La verdad sobre el caso Harry Quebert,


Con las adaptaciones literarias existe siempre la tentación de, en lugar de hacer una serie de televisión, trasladar las páginas del libro a la pantalla. Se quiere, a veces, transmitir la sensación de que estamos ante una novela filmada, lo que no siempre redunda en una serie que realmente merezca la pena.




Ése es el gran problema de La verdad sobre el caso Harry Quebert, la miniserie que adapta el bestseller de Joël Dicker sobre un escritor de prestigio acusado del asesinato de una adolescente, treinta años atrás, y su pupilo, también novelista, que se empeña en demostrar que es inocente. El libro fue, en su momento, un éxito a nivel mundial, por lo que es comprensible que se quiera ser lo más fiel posible al convertirlo en una serie. El lío viene cuando la fidelidad no contribuye a que sea una serie destacable.




El primer episodio nos lleva hasta Sommerdale, el pueblo costero de Maine donde Harry Quebert vive y escribió su gran obra, El origen del mal, y donde Marcus Goldman llega buscando inspiración. Está viviendo en primera persona “el mal del segundo disco”, o de la segunda novela. Su debut fue tan meteórico, que la presión por estar a la altura en el siguiente y las distracciones de la buena vida lo han dejado sin ideas. Busca el consejo de Quebert durante un fin de semana, y también acaba descubriendo, por casualidad, un secreto de su pasado que él guarda con celo y que está relacionado con la desaparición de Nola Kellergan en el verano de 1975. La aparición del cadáver de Nola poco después es lo que precipita la situación.


La historia se cuenta alternando varias líneas temporales: el presente, con la investigación de lo que le ocurrió realmente a Nola; la relación que Quebert y ella tuvieron en 1975 y los eventos que culminaron en su desaparición, y finales de los 90, cuando Marcus es un estudiante universitario arrogante y que se ha creído demasiado su apodo de “Marcus el Magnífico”. La deconstrucción de su carácter es una parte importante de la novela de Dicker y aún es muy pronto para saber si lo será también en la serie.
 



Lo que sí está claro es que la inclusión de su voz en off para narrar los acontecimientos es redundante y hasta molesta. No aporta información de verdad relevante; lo que nos cuenta lo estamos viendo reflejado en pantalla. Si es un recurso que, como ocurre a veces con Outlander, quiere recordarnos sus orígenes literarios, no era necesario.
Marina

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