Ostrovski, pomposo crítico literario que ejerce su influencia de forma caprichosa. Su actuación en La noche negra, una pieza teatral inacabada que desempeña un papel crucial en la trama, revela su megalomanía y su escaso sentido del ridículo. No es menos grotesca la historia de Kirk Harvey, antiguo jefe de policía de Orphea y autor de La noche negra. Tras veinte años de trabajo, sólo ha conseguido escribir media escena, pero se considera un genio.


La desaparición de Stephanie Mailer es una novela con golpes de ingenio que recuerdan al mejor Hitchcock. No tiene la hondura, ni el desgarro de Chandler, Hammett o Ellroy y su prosa es meramente funcional, sin ninguna pretensión de estilo, pero seduce y atrapa desde las primeras páginas. Jöel Dicker no concede tregua al tedio y nos hace sentir que el asesinato no es algo infrecuente y lejano, sino una tentación que -como señaló la gran Patricia Highsmith- late en nuestro interior, esperando un pretexto para ejecutar su danza letal.

@Rafael_Narbona 

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