Los dos Papas




Frustrado con la dirección de la Iglesia, el Cardenal Bergoglio (Jonathan Pryce), solicita permiso para retirarse al Papa Benedicto (Anthony Hopkins) en 2012. En lugar de eso, enfrentando el escándalo y la inseguridad, el introspectivo Papa Benedicto convoca a su más duro crítico y futuro sucesor a Roma para revelar un secreto que sacudiría los cimientos de la Iglesia Católica.
Detrás de los muros del Vaticano comienza una lucha entre la tradición y el progreso, la culpa y el perdón, mientras estos dos hombres tan diferentes enfrentan su pasado para encontrar un terreno común y forjar un futuro para mil millones de seguidores en todo el mundo.

Preámbulo

Los dos papas es una de esas películas cuyo simple título puede echar atrás a más de uno animarse a su visionado. Después de todo, si a duras penas y acudimos a regañadientes a escuchar el sermón en turno de la misa de domingo. ¿Por qué querríamos someternos voluntariamente a ver una película de temática eclesiástica que además dura dos horas?



Ahí es donde radica la mayor virtud de Los dos papas. Aunque ciertamente su argumento y móvil que desencadena la trama queda insertado dentro del escenario religioso, más en concreto en la fe católica, el argumento logra desprenderse de cualquier afán de adoctrinamiento o militancia. Logra así apelar acertadamente a temas universales de manera que resulta accesible y entretenida tanto para el católico más devoto como para al ateo más desapegado.

Solemnidad y elegancia

Los dos papas puede presumir que reúne solemnidad en su libreto y elegancia en su puesta en escena, consiguiendo así un equilibrio digno de aplausos por la cantidad de aristas que abarca sin perder el foco y maravillando la visión del público cuando tiene oportunidad. El guion es sumamente ambicioso al tocar temas tan diversos y complejos como la naturaleza humana, la fragilidad de la fe, la relación del ser humano con la religión (cualquiera que sea) así como la crisis de la iglesia católica ante una horda de fieles cada vez más escéptica ante su mensaje.


Los dos papas” ahonda en estas cuestiones permitiéndose ser sobria, pero no pesada.  Los dilemas filosóficos están bien esbozados sin caer en la pedantería intelectual en la que pudo haber tropezado fácilmente (ejemplo de ello la serie The Young Pope, con la que comparte bastantes ejes por obvias razones). Sobre todo, porque se permite sus golpes de humor, muy bien dosificados de manera que sirvan como un respiro ante el existencialismo vertido en los diálogos.


Eso sí, la comedia es bastante mesurada y acomedida con sus protagonistas, ya que esquiva la sensiblería en el tono de las «good feeling movie´s» que no es el más idóneo para el propósito de esta cinta.


Por el contrario, es loable que busquen acercar al público a dos personajes que, por los papeles que han desempeñado en la historia, a veces suelen perciben lejanos o ajenos al plano terrenal (sobre todo en el caso del Papa Benedicto XVI). Lo que hacen en este filme es dibujar dos perfiles sólidos y respetuosos, pero a los que se les dota del carisma y personalidad que muchas veces estos personajes no se permiten exhibir.

Un estudio de personajes

 Nada más con ver el tráiler de Los dos papas, es fácil inferir que no se trata de un filme de argumento o cuya fortaleza radique en una trama a seguir. Realmente, el acontecimiento sobre la renuncia de Ratzinger al papado y el respectivo ascenso de Bergoglio como líder de la Iglesia Católica, es el pretexto bajo el cual nos asomamos a conocer los motivos de los personajes para concretar cada uno sus acciones.



En resumidas cuentas, para efectos del guion, poco importan los pormenores alrededor de tan polémico asunto y la película no se va a centrar en ellos. En cambio, ofrece un exquisito estudio de la psique de dos personajes de manera que su evolución sea plausible por medio de diálogos en los que se exponen sus diferentes puntos de vista sobre la fe y los demás temas antes expuestos.


Un intercambio de ideas tan profundo y provocador que se desglosa con una agilidad tan potente de manera que ver a dos veteranos mantener largas conversaciones durante dos horas no resulte nada aburrido.


