La cena



La locura (en general y en particular: bipolaridad, maniaco depresivo y ciclotímico), el arte de la guerra, la guerra civil norteamericana, la batalla de Gettisburg, la educación, la falta de atención y concentración de los alumnos, la Historia (como enseñanza y estudio), la política (y la vida, que es lo mismo: estrategia), la paternidad, la fraternidad (Abel y Caín reloaded), la falsedad, la amabilidad, el club de las nuevas esposas, la diferencia de edad en la pareja cuando es grande y el dinero y los niños de otras madres y diversos orígenes están de por medio, recaudación de fondos, campañas, jefa de prensa, ayudanta o secretaria, las exesposas, la adopción, el racismo, la riqueza, la pobreza, la indigencia, la peligrosidad de los cajeros de dinero, lo jóvenes mastuerzos (y asesinos, bestias y malnacidos), internet y la infinita estupidez (youtube, facebook, twitter, instagram... ), los móviles y sus cámaras criminales o portátiles, los hijos necios y los padres débiles, el egoísmo, la cobardía, los roles sexuales (las mujeres fuertes, despiadadas y manipuladoras y pacientes y valientes; los hombres superfluos, dubitativos y ensimismados y manipulables y contemplativos), la gastronomía (pija y ridícula y lastimosa y humillada), la hostelería, los camareros, los metres, la enfermedad (el cáncer, siempre el cáncer), la muerte, el frío, la noche, el fuego, el pasado, el presente, la pérdida de valores en Occidente, las familias (opresivas, grotescas y espantosas), Freud, Edipo y Electra, misantropía, genes como huéspedes desagradables y ciegos (negados).... y muchos más temas en aluvión y generosa proporción que ahora me olvido porque mi pobre memoria ya no retiene.



 Todos. Cógelos. Júntalos. Échalos (a una bolsa). Revuélvelos durante un buen rato. Sin prisa pero sin pausa.Abre la bolsa. Tira a lo lejos el contenido. Recoge los trozos, los restos. Vuelve a juntarlos y espárcelos sobre una mesa (redonda).Ese es el orden. Lo que quede. Ahora pégalos. Haz una historia.
Ponle musiquita (como de jazz, molona, intelectual). Una fotografía pintona (rojiza, luciferina).
Alíñala con una ración sutil de métafora culinaria, que para eso están cenando, coño.



Contrata a Richard Gere, a Laura Linney, a Steve Coogan y a una bella muchacha (Rebecca Hall, la recuerdo por primera vez en "Vicky Cristina Barcelona"). Diles, si no pican, que es nada menos que la adaptación de una novela prestigiosa y reconocida (por todos) que desmenuza la sociedad actual con mano maestra, satíricos modos y quirúrgico humor. Añade que es una certera visión de la contemporánea desolación. Cítales a grandes autores, a los mejores, a Shakespeare, Sartre, a Cioran, a Beckett. Promételes que suya será la gloria, que tan solo eres el mediador, el humilde artífice.
No les pagues mucho. Eres pobre, es una película independiente. Cultural, transgresora, muy irreverente.


Irán corriendo. Con el culo (y la lengua) fuera.
Para que parezca más grande o interesante y con algún posible sentido, mezcla los tiempos a través de unos cuantos flashbacks (incluso podría parecer que los personajes actúan movidos por causas lógicas, inmersos en una cadena de sucesos con cierto contenido y sustancia).


Y ya está. Ahora reza. Para que no se enteren. Para que la estrenen. Para que la vean. Para que crean.
O mejor. Para que finjan. Eso casi siempre funciona. Hablas del target. Conoces la psicología de tu espectador medio. Sabes de su miedo al ridículo, de su esnobismo, de su afán por quedar bien y demostrar que es un perro bien instruido y amaestrado. Moriría sin dudarlo antes que reconocer que no la ha entendido (para este buen ciudadano siempre hay algo que entender, descifrar y codificar, no es concebible el hipotético caso de la negación de esa información o código, ya sea por incapacidad o apuesta radical del supuesto creador, prestidigitador o gran timador) o no le ha gustado (vade retro).
Y si esta vez no cuela, échale la culpa al empedrado. A la degeneración de la raza y el fin del mundo. A la omnímoda censura. Seguro. Al truco del almendruco. Al barullo.



A mí me sirvió. Estuve traspuesto el tiempo suficiente como para que mi alma y mi cuerpo tan cansados por un día largo de mucho ajetreo tanto intelectual como físico recobraran las fuerzas necesarias para poder acabar este interesante ejercicio de vacío y, lo mejor, para poder/tratar de cerrar el día en las mejores condiciones posibles, que ya sabéis que las últimas horas, las postreras, son siempre las más apetecibles, fecundas y traicioneras.


Todos son malos, tontos y locos. A ratos. O todo junto. Pero en general, y resumiendo finamente, son unos grandísimos hijos de puta. Tanto los servidos como los serviles, los hombres como las mujeres, los infantes (muy especialmente) como los más primates.
Simios con móvil.
Ferdydurke

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