Señor Vargas Llosa:

Elogio de la madrastra
No me importa que sepan ustedes que velo el lecho de dolor de una anciana a la que se le ha metido en la cabeza que ha llegado el momento de morirse. Como un árbol tumbado a la fuerza, al que un tornado violento y resentido ha postrado de costado, yace ella boca arriba con el pecho podrido de mucosidades lacerantes y obstinadas, que crepitan como un leño en el hogar. En el asiento reservado al familiar resignado vigilo yo, libro en mano, de que la muerte, esa sombra descocada y oportunista, no se la lleve impunemente en el silencio de la noche, entre la modorra del sueño y el frío metálico de la mañana. Deberé, según parece, sorprenderla y provocarle una estampida. Y no sé yo, si mi figura apocada sacudirá los cimientos sólidos de aquella que anda descalza y vestida de soberbia desde hace ya tanto tiempo.Sonrío en la penumbra, acurrucada. Plegada en mi templanza y libro en mano, atesoro los segundos respirables, acumulando sensaciones. No hay nada de más en nuestra vida, ni un dolor, ni un suspiro, no. No. Porque si miro mis manos, boca arriba y boca abajo, estás me cuentan que los caminos se cruzan, que las rayas de la vida y de la muerte juegan al parchís y en medio de la línea del amor tengo una pupa que se convirtió en secuela y ésta en sabiduría.Vuelvo a sonreír, porque al final la vida es el libro más interesante.Me duermo, y la culpa la tienen los segundos hospitalarios, que laten bajo el peso del hormigón del tiempo.Todo aquel que escuche su propio cuerpo en el silencio más sepulcral, sabrá de ese vértigo que se siente al cerrar los párpados para escrutar los humores de la noche.Y en ese sueño que se levanta quejumbroso y valiente, nacido de una postura casi contorsionista, veo al señor Vargas Llosa, padre de este libro que ameniza mis largas horas de sillón, y le digo: valiente libro ha escrito usted, señor Vargas Llosa...




...que atormenta
y desconcierta mis pesares
con sonrisas
verticales.
Que si abluciones
y tormentas estomacales,
que si vergas
querubines y lenguas,
que si la transparencia de la seda negra
y el silencio del eunuco,
la saliva del infante
en la boca de su madrastra,
el cuerno del unicornio,
abrazos, muslos y montecillos de Venus,
pechos blancos y turgentes,
vientres blandos generosos,
hendiduras con olores agridulces,
jóvenes amantes en el bosque
que ríen, con el cuerpo enredado
y yacen después, sonriendo de gozo
mientras el tercero en discordia
contempla la escena, dichoso.




Y quisiera yo saber cómo ha logrado usted, señor Vargas, que en este momento de mi vida encajen de esta manera tan exacta, su sonrisa vertical con este pesar abstracto.
Publicado por Ángela
http://siguiendolospasosdebarro.blogspot.com.es/

Comentarios

Entradas populares de este blog

Haikus de Muerte

Pakt (El pacto)

70 Binladens