Philomena

 


 

 

¡Márchate, oh niño humano!

A las aguas y lo silvestre

con un hada, de la mano,

pues hay en el mundo más llanto del que puedes entender.

En 1986 William Butler Yeats escribió el poema El Niño Robado que, basado en una leyenda irlandesa, cuenta cómo unas hadas intentan engatusar a un niño para que se vaya con ellas. Cincuenta años después de aquella magnífica composición, la mitológica trama del poema se convirtió en una espantosa realidad, cuando en las décadas de los 50 y los 60, miles de jóvenes irlandesas fueron enviadas a conventos y separadas de sus hijos ya que, según la iglesia católica, su embarazo fuera del matrimonio las convertía en seres amorales incapaces de hacerse cargo de los niños. Gracias a esta excusa, monjas como las del monasterio de Roscrea, un pequeño pueblo situado al norte de Tipperary, embolsaron grandes cantidades de dinero vendiendo a estos pobres retoños a pudientes familias americanas. Un caso similar al de los niños robados del franquismo en España, que ha vuelto a ser noticia recientemente por la fría impunidad con la que ha sido resuelto.

Un argumento que en principio podría parecer completamente deprimente, queda agradablemente amenizado por tres factores que hacen de este largometraje un entrañable cuento de noventa minutos: el director, Stephen Frears, un ducho narrador de historias británico, que sabe cómo tratar temas peliagudos sin que el resultado se convierta en un indigesto melodrama; el actor principal, Steve Coogan, un grande del humor que pondrá una sonrisa en nuestra cara en los momentos más incómodos y, por supuesto, Judi Dench, y aquí va una apuesta anticipada como firme candidata para el Oscar a la mejor actriz principal, en el papel de Philomena, una interpretación que es todo ternura y empatía, llegando a conseguir, desde sus primeras escenas, que el espectador se preocupe tanto por ella que se olvidará de todo lo que pase a su alrededor.

Pero no queremos crear malentendidos, al cine, en esta ocasión, iremos a llorar, no tengan la menor duda; sin embargo también vamos a reír y a hablar sobre un sinfín de temas delicados abordados con mucho tacto pero sin cortapisas, vamos a descubrir las diferentes reacciones de las personas ante situaciones extremas, la bondad y la maldad, la comprensión, el egoísmo y la indiferencia, todo de la mano de una mujer que nos dará una auténtica lección de lo que significa el perdón como medio de encontrarse bien con uno mismo.

Frears, que se dio a conocer con su fantástico filme Mi hermosa lavandería, 1985, es un director cuyo abierto tratamiento de temas como la homosexualidad y el racismo, dentro del submundo marginal inglés, pronto le creó la fama de realizador controvertido, la cual corroboró con Ábrete de orejas, 1986 ó Sammie y Rosie se lo montan, 1987, en una época en la que había que andar con pies de plomo dado el duro régimen con el que Margaret Tatcher se ganó el epíteto de Dama de Hierro y que actuaba como revulsivo de ese tipo de historias. Pese a ello, el director no quiso encasillarse y, en 1988, mostró al mundo que es capaz de dirigir a un reparto estelar para realizar un drama de época de lo más burgués, gracias a la fantástica Las amistades peligrosas. Con Philomena, Frears vuelve, con más fuerza que nunca, a levantar ampollas con su polémico punto de vista de la sociedad contemporánea.

La cinta relata la verídica historia de Philomena Lee, una mujer que, como toda adolescente, conoció a un chico que le gustaba, éste la invitó a una manzana de caramelo en una feria local comenzando así un idilio amoroso. Una manzana mordida que representa, en perfecto simbolismo, el pecado carnal de una joven que cometió el error de nacer en el momento inoportuno pero que, con los años, recordará esa dulce fruta como una experiencia inolvidable. El desconocimiento de este tipo de relaciones derivado de la inexistente educación sexual, y la imprudencia que este desconocimiento conllevaba, hizo que la joven quedara embarazada y tachada de maldita por las monjas que se hicieron cargo de ella. Una vez dio a luz, el niño fue vendido a una familia estadounidense a la edad de tres años bajo la desesperación de la joven. Cincuenta años guardó el secreto de su forzada separación, más avergonzada que atemorizada por las infames acusaciones con las que las monjas la amenazaron, hasta que finalmente se lo contó a su hija quien, enormemente apenada por la terrible confidencia que acababa de escuchar, se lo relató a un periodista en horas bajas junto al que comenzó la búsqueda del pequeño Anthony.

La pareja protagonista es sencillamente brillante, el alarde interpretativo que manifiestan, propio de los que han hecho del estudio de rodaje su hogar, es un verdadero entretenimiento. La compenetración que consiguen ambos actores se convierte en una de las más entrañables alianzas que hemos visto en el cine moderno. Dench es un torbellino que nos arrastra hacia ella, conmoviéndonos con la asombrosa dulzura de una mujer que no ha dejado de pensar en su hijo en los cincuenta años que llevan sin verse, con todas las preocupaciones, desde las más pesimistas hasta las más simples, que cualquier relación materno-filial lleva implícita. Una mujer con una personalidad maravillosa, interpretada por toda una veterana de la gran pantalla que cambia el registro de mujer dura de pelar con el que la asociamos, tras casi veinte años interpretando a M en la saga del agente especial James Bond, para convertirse en una encantadora y adorable anciana que, con su humor naif y su abierta mentalidad católica (puede parecer una contradicción), nos pondrá un nudo en la garganta con una empatía tan fuerte que duela. Una actriz todoterreno para la que no tenemos nada más que halagos. Martin, el periodista que la acompañará en su aventura, es todo lo contrario, un prepotente, hipócrita y pretencioso reportero cuyos intereses serán desde el principio meramente comerciales. Un imparable Steve Coogan que nos sacará de nuestras casillas en más de una ocasión con su frialdad y su humor fuera de lugar.

Jeff Pope y el propio Coogan escriben el guion de esta Road Movie basándose en el libro, El niño perdido de Philomena Lee de Martin Sixsmith. Un más que acertado libreto que, pese a jugar con astucia las cartas del melodrama, llena de gags cómicos y comentarios inapropiados los diálogos de la excepcional pareja dando como resultado una película tan extraordinaria como los paisajes que Robbie Ryan nos descubre.

© Peaky Boy

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