Todo el dinero del mundo


Inspirada en hechos reales. Se cumple el adagio irrevocable: a más realidad, menos verdad. Cualquier parecido con esa llamada realidad será borrado a la fuerza, con mano chapucera, sin dejar ni la apariencia.
Rocambolesca, grotesca historia que quiere pasar por solemne e importante y no ofrece más que (falta de) vergüenza y desastres al pasmado, cariacontecido, superado, arrasado espectador.
El comienzo despista. Su unción y afán de estilo, una grandilocuencia pop rimbombante y chula, te atrapan. Es solo un espejismo. Pronto se empezarán a suceder los disparates, las mentiras, las marrullerías, estupideces y banalidades. En cascada, suma monstruosa de errores y horrores de guion, de agujeros, idioteces y barbaridades en aluvión.


La posible reflexión podría apuntar a la idea abstracta de lo que supone ser inmensamente rico, un concepto que en este caso equivale a una infinita avaricia y enferma tacañería. A más dinero ganado, más miedo de perderlo. A mayor riqueza, menor generosidad. Y también cómo el dinero es un imán para rufianes de toda calaña y condición. O los ricos también lloran y se vuelven imposibles si les abandonas y no los cuidas ni te preocupas por ellos.
Dentro del contexto italiano de los años setenta con el auge de los movimientos terroristas de izquierda, en concreto las Brigadas Rojas, y el panorama mundial afectado por la crisis del petróleo de 1973. Ambas cuestiones tratadas de manera tan superficial y poco seria como el resto de la película.


Comienza la narración con la voz en off del chaval secuestrado, después de una serie de flashbacks que nos pretenden explicar, fugaz y espectacularmente, el origen de tanto dinero, un vástago, nieto de una dinastía millonaria, descendiente del hombre más rico del mundo.
Posteriormente, esa voz se diluirá, como todo lo demás, simple excusa para montar un show estupefaciente, altisonante y fullero.


No sé ni por dónde empezar a desmenuzar (o lo que sea) tanto desafuero. Me pierdo. Me ahogo en mi propio vómito. Es como un océano de insondable felonía e incoherencia.
Vamos a ver. Por ejemplo:
- Nos dicen de repente que el padre del chaval se ha vuelto drogota y a correr.
- La madre, en una escena que es imposible creerse tal como está contada, nos la muestran como una heroína que tiene los ovarios bien puestos, deslenguada, valiente, con los valores más hermosos como estandarte, renuncia a un posible dinero (a ella solo le interesa lo espiritual), calderilla, y solo exige la custodia de los niños. Ay, qué maja.
- Le secuestran al hijo.
- Piden un rescate.
- El viejo no quiere soltar la pasta y llama, después de un rato largo (para qué prisas si solo está en juego una vida humana de nuestra propia familia), al Wahlberg hermoso para que resuelva el problema de manera económica y, ya de paso, ponga un poco de orden.
- Se hace cargo. Es un tipo grande, confiamos en Mark, siempre todo lo resuelve, es un gran héroe. En un parpadeo traerá al chico de vuelta, sano y salvo. Seguro.
- Vemos a los cutres secuestradores. No les llega el dinero.
Y de repente, un personaje, así como si nada, dice (si no escuché mal, que es posible, tengo el oído, la oreja dura) que está harto de vigilar, que llevan meses ahí.
¡¿Cómo?! ¡¿Meses?!
Si en la película parecían horas de té y tertulia futbolera en complejo hotelero en vacaciones paradisíacas.


Toda la policía italiana movilizada y el Wahlberg al mando (haciendo flexiones en los ratos libres, interesante dato). Y no vemos ni negociación, ni investigación, ni avance, ni retroceso, ni nada. Una espera calma que hay tiempo y ya si eso lo resolvemos.
Que el chaval nos había gastado una broma, que lo dicen las Brigadas Rojas. Venga. Es un bohemio y un cachondo. Es lo que tiene.
- Por fin encuentran la guarida de los malosos, pero ya no está. Lo han vendido a unos inversores (literalmente, no confundir con facinerosos o desgarramantas). Que ni idea tenemos de quiénes son. Pero zarrapastrosos y malvados como los anteriores. A lo grande. Peores todavía.
La policía y el Wahlberg siguen a lo suyo. Es decir, a la nada en cuerpo y alma. Y la madre santa con sus modelitos de entretiempo ahí continúa, temeraria, guapa, lista y maravillosa. A la espera que es cosa sana.
Pasa otro porrón de tiempo, quizás años luz (digo yo) ... Y le cortan la oreja. Para que el espectador atónito disfrute un poco.
El que no se divierte es porque no quiere. Dale alegría a mi cuerpo, Macarena, aaaaaaiii.


