El collar rojo
El veterano director francés Jean Becker nos regala una
pequeña película, modesta en producción, pero con muchos entrañables obsequios
dentro. A sus 85 años, Becker decide sumarse a las celebraciones del primer
centenario de la Gran Guerra con esta cinta ambientada precisamente en aquella
contienda. Se trata de la adaptación de la novela homónima de Jean-Christophe
Rufin –autor de El abisinio–, publicada en castellano en 2014 por Ediciones B.
Jean Becker es uno de los grandes directores europeos e hijo
de otro aún más importante, Jacques («París, bajos fondos»). No tienen nada que
ver con la rama tenística del apellido. El autor de «La fortuna de vivir» y
«Conversaciones con mi jardinero» relata aquí un episodio menor de la Primera
Guerra Mundial, un «ultraje a la nación» que no está escrito pensando en
oportunistas lecturas. El origen es novelesco.
Recién terminada la guerra, el soldado Morlac (Nicolas
Duvauchelle), condecorado por su valor, acaba en prisión por un acto de pública
ofensa a los símbolos de la patria. El juez militar que debe sentenciar el
caso, el comandante Lantier (François Cluzet) quiere entender bien lo que ha
sucedido, ya que experimenta una cierta simpatía por el acusado y sus razones.
Para ello, aparte de a él, irá entrevistando a algunos de sus conocidos, y en
especial, a su mujer Valentine (Sophie Verbeeck).
La película, por una parte, ofrece una crítica muy dura, no
solo de la Primera Guerra Mundial, sino del poder, de la política y del
militarismo, recordando al discurso amargo del coronel Dax de Senderos de
Gloria (Stanley Kubrick, 1957). Por otra parte, es un hermoso cuento de amor,
con los claroscuros dramáticos del orgullo, la incomunicación y los
malentendidos. Y en tercer lugar es, de fondo, una reflexión sobre la
naturaleza de la lealtad: la lealtad del perro al amo, la lealtad a la patria,
la lealtad a los ideales, la lealtad al amor…
La película es sencilla y profunda, como un pozo en mitad
del desierto. La intriga, leve y quizás insuficiente, se va desmadejando
mientras Becker nos habla de misterios más importantes, los del amor
(preferibles) y los de la guerra (abominables). No es una de sus grandes
películas. Es casi un cuento, no solo por su brevedad, que sin embargo contiene
más sabiduría que la filmografía completa de otros directores.
Si Morlac encarna el rechazo del sistema, Lantier es un
militar que, tras haber visto con sus ojos el horror de esa guerra, se ha
desencantado y está en condiciones de entender mejor al acusado. El tercer
vértice de este triángulo es Valentine, el amor de Morlac, que oculta un
misterioso y doloroso secreto. En el centro del triángulo, el perro, anónimo,
testigo y protagonista de algunos acontecimientos decisivos de nuestros
personajes. Una película discreta, pero entrañable, grata y llena de temas nada
banales. No está nada mal.
Juan Orellana
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