Gulliver en el país de mi bañadera



Gulliver salió por el desaguadero de la bañadera; yo ya sabía que vivía ahí, pero nunca lo había visto, y mucho menos mientras me bañaba. Atrevido.

Salió por el desaguadero, decía, y caminó hacia mí. Me dijo algo pero -lógico- no lo escuché. Entonces se subió a mi pie y comenzó a trepar por mi pierna. Resultó hábil como alpinista, quién lo hubiera dicho. Me incliné un poco, y así los rollos de mi abdomen le sirvieron como escalones; luego se aferró a mi pezón y allí quedó colgando. Se impulsó con elasticidad, sin embargo, y caminó por mi pecho hasta llegar a mi hombro. Se detuvo, agotado, y apoyó las manos en sus rodillas para recobrar el aliento. Ya recuperado, se acercó a mi oreja y me dijo:
-Por favor, no vuelvas a tirar lavandina en el desaguadero.
Ah, era eso.
-Perdón -contesté, desilusionada.
Gulliver emprendió el lento descenso, pero yo lo agarré por la cintura y lo puse con brusquedad en el suelo.

Un romántico, Gulliver. Un romántico.

Gilda
http://lavidaesroja.wordpress.com/

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