Brava


 Janine, según manifestará su propio padre, es una persona que “lo tiene todo para ser feliz”. No parece una afirmación descabellada a ojos de alguien materialista y que además desconozca el discurrir de la rutina diaria de la protagonista, ya que posee un trabajo acomodado en un banco con perspectivas de seguir creciendo, va bien económicamente y su novio Martí es un importante publicista.


Sin embargo, todos sabemos que la felicidad es un concepto subjetivo y bastante irregular, que puede arruinarse con una mala noticia o al ser víctima de un asalto. Eso es lo que le sucede a Janine cuando dos jóvenes la agreden sexualmente en el Metro de Barcelona. Las secuelas psicológicas del delito sufrido llevarán a la mujer a buscar refugio en su pueblo natal, pero ni siquiera allí parece encontrar la paz psicológica.




Brava es el segundo largometraje de Roser Aguilar, cineasta barcelonesa cuyo antecedente en este terreno data de hace diez años con su ópera prima Lo mejor de mí. En este caso, Aguilar vuelve a centrarse en el plano psicológico de una mujer frente a su entorno, aunque en este caso es la protagonista quien sufre las heridas. Y esta lo hace manteniendo un cierto secreto, tanto a la hora de confesar que ha sido víctima de un asalto como de los hechos concretos del mismo. Janine está sola ante la desgracia vivida, ya que su novio actúa con desafecto al recibir la noticia y ni su padre ni Pierre, amigo de este, parecen descifrar el motivo de su palpable inestabilidad emocional.




Sería difícil analizar Brava sin mencionar lo que nos ofrece su actriz protagonista, una Laia Marull que interpreta con mucho oficio todos los registros emocionales que su papel requiere a lo largo de la película. El mérito es que casi todo lo hace a través de su mirada, sus gestos, elaborando un personaje cuyo sufrimiento interior resulta crudamente veraz en la pantalla. La mencionada soledad de Janine al atravesar las secuelas del asalto se manifiesta a la perfección a través de Marull sin necesidad de llevar las situaciones al extremo, simplemente poniendo en detalle algunas situaciones que por desgracia pueden llegar a suceder en la vida de cualquier mujer.



Además de intentar reflejar las secuelas que una agresión sexual puede tener para una mujer, Brava también reflexiona sobre el papel del hombre en todo este relato. Los propios criminales, el joven que percibe la escena, pero decide no ayudar, aquellos que en su pueblo la contemplan como un trofeo o los que pertenecen a su entorno más próximo componen los diferentes retratos que Aguilar realiza sobre el papel del género masculino en estos casos. Lejos de la burda generalización, la directora traza unos perfiles creíbles, en los que incluso aquellos personajes con mayor sensibilidad (como Pierre) apenas pueden acercarse al plano emocional que rodea a Janine.



Pese a todo ello, Brava no termina de constituirse como un film plenamente cohesionado. El perfil de Janine, aunque bien esbozado y mejor ejecutado por Marull, tiene ecos de indefinición en algunos momentos, especialmente en la relación con Martí (cuyo papel queda un poco olvidado) y con Pierre (otro personaje bien trazado, pero con ciertas lagunas en su desarrollo). También descoloca parte de su reacción en lo que se refiere a la investigación policial de los hechos, especialmente cuando avanza la película. Aunque la cadencia de situaciones es adecuada y Aguilar ni se precipita ni se toma excesiva demora en la narración, Brava pierde tensión con el paso de los minutos. El papel de Janine, bien escrito y descrito, mantiene un desarrollo firme e incluso alcanza uno de sus momentos clave al final de la cinta, pero queda aislado respecto al ámbito general de la película.
Álvaro Casanova

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