Tiempo después: incómoda y tan lúcida que divierte.



UNA CINTA MELANCÓLICA, DIVERTIDA, LIGERAMENTE INCÓMODA Y TAN LÚCIDA QUE HASTA HACE GRACIA. PERO, CUIDADO, TE RÍES DEL REVÉS


A Cuerda, como saben, le fluyen las ideas como a los santos la gracia. Y Tiempo después, más que una simple continuación, secuela o prima hermana del mito fundacional Amanece, que no es poco, es sobre todo un parto; un parto iluminado y voraz; un parto que fluye. La estrategia del director de aficiones arbolarias es ofrecerse él mismo o sus personajes como víctimas. Creemos ver un mundo sin sentido lleno de gente extraña en un lugar aún más raro y, a poco que nos fijemos, entre los extras, estamos nosotros. Y, claro, a poco que te dejes llevar, te ríes. Y puede que hasta llores un poco.
Han pasado casi 30 años desde que se estrenó ‘Amanece que no es poco’, una de las películas más lúcidas y singulares del cine español y cuyo culto se ha ido extendiendo hasta nuestros días inoculando la semilla de su humor surrealista allá por donde iba pasando.


Ahora, José Luis Cuerda se encarga de perpetuar el espíritu de aquella rareza acompañado por toda una generación de cómicos que crecieron a su sombra y el resultado es un choque entre lo viejo y lo nuevo, una sátira atemporal igual de irreverente, inteligente y afilada que la anterior sobre el mundo en el que vivimos en el que late la corrupción, la desigualdad, la descomposición de los ideales y el desencanto político y social de siempre.



Estamos, año arriba año abajo, en 9177. Todo se ha visto reducido a un edificio imponente y a unas afueras cochambrosas habitadas por todos los parados y hambrientos del cosmos. Es decir, como ahora. Por allí pululan dos barberos rivales; un parado inconsciente de la merma ontológica que le amenaza; una pareja irredenta de guardias civiles; un crío revolucionario; un rey campechano y, conviene destacarlo, una historia de amor. Dónde va una película sin cariño. Lo que sigue, como toca, es una cinta melancólica, divertida, ligeramente incómoda y tan lúcida que hasta hace gracia. Pero, cuidado, te ríes del revés. Cuerda sabe cómo hacer daño. Pero sin querer. Esa punzada en el costado es el dolor, leve, de estar vivo. Y eso, en su contradicción, se agradece.


Es lo que en determinados círculos se conoce con el grito de "¡Taxidermia!". Si les parece raro, lo siento. Las cosas tienen sentido hasta un cierto punto. Luego se pierden.
Puestos a destacar lo necesario, que no lo contigente, quédense con Blanca Suárez.
La cómica más seria entre tanto cómico gracioso.
Luis Martínez.


Siendo un nefasto lector de guiones, un imprudente amigo que iba a producir una película de José Luis Cuerda se empeñó en que me deleitara con el de Amanece que no es poco. Me pareció sorprendente y surrealista, había cosas que me hacían gracia y otras menos, no imaginaba ese material transformado en imágenes. El resultado constituye para un público variado, incluidos los espectadores jóvenes y los modernos de cualquier época, su película favorita, un disparate imaginativo y genial, un colocón, una referencia de culto, esas cositas tan lúdicas. Para mi desgracia, no participé de esa euforia y tampoco la he revisado, pero recuerdo que en algún momento me afloró la risa.



Con Tiempo después me llegan informaciones previas de que su universo es fraternal con el de Amanece que no es poco. Y, como lo que más agradezco en la vida y en el cine es divertirme, espero pasar un buen rato, sentirme cómplice del humor, la irreverencia y la vocación esperpéntica de su director.





Pero no hay forma; al final de su metraje sigo esperando a Godot, la expresión de Buster Keaton no se altera en mi rostro. Y los chistes políticos, religiosos, filosóficos, sociológicos son indesmayables y acelerados en boca de personajes con trazo surrealista y vocación de absurdo. Es un ejército de parados y famélicos que se niegan a la sumisión y que, lógicamente, pierden su batalla exclusivamente dialéctica contra la representación del poder, encabezada por militares, burócratas y un rey emparentados con el delirio.



Pero constato con infinita envidia que las carcajadas son frecuentes e interminables en gran parte de la sala, que, a lo peor, si me aburro tanto con esos personajes, diálogos y situaciones tan presuntamente hilarantes, algún psiquiatra debería aclararme y curarme mis carencias, patéticas limitaciones. El problema debe de ser mío y no de una película (sospecho que otra vez de culto) que sus feligreses colocarán en los altares de su deleite. Que la disfruten eternamente.
Carlos Boyero

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