El viejo se enternece y paga. De aquella manera, desgravando, qué malo es el zorro canoso.
Los malos se escapan. Llega el helicóptero. Los buenos por fin lo rescatan de entre las sombras.
Ya está en casa. Sin oreja. Sin abuelo (se murió por fin el cabrón y les ha dejado todo el dinero) y sin padre, que sigue a lo suyo, sonado, a la droga mala.
Y al final dan mucho dinero a la sociedad, por caridad. Seguro, ya que ella es muy buena y generosa.
Inspirada en hechos reales. Nos vuelven a decir. Por si a alguien le habían surgido aviesas dudas al contemplar impertérrito lo mostrado. No. Todo fue así, tal cual, salvo alguna cosilla sin importancia.
Al grano. Puñaladas traperas que se suceden cada poco para hacer creer al espectador que va a pasar algo y... no. Tensión hitchcockiana la llaman los entendidos:
- Dicen que han encontrado el cadáver del chaval. No. Error. Era broma. Era otro. Un malo.
- El viejo necio ofrece por fin el dinero. Que no. Broma otra vez. Era para pagar un cuadro. ¿Qué? ¿Os habíais creído que hablábamos en serio? Ja.
- La madre recuerda (la tele que todo lo puede) al Minotauro millonario.
Claro, tenía una figura de más de un millón de dólares y se le había olvidado (en un armario junto a las fotos de la comunión y las zapatillas de jugar al tenis -como los suegros del gran Granados encontraron un millón de euros, previamente cedido por un operario que había estado de obras en su casa y lo había dejado en un mal despiste), lógicamente, ya dijimos que era muy desprendida y nada materialista, a pesar de que necesitaba el dinero a vida o muerte, lo normal, eso es amor de madre y lo demás, cuento. Pues a venderla. Ya está. Pues no. Otra broma. Otra jugada del jodido viejo. Era de pega.
- Llegamos al final. Liberan al chaval. No se queda quieto. Se escapa corriendo. Que nos lo matan otra vez. Ay, Dios mío. Los malos van a por él. Los buenos también. ¿Quién ganará, los cientos de malvados que conocen el terreno como la palma de su mano, la policía que también son un buen número de italianos o la madre y el Wahlberg que ni conocen el lugar ni son de allí?... Lo encuentran con su olfato Marveliano.
Sigamos con dudas, ruegos y preguntas:
Si mi oído (oreja dura) no me falla, el viejo dijo que tenía quince nietos, que ese era uno de los motivos por los que no pagaba, para no dar alas a los secuestradores, a posibles imitadores. Bien, eso me lleva a:
- ¿Por qué no vemos al resto de familiares, a alguno por lo menos, ya que son tantos y la situación lo requiere de forma tan perentoria? Calla, no vaya a ser que la liemos.
- ¿Por qué al final los hijos de la heroína amada son los únicos herederos, si no entendí mal, y el resto, los demás hijos y nietos que se supone que alguno debía estar vivo, dónde andan?
Más cosas: maniqueísmo pueril:
- El viejo es un monstruo absurdo en su monomanía. No resiste ni el menor análisis.
- La Williams nos la quieren presentar como su némesis bondadosa. Pero no cuela. Porque el retrato queda cojo, inverosímil. No se entiende su comportamiento: ¿por qué no remueve Roma con Santiago, de verdad, por qué no pide dinero a los demás familiares, a quién sea, lo que sea, se sube por las paredes, algo, por qué todo en ella es tan frívolo, tonto, cargante, insufrible, penoso?
- ¿Y el mamarracho del Wahlberg, se puede hacer más el imbécil, ser tan inútil e irresponsable, tan redomado pasmarote, tan vago, un tipo que nos lo vendieron como la leche en lo suyo y no mueve un dedo durante meses ni hace nada de provecho, a pesar de que para salvarle la cara a última hora nos saquen la escena, de risa, en la que canta las cuarenta al viejo?
- ¿Y ese final operístico con la muerte del viejo al estilo "Ciudadano Kane”, solo y loco, consumido por el odio, ¿por qué tan inflado y ridículo?
- ¿Y el retrato de Italia y su policía por qué es tan pavoroso: una sociedad tan brutal, sin ley ni alma, ¿regida por la violencia y el silencio?


En fin. Basta. Que no hay quien se crea nada de lo que pasa. Una mezcla de mentiras a puñados, medias verdades obligadas, utilización penosa del morbo (no era necesaria la escena gore con el doctor Mengele), creación de personajes de cartón piedra (quizás sea Romain Duris el único que pudiera tener gracia en su ambigüedad, si no lo hubieran convertido en un simple estrambote) a los que le atribuyen unos valores morales a la fuerza, y una división entre buenísimos y malísimos infantil, imposible. Más una moraleja tan obvia, burda y vulgar que dan ganas de sacarse los ojos además de las orejas.


Miedo me da empezar a investigar el secuestro real. Probablemente descubra que Scott, su guionista, productores y todo el gran emporio del cine americano nos tienen a nosotros secuestrados, sacándonos los higadillos y lavándonos el cerebro desde hace tanto tiempo que ya ni olemos, vemos u oímos, ciegos, sordos y mudos, embrutecidos hasta el delirio.


Y sí, estoy de acuerdo, ricos tontos los hay a patadas. El mérito es ser un pobre con sangre, inteligente. Como todos nosotros. Que se enteren, que vamos a por ellos. Mañana mismo.
Ferdydurke.

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