La odisea de los giles


Tanto la reciente El cuento de los comadrejas como La odisea de los giles se podrían englobar en un subgénero muy argentino susceptible de denominarse (parafraseando a los Hermanos Lumiére y su Regador Regado) «El timador timado». Aquí los protagonistas son los habitantes de un pueblito recóndito de la provincia de Buenos Aires que a principios del siglo XXI pierden todos sus ahorros tras la llegada del corralito para darse cuenta, después, de que han sido estafados inmisericordemente por un banquero y un abogado que manejaban información privilegiada. Así que se constituyen en una especie de banda de gánsteres amateurs y un tanto torpes, al estilo del gran clásico italiano Rufufú, para vengarse y recuperar su dinero, lo que da pie a un thriller trufado de innumerables situaciones de comedia y con un fuerte componente de crítica social hacia los abusos de los poderosos sobre los giles del título (en Argentina, dícese de las personas sencillas y simples).



Todo fluye con naturalidad y credibilidad a partir de un guion que dosifica inteligentemente la intriga y dibuja unos personajes llenos de autenticidad que le permiten a todos los miembros de un notable reparto tener sus momentos de gloria individuales. Es verdad que se echan de más algunas concesiones al dramatismo y al romanticismo que rompen un poco el ritmo y no vienen a cuento, pero en general se trata de una película amable, divertida y muy viva que reinvindica la solidaridad y la lealtad e invita a tener una mínima esperanza en el género humano.


Con parecida mano para solapar guasa y asombro como en aquella surrealista película anterior, «Un cuento chino», Sebastián Borensztein aborda aquí la divertida, dramática y social historia de un grupo de amigos, vecinos y perdedores de un pequeño pueblo argentino que, durante el año 2001, el del «corralito», vio cómo se esfumaban sus ahorros para reflotar una cooperativa agrícola.


Un guion bien armado y unos actores que se ajustan con mucho talento a sus personajes sin excesivos talentos (es decir, auténticos «giles», incautos, tal y como los califica el título) ensamblan una trama entre cínica, amena y ligera que combina la intriga (hay que devolver el golpe con otro golpe) con la mirada social (hay que restaurar lo que es justo).


El argumento propone fábula moral y suspense «policíaco» con un plan al estilo «Ocean’s eleven» en cruce con «Atraco a las tres», con un Ricardo Darín, vieja gloria del fútbol local, también un poco entre Clooney y López Vázquez, acompañado por ese actor torrencial que es Luis Brandoni y, entre otros, por su propio hijo, Chino Darín.




El fondo del enredo, entretenido y chocante, busca la catarsis, la revancha y la explosión de buenos malos sentimientos, y todo está tratado en un tono amable y a la vez malicioso que ni te impide sentir lo dramático ni disfrutar de lo festivo y chistoso.
Oti Rodríguez Marchante y  Alberto Luchini

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