Vivir dos veces


Las dos Marías, Ripoll en la dirección y Mínguez en el guion original, se combinan con armonía en una película que es una hermosa mezcla entre la esperanza y la melancolía, tanto en su sentida escritura como en su artístico envoltorio cinematográfico.


La esperanza se encuentra en los toques desenfadados y más cercanos al humor de unos personajes cuya vida muestra en realidad un drama. Probablemente como todas las vidas en este mundo que no son quizás más que, como cantara Aute, un ejercicio de gozo y dolor. Constituye un reclamo al espectador más allá de contarle una historia: una llamada a afrontar la vida con esperanza, los problemas con desparpajo. Ese sentir se plasma fundamentalmente en la personalidad del personaje de la niña Blanca y en su relación con los otros, especialmente con su abuelo Emilio, del que parece haber heredado su forma de ser.



La melancolía reside no obstante como trasfondo de las situaciones que viven. Una infancia no fácil de la niña, un matrimonio que hace aguas entre sus padres, y el deterioro inevitable de cuerpo y mente con el paso del tiempo del abuelo. La melancolía es esencialmente el ingrediente que mueve las relaciones entre los personajes, la historia de Emilio soñando con recuperar las oportunidades que dejó pasar, el verdadero amor, el de la magia de esa alma gemela que encontraste, pero no supiste o no pudiste hacer realidad. Esta historia de Emilio es el eje de principio a fin sobre el que gira la narración.


La película no sería tan eficaz sin los que dan certera vida a los protagonistas. Nacho López como el cínico padre y marido que a ratos resulta pedante pero que esconde sinceridad y aporta las dosis de humor de un personaje algo caricaturesco; Inma Cuesta como a la vez la esposa, madre e hija que tiene que lidiar con todos e intentándolo hacer lo mejor que puede acabar casi siempre desbordada; Mafalda Carbonell como la niña dispuesta a afrontar lo que le venga con la resolución de la cruda sinceridad no exenta de ironía ante los demás; y finalmente y esencialmente Oscar Martínez, el abuelo, sarcástico a ratos, soñador, enfermo en el ocaso de una existencia, y con una interpretación tan expresiva como brillante al igual que lo fuera también en la recientemente estrenada este año "El cuento de las comadrejas" y en "El ciudadano ilustre" hace tres años.


Cada vez es más frecuente que el cine actual aborde una enfermedad más presente en nuestra longeva vida occidental: el alzhéimer. Además de afrontar esta cuestión, Vivir dos veces también otorga protagonismo a esos personajes femeninos (como la protagonista) en batalla continua para intentar que todo funcione en su casa con los distintos frentes y generaciones y, por supuesto, en el trabajo.
En este sentido, el guion abraza tantos aspectos que tiene que naufragar un poco en algunos: como la búsqueda del tono idílico y emotivo en esa fugaz historia de juventud o el secundario rol de padre que se cuelga y descuelga de una forma poco lógica y abrupta.


En definitiva, algo más de hora y media de metraje, que personalmente me pasan muy rápido y me dejan luchando entre conservar las ilusiones o sucumbir a la tristeza de las ocasiones perdidas, con un bellísimo final que antes del último ocaso se abre a la luz de una segunda vida también en ésta.

SPOILER!!!


Hay algo más que materia, pues un misterio mágico se esconde detrás. Justo antes de los títulos de crédito, Emilio y Margarita, muerta ya la memoria en la residencia de ancianos, reproducen el encuentro de dos almas gemelas que ahora de alguna forma pueden vivir dos veces y recuperar la oportunidad perdida. Allí, estando juntos sobre la arena a la orilla del mar, aparece la verdad en el brillo de sus ojos.
Pedro

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