El Zorro




Existen dos tipos de espías durmientes: los que han nacido en el país al que están dispuestos a traicionar y se mueven con el sigilo de las serpientes entre sus compatriotas, y los oriundos del país enemigo, entrenados durante años en el dominio de un idioma y unas costumbres extrañas, que deberán fingir propias para infiltrarse con éxito en un territorio hostil. Tanto unos como otros, los nativos y los extranjeros, tejen una red invisible y están preparados para permanecer en actitud latente, sin importar el tiempo de la espera, hasta que se les reclame para la acción. Y Frederick Forsyth (Inglaterra, 1931) lo sabe.



El veterano autor británico, expliloto de la RAF, cuyas tres primeras novelas, «Chacal», «Odessa» y «Los perros de la guerra», constituyen tres de los grandes «thrillers» del pasado siglo, regresa con «El Zorro» a uno de los escenarios que mejor conoce, el que retrata la estela de una Guerra Fría que nos parece ya muy lejana y, sin embargo, todavía funciona como motor de la tensión narrativa, quizás porque, sobredimensionada y dotada de renovadas estrategias, intuimos su resurrección.


El arma más peligrosa

Con un estilo hosco, subordinado al ritmo vertiginoso de los acontecimientos, pero que, sin embargo, nos recuerda más que nunca al más analítico y refinado de su coetáneo John Le Carré, Forsyth sitúa en el centro de la trama de «El Zorro» a Luke Jennings, un chaval británico de 18 años, con síndrome de Asperger y capacidad suficiente para violar la seguridad informática de un sinfín de servicios de inteligencia.
  


Cuando en 2012 el «hacker» Gary McKinnon se defendió en los tribunales para evitar que Inglaterra autorizara su extradición a EE.UU., Forsyth ya sugirió en su columna de «The Daily Express» que lo más sensato, lejos de juzgar a McKinnon, sería explotar sus habilidades contra la tecnología ajena para obtener información. Él podía convertirse en el arma más peligrosa; una idea que, probablemente, se convirtió en el germen de esta novela y que los fanáticos de Bruce Willis asociarán a la película, «Mercury Rising».



Una buenísima novela del género con un estilo hosco, subordinado al ritmo vertiginoso
No falla en «El Zorro», sosteniendo con firmeza los mimbres de la historia ficticia, una descripción casi periodística de la actualidad internacional, en la que solo se camuflan (o se omiten) los nombres de quienes podrían darse por aludidos. Es así como la mirada de Forsyth nos muestra a un presidente que tuitea; a otro que, atrincherado en el Kremlin, se escuda en la democracia como tapadera; y a una primera ministra que se rodea de asesores de la vieja escuela, supervivientes de una época en la que los ases del espionaje, «al igual que los jugadores de ajedrez», se estudiaban con cautela y nunca dejaban de seguirse la pista.



Así ocurría en «El Topo», de Le Carré, donde Smiley siempre tenía a Karla en el punto de mira; y así ocurre en «El Zorro», que gracias a los perfiles de Sir Adrian Weston o Yevgeni Krilov nos devuelve la oportunidad de disfrutar de una buenísima «novela de espías» -quizás la mejor desde «Operación Dulce», de McEwan- con una paradoja entre sus páginas: el hecho de que la amenaza de la tecnología moderna exija el regreso a los métodos tradicionales para garantizar el hermetismo de las operaciones secretas.
                                                                                            MARINA SANMARTÍN @ABC_Cultural


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