Les grands esprits (El buen maestro)





Vale, el título en castellano no mola nada, eso de "el buen maestro", ¿en serio?, y luego está y no lo podemos dejar pasar, que es un tema más que trillado, pero trillado trillado en el cine (¿he dicho que el tema esta trillado?), un profesor llega a un instituto de niños problemáticos o difíciles y lo que comienza como el rosario de la aurora va cambiando paulatinamente, que se lo digan a Michelle Pfeiffer allá por 1995 en "Mentes peligrosas". ya ha llovido ¿eh? Pues así y todo me ha gustado la película. Acude a buena parte de los arquetipos del subgénero, pero es sincera y nunca les tiene miedo, incluso al paralelismo del amor no correspondido y al cliché de la novela guía.



Como bien se está demostrando estos días, la mayor de las revoluciones puede tener su punto de partida en la educación. Y el cine, desde la, en cierto modo, fundacional "Semilla de maldad" (Richard Brooks, 1955), se ha ido haciendo eco con cada generación de la pequeña gran insurrección que supone guiar con espíritu crítico a un grupo de chavales poco interesados en el alimento educativo: "Rebelión en las aulas", "Conrack", la citada antes "Mentes peligrosas", "Descubriendo a Forrester", "Hoy empieza todo", "Ser y tener", "La clase", "Half Nelson"… Porque, aunque La versión "Browning" (Anthony Asquith, 1951) llegara antes, la película de Brooks estableció el modelo más repetido, el del profesor que se devana los sesos para servir de guía educativo y moral en un ambiente depauperado.


Cada vez que Francia nos envía una película sobre la educación necesariamente laica y pública (ni privada ni concertada) se nos saltan las lágrimas. No es tanto envidia, que también, como estupor. ¿Por qué les preocupa tanto algo que nosotros o ignoramos o simplemente despreciamos? Desde "Cero en conducta" a "La clase" pasando por "Adiós muchachos", la tradición les asiste. La tradición, el gusto y la capacidad para abrir un espacio de libertad en el territorio siempre inexplorado de la infancia o primera juventud. "El buen maestro", de Olivier Ayache-Vidal, es otra cosa. Mucho más obvia, por predecible, la cinta se limita a reproducir, con sencillez y buen tono, el patrón anglosajón del maestro que, de repente, descubre que las reglas, las de siempre, no sirven. Piensen en Rebelión en las aulas. Y sin embargo, cuesta ponerse en contra. Todo es evidente, sí; pero oportuno. Y aquí, de nuevo, la envidia.


Siguiendo la línea trazada por la cinta ganadora de la Palma de Oro en el 2008 “La clase”, El buen maestro indaga en la realidad diaria de un instituto francés de los suburbios, pero esta vez de un modo más amable. La premisa de la película es clásica; el personaje se enfrenta a una situación opuesta a la suya. El profesor de la élite debe dar las lecciones más básicas a alumnos que no quieren aprender. Pero… ¿Cómo despertar el interés de la lengua y la literatura en los alumnos?


Por lo tanto, la película plantea una tesis interesante: el humanismo como solución. A través de la lectura de “Los Misereables”, descubrimos que la obra trata de historias que les interesan. Viéndolo en perspectiva, esta solución parece un poco peregrina y ya vista anteriormente.



El film no retrata la diversidad que plantea cada alumno y alumna de la clase. Sino que prefiere centrarse en la relación del profesor François Foucault (Denis Podalydès) y el alumno Seydou (Abdoulaye Diallo). Pese a que los personajes sean contrarios a la vez se complementan. Seydou debe decidir si salir de su propia realidad, la realidad de un hijo de inmigrantes en un gueto de barrio; y Foucault intentará sacar algo positivo de la experiencia fuera de su zona de confort. Foucault vive a la sombra de su padre y a Seydou le falta la figura de éste. En definitiva, los dos personajes se refuerzan y cambian mutuamente.




El relato se mueve por los cauces previstos, y a pesar de ello consigue conmover y mantener, aunque cálido, su frescor gracias al grupo de jóvenes actores (personajes moldeados para no resultar cargantes, indigestos) y a la cara de berza, pero sumamente comprensible y digna de Denis Podalydès, el profesor. Los viajeros y el viaje de unos hacia otros son reconocibles, previsibles, pero merece la pena hacerlo.
javi rojo

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