El autor





Vivimos en un mundo en el que pareciera que todo es posible, que basta con proponerse algo con ahínco para lograr alcanzarlo, en el que basta con aprender cómo se hacen las cosas para lograr el éxito que se ansía. Se confunde logro con fama, empeño con destreza, voluntad con ingenio. Aunque queramos ser buenos atletas y nos empecinemos en emular a alguna estrella, no nos sirve de nada que nos expliquen hasta la extenuación cómo debemos de correr, de saltar o de darle a la pelota para obtener el fruto que tanto anhelamos: si falta el talento o la predisposición, la insistencia no es sino una quimera baldía que nos aboca al desengaño y la frustración. Lo mismo ocurre para los que quieren ser pintores o escritores o músicos, etc. Querer ser lo que no se es nos lleva a la locura y al delirio, perseverando en una ceguera que nos engulle y aprisiona sin remedio.


Este es el punto de partida de la adaptación al cine de una novela de Javier Cercas, uno de esos autores en boga, reputado y de renombre que mezcla fingida biografía con presunta literatura y lo único consigue es pergeñar obras amenas, ligeras, pretenciosas en su ficticia complejidad, fáciles de leer y aún más fáciles de olvidar. Lo etéreo travestido de sinuosa profundidad. Perfectas para un verano ocioso, pero tan ajenas al arte como prefabricadas para ser un best-seller de centro comercial (porque ya no quedan librerías). Y quizás la película le haga justicia, porque desvela la terquedad de un panoli con ínfulas de escritor que pretende lograr lo imposible: ser quien no es a base de cabezonería y contumacia. Porque lo mejor es el retrato de un perdedor que extravía su capacidad de observación a fuerza de olvidarse de lo esencial: ser uno mismo. Se cree un demiurgo todopoderoso sin darse cuenta que es un mero peón fracasado, al albur de los designios y voluntad de los demás. Un ciego con ojos pero sin vista, un cotilla que no cae en la cuenta que es espiado. Y utilizado.


Lo mejor son los actores. Se lleva la palma una exuberante Adelfa Calvo que roba todos los planos y merece un éxito que le es esquivo; casi parece una redundancia alabar a Antonio de la Torre, pero consigue hacer palidecer a todos los demás cuando aparece; unas pocas escenas le bastan a María León para resultar odiosamente irresistible; y el protagonismo absoluto es de Javier Gutiérrez que sostiene y hace creíble lo imposible: que sintamos lástima por un personajillo repelente y sin compasión.


A la hora de hacer una crítica, es complicado encontrar las palabras que expresen exactamente lo que quieres decir sin dar lugar a dobles lecturas. Y el duro proceso de encontrar esas palabras lo que refleja El Autor, lo fundamental que es a la hora de poner en pie un proyecto, que cada personaje tenga un habla veraz, auténtica. Una forma de hablar ligada a su pasado, que represente su presente, y que no se limiten a ser unas frases en la boca de un actor o de una actriz recitadas con mayor o menor credibilidad. Porque es el objetivo principal de una película, que el espectador se olvide de que es una representación y crea que lo que está viendo es real.


El guion es el pilar de toda película, sin un buen guion no puede haber una buena película. El Autor cuenta con ese buen guion. Un guion mimado, cuidado, en el que no hay una palabra o una coma fuera de lugar, todo está donde debe estar. Es decir, donde estaría si fuese real. No existe ninguna fisura, ningún descuido… en definitiva, es un guion redondo.

Es complicado atribuirle un género cinematográfico a la película. Si tuviésemos que compararla con alguna película, sería una mezcla entre “La ventana indiscreta” de Hitchcock y “La Mejor Oferta” de Giuseppe Tornatore. Pero compararla no hace justicia, porque es una película única.


Otro de los discursos que sostiene la película es que la vida de uno mismo siempre es dura, pero si se ve desde fuera, todos tenemos episodios o personajes alrededor que nos hacen reír. Ir a ver esta cinta con la predisposición de ver una película de humor es un error, ya que no lo es. Es una película que retrata la vida de un hombre, con todos los momentos divertidos que esta pueda tener, pero sin buscar la risa a través chiste fácil. Un humor como el de Almodóvar en “Volver” o como el de Guillermo Fesser en “Cándida”. Justo cuando parecía que el humor español estaba encajado en tópicos sobre andaluces y chistes de cromañón, llega El Autor, con humor que no se podría definir con otra palabra que no sea “puro”.


Pero ese mimo se ha aplicado a todos los aspectos de la película, porque para sostenerla, es necesario un increíble elenco actoral. Todos y cada uno de los actores están brillantes en sus actuaciones. Pero la actuación de Javier Gutiérrez en particular es soberbia. Ya en “La Isla Mínima” nos demostró que es capaz de encarnar papeles dramáticos y alejarse de esos papeles cómicos con los que se dio a conocer (aunque en está cinta aparezca cierta vis cómica). Con El Autor se vuelve a postular como candidato para llevarse a casa el que sería su segundo premio Goya.


En definitiva: una película hecha con muchísimo cariño a la propia cinta y al mundo de contar historias, una de esas imprescindibles.
¿Lo mejor? Una magnífica actuación de Javier Gutiérrez. Y la crítica de Antonio de la Torre a esa extraña manía de poner a personajes de obras españolas, nombres en inglés.


¿Lo peor? Por ponerle alguna pega, la música.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Haikus de Muerte

Pakt (El pacto)

Detachment >>> Indiferencia >>> El Profesor