Secuestro






Hay que verla dos veces.



A mí me gustó bastante, la verdad. No es que sea como para ganar un Óscar, pero es que de esas hay pocas; no se puede valorar todo con el rasero de obra de arte.






Para empezar, lo más importante: no me aburrí viéndola. La historia engancha. Tiene momentos mejores y peores, pero en general te mantiene bastante en vilo. El ritmo me parece acertado: empieza despacio, que casi parece que va a ser una película de relaciones familiares sin más, pero va entrando en la espiral de acontecimientos, volviéndose más frenética cada vez, hasta un desenlace realmente sorprendente y bien concluido.


 Las interpretaciones, en general, quizás no llegan a la excelencia, pero en general te crees a los personajes. Me chirriaba un poco Blanca Portillo en su faceta de madre, que no me transmitía realmente amor por el niño, sino que le notaba la actuación, y da un poco de mal rollo. Sin embargo, aparte de eso, como mujer dura y tal, si que lo hace bien, la verdad. José Coronado es que personalmente no me gusta nada, mi opinión no puede no ser sesgada, es que me da la impresión siempre de que siempre hace el mismo papel... pero bueno, ni tan mal. La sorpresa positiva fue el niño, Marc Domènech, en su primer trabajo, me ha gustado mucho; espero verle en más películas para saber si realmente sabe actuar o es que simplemente el papel era ideal para él y en realidad no ha tenido que hacerlo (aunque la verdad papeles para niños sordos no es que haya muchos... así que a ver...).


Pero lo que más he visto que se critica de esta película es que la historia no es creíble, y me da bastante rabia la verdad. Es una historia poco probable, por supuesto, pero es que de eso se trata: existen las películas sobre cosas que pasan todos los días, pero es otro género cinematográfico. En un thriller como este, que haya giros inesperados del guion, o planes que salen "demasiado" bien, es lo suyo.


Pero es que, además, si algo caracteriza esta película, es que tiene una lógica interna sorprendentemente buena para su género. Lo que pasa es que los detalles que explican algunos de los puntos más dudosos de la trama son muy sutiles y no los ves a simple vista. Es muy fácil (a mí me ha pasado) que pienses "¿cómo va a ser esto así?", pero que si vuelves a pasar la película fijándote en ese detalle en concreto te das cuenta de que algo te lo explica.





 «Secuestro» muestra buen ritmo, magníficas interpretaciones y orientación hacia el gran público al mismo tiempo que una muy buena dirección cinematográfica. Blanca Portillo saca brillo a su papel protagonista y es un placer disponer en escena del grande Antonio Dechent junto a Vicente Romero y José Coronado. Entre el reparto, luce siempre Macarena Gómez y dotan de veracidad Josep María Pou, Ramón Fonstsere, Nausicaa Bonnin y un destacado Andrés Herrera.







 «Secuestro» tiene nervio y pulso narrativo. El argumento avanza y gira, para mantenernos absortos en esta trama de acción en la que es fácil identificarse con protagonistas que no son perfectos. Supervivientes turbios con el corazón partido y deudas asfixiantes, exitosas abogadas con cajas fuertes que atesoran secretos más valiosos que sus jornales y almas débiles con muy pocas posibilidades de supervivencia.


Está tan bien tratada la bonita relación entre madre e hijo, como sugerido el ambiente de corrupción en el puerto marítimo. Se integra en el texto la sordera con la misma naturalidad con la que se señala la capacidad del dinero para dar vuelco legal a los resultados judiciales. Aparecen el acoso escolar, los juicios paralelos y los prejuicios que suscita la pobreza, todo como aderezo en el sustrato de un policiaco tenso y bien resuelto, en el que uno sigue la acción principal mientras le va calando el reflejo de la actualidad.



Así que no faltan hipotecas impagadas, terceros matrimonios, colegios privados y ambientes sórdidos de apuestas ilegales donde buscan recuperar la fortuna los menos afortunados. Conformando una realización muy acertada, con un gran guión, que entretiene y describe nuestro entorno, cuestionando los límites de la ética profesional y preocupándose especialmente por mentiras socialmente admitidas como ciertas, como la bondad infantil o como la maldad desesperada de un parado que fuma y anda ya por su tercer casamiento.

                                                                                                                                                 Tituba

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