Mención especial la labor de Fernando Meirelles que logra dejar su sello aún cuando es una película cuya mayor baza es el guión siendo difícil que destaque la dirección. Aunque siempre al servicio del libreto, Meirelles es responsable de imprimir la elegancia y solemnidad necesaria en las imágenes que se ven en pantalla.


Es destacable que, aunque la historia podría contarse simplemente con el intercambio de diálogos entre Pryce y Hopkins, el director siendo consciente de que lo más potente de esta producción es el libreto y las interpretaciones, se pone en un segundo plano sin absorber protagonismo, pero rematando con planos bien conseguidos en que además de los actores destaque el Vaticano como un personaje más. El arranque y las últimas secuencias recuerdan la energía que alguna vez exhibió en Ciudad de Dios.

Dos papas: dos interpretaciones milagrosas

Si bien por sí sola esta película es valiosa, lo que la convierte en una experiencia inolvidable es que Jonathan Pryce y Anthony Hopkins, en un duelo actoral que se percibe más bien fraternal, toman un guion de por sí destacable y lo elevan de manera que las notas celestiales se quedan cortas ante este milagro cinematográfico.


Es curioso lo que sucede, ya que, aunque la historia está sobre todo al servicio del Papa Francisco, interpretado por Pryce, a nivel interpretativo el que roba cámaras es el Benedicto de Hopkins. Lo anterior resulta irónico, porque la película pareciera que es más condescendiente y amorosa con Bergoglio (incluso por momentos parece un semi biopic de este ya que nos muestran varios pasajes de su pasado), haciendo de él un personaje más cálido y carismático centrándose en él como ser humano antes que en su estatus papal.


En cambio, es un tanto más severa y menos generosa con Ratzinger, del que a duras penas ahonda en su pasado y solo se centra en su figura de Papa. Al primero lo idolatra, mientras que al segundo únicamente lo justifica.


Sin embargo, en el plano interpretativo, sucede a la inversa. Pryce está más al servicio de la historia, siendo un noble histrión canalizando la sobriedad el guion, pero sin el material de lucimiento que su co-protagonista sí tiene. La parte más exquisita se la lleva Hopkins, ya que partiendo de que Benedicto XVI es una figura un tanto más misteriosa y hierática que el Papa Francisco, su evolución es más paulatina, beneficiándose de tener las mejores líneas y la parte más dramática en la que su humanidad, más oculta que la de su par, sale a relucir de manera conmovedora.

Un guion bendecido

Como se mencionó anteriormente, Los dos papas posee uno de los mejores guiones del año que aun así no está libre de pecado. Aunque los reproches que se le podrían hacer son mínimos en comparación con sus grandes momentos, sí resulta un tanto repetitivo, de manera que la estructura de la película puede resultar monótona, aunque sus elaborados diálogos permiten que esto no sea un gran inconveniente. Como es natural, no todas las escenas conversacionales están a la altura de otras, pero afortunadamente la mayoría son sobresalientes.


También se debe destacar el mérito de que estemos ante un guion trilingüe que decidió no sacrificar ciertos pasajes que transcurren en italiano/español otorgándole así un mayor realismo a lo que se nos narra. Sobre todo, porque hubiera sido tentador usar el inglés en un 100%, pues es bien sabido que Hollywood tiende a utilizarlo incluso para historias que ocurren en países no anglosajones, como si fuera lo más natural que acontecieran en dicho idioma.


Se aplaude también que algunos de los momentos más emocionantes suceden en voz en off a manera de flashbacks. Lo anterior es loable pues es muy difícil mantener el pulso en tanto lo que se está narrando no ocurre en tiempo presente para los protagonistas, pero dichas secuencias son algunas de las más emocionantes de todo el conjunto.

Conclusión de ‘Los dos papas’

Los dos papas” representa una de las sorpresas cinematográficas más notorias del año. Un tratado mucho más teológico que religioso, resultando en un guion que enfrenta de manera respetuosa y profunda dos maneras de abordar la fe. La dirección de Meirelles en conjunto con las actuaciones de un excelso Pryce, pero sobretodo de un desbordado Hopkins, demuestran que el séptimo arte es un lenguaje que derriba fronteras ideológicas y unifica religiones en una misma sala de cine.

Víctor López Velarde

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