El otro señor Klein (Mr. Klein)

 
El «Dopplegänger», el doble, es uno de los temas favoritos del cine fantástico, que ha explotado con frecuencia el desasosiego que nos produce el encuentro con otro que al mismo tiempo es y no es uno mismo. «El otro señor Klein», magnífica película rodada en Francia por el estadounidense Joseph Losey, recurre también a la idea del doble, pero no para construir un relato fantástico al uso, ni para explorar los vericuetos de la psique humana -como haría ese mismo año y en ese mismo país otro expatriado, Roman Polanski («El quimérico inquilino», 1976)-, sino como metáfora política, para reflexionar acerca de la actitud del pueblo francés ante la persecución de que fueron objeto los judíos durante la ocupación alemana (1940-1944). Porque, en este caso, «el otro» es el judío. Losey critica con ferocidad la actitud pasiva e indiferente con que los franceses aceptaron la persecución de los judíos. Una persecución que se materializó no solo en leyes raciales discriminatorias, sino también en deportaciones masivas, como la redada del «Vel d' Hiv» (Velódromo de Invierno) , entre los días 16 y 17 de julio de 1942, que se saldó con la detención de 13.152 personas, la mayor parte de las cuales fueron enviadas a campos de concentración. (Sobre este mismo vergonzoso suceso, de importancia central en «El otro señor Klein», se han estrenado en 2010 dos películas: «La redada» y «La llave de Sarah»).

«El otro señor Klein» cuenta la historia de Robert Klein (Alain Delon), un marchante de arte que vive confortablemente en el París ocupado. No es antisemita, pero no tiene empacho en aprovechar la difícil situación de los judíos para obtener beneficios económicos. Elegante, bon vivant, amado por varias mujeres, no hay problemas en su vida hasta que un día encuentra en su puerta la revista, «Informaciones judías», que se distribuye exclusivamente entre la comunidad israelita, con su nombre y dirección. Al indagar descubre que existe en París otro Robert Klein, fichado como judío, y desde entonces dedica todas sus energías a dar con él. El señor Klein encarna la actitud del francés medio ante la persecución de los judíos. De hecho, el nombre del personaje no es casual, sino que fue tomado por los guionistas, Franco Solinas y Fernando Morandi, de un personaje real entrevistado por Marcel Ophüls para su excelente y polémico documental «Le chagrin et la pitié» (1969), acerca de la colaboración de los franceses con los ocupantes alemanes. Dicho personaje, llamado Marius Klein, era un comerciante alsaciano que, para evitar ser confundido con un judío a causa de su apellido, publicó anuncios en la prensa dejando muy claro que era francés de pura cepa. Aceptando así, sin cuestionársela en absoluto, la aberrante lógica de los ocupantes nazis.
En la película de Losey, las seguridades de Klein/Delon se resquebrajan cuando el otro irrumpe en su vida. En contrarlo se convierte para él en una auténtica obsesión; al mismo tiempo, de forma progresiva, su identidad va cambiando, inapreciablemente al principio, de manera más evidente después. En varios momentos se sugiere idea de que en realidad los dos señores Klein pudieran ser una misma persona. El desdoblamiento se expresa visualmente en las frecuentes escenas en que Delon contempla su imagen en el espejo con actitud distante, como si no se reconociera.

Delon reviste a su personaje de una frialdad que no deja traslucir las conmociones internas que está experimentando. En cierto modo, su rol es bastante pasivo, ya que lo verdaderamente importante del filme (la intriga urdida por el otro señor Klein) ocurre siempre fuera de campo. Klein/Delon únicamente reacciona, siempre con retraso, a las maquinaciones del otro, que permanece siempre en la sombra y del que, como de otros ilustres ausentes cinematográficos, llegamos a preguntarnos si realmente existe.

«El otro señor Klein» tiene la estructura de un thriller, con ecos de Hitchcock, y, al mismo tiempo, el tono existencialista de una novela de Kafka. Como en «La metamorfosis», en que la insólita transformación de Gregor Samsa en un gigantesco insecto es aceptada con naturalidad por sus familiares, en la película se acepta una aberrante «normalidad» en la que los judíos, despojados de su condición humana, son sometidos a exámenes «raciales» como si se tratase de animales (véase la desoladora escena inicial de la película). Como en «El proceso», cuyo protagonista comparte con Robert Klein la inicial de su apellido, la maquinaria burocrática despoja al sujeto de su identidad, de su libertad y, finalmente, de su propia vida.

Un excelente relato de misterio que es al mismo tiempo un perturbador retrato de la indiferencia humana ante el dolor y el sufrimiento ajenos. Una película valiente al enfrentarse a un tema nada grato para el público francés, que lo premió sin embargo, no sin polémica, con tres premios César, entre ellos el de mejor película.
(C)Samizdat

 

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