Borrar el historial (Effacer L`historique)

 


 

Benoît Delépine y Gustave Kervem se sumergen en las dificultades y la crisis de privacidad de la sociedad en red en Borrar el historial. Desde el principio se pueden ver ciertas influencias de comedia del absurdo, que se unifican con un mensaje brillante sobre cómo las redes sociales se han convertido en uno de los principales problemas de la población actual. De esta manera, se presentan tres personajes totalmente variopintos, que se unifican a raíz de una red de conflictos que confluyen en la vida digital. Por lo cual, aunque el guion explota un humor muy particular, cabe decir que hay varios momentos en los que se impregna de una crudeza extrema que se convierte en totalmente real. Se hablan de algunos de los conflictos que en los últimos años se han vuelto comunes, como la transmisión de vídeos con contenido sensible, la exposición y vida en redes.

Aun así, no se queda estancada en convertirse en una denuncia cinematográfica, sino que también plantea los miedos, inseguridades y el cansancio ante el gigante de Internet. Gracias a ello, se ven ciertas secuencias muy acotadas, que hablan de la precariedad y del aprovechamiento de un universo esclavizado por Internet en todo momento. No obstante, este humor puede no ser para todos los públicos, dado que no busca ser accesible o un humor fácil, sino que apuesta por un colorido retrato más perspicaz. Por ende, hay parte de los espectadores que podrían no conectar al no estar llenos de gags y de escenas hilarantes físicas, pero eso no quita que el libreto goce de una inteligencia palpable. Por lo que, habrá un sector del público que disfrute al máximo con ese humor cocido a fuego lento y sin grandes sobresaltos.

Uno de los puntos que más se disfruta de Borrar el historial es un elenco que se mueve en la naturalidad y cotidianidad, pero dando esos puntos de exageración que llaman la atención. En primer lugar, Blanche Gardin está excelente, con esa imagen de madre superada e imperfecta, que se mezcla con una personalidad extraña y peculiar. Sin duda, es una de las actrices que más brilla en la cinta, con una energía evocada a la destrucción de la que saca un brillo exquisito. Así logra ser una rara avis que termina conquistando a cada uno de los espectadores por su forma de proceder orgánica. También comentar que tiene una química particular con Vincent Lacoste, que se convierte en una participación certera y simpática para los fans del cine francés.

Después, Corinne Masiero parte de un perfil extraño, pero más tranquilo. De esta manera, su evolución se basa en un vaivén de situaciones de lo más rocambolescas. Además, al dar vida a una de las profesiones que más ha prosperado en la sociedad, los VTC, se transfiere esa desesperación que depende de los demás. Igualmente, su momento más álgido y en pleno clímax, Masiero lo aprovecha al máximo y su locura es una de las partes más potentes de la cinta. Por último, Denis Podalydès es la tercera pieza que completa este triángulo estrafalario. Al igual que sus compañeros, Podalydès entra de lleno en este universo extravagante, pero que no se aleja tanto de la realidad. Su carisma y su ingenuidad ante la pantalla hace que conquiste sin problemas a los espectadores. También subrayar esa expresividad tan personal, que evoca a ese costumbrismo cotidiano con una interpretación sólida y verosímil.

Nada más comenzar Borrar el historial, se percibe que la construcción visual y espacial se ambienta en una ciudad alejada del barullo de la siempre presente capital parisina. Por lo cual, es un acierto descentralizar la trama, dado que la atribución de avance tecnológico se suele asociar a las grandes ciudades. En consecuencia, la trama se basa en una vida de un suburbio que triunfa por mostrar el contraste de esa naturaleza frondosa y una vida menos alocada, frente a los problemas que comparten con el resto de habitantes del mundo: la tecnología. No hay una revelación en la dirección fotográfica innovadora, pero se aprecia la excelente gestión de la imagen en la que se enmarca. Dicho de otra forma, combina los espacios abiertos con un encuadre certero de la propia acción de los personajes.

La dirección de arte luce en los pequeños detalles y las referencias a la cultura popular, lo que sirven de guiños y enganches hacia el imaginario colectivo mundial. Lógicamente, se evaden de responsabilidades no haciendo menciones precisas, pero son suficientemente localizables como para triunfar en la propia historia. Luego, otro de los puntos a analizar es el ritmo del film. Es cierto que la primera parte se extiende en una estructura más pausada y llana, en la que no se sienten grandes sobresaltos. Sin embargo, a partir de la explosión, se sucede una vorágine de situaciones que revela el gran potencial del largometraje. Por tanto, esa montaña rusa de acción desemboca en una sinergia y en un dinamismo que termina por elevar la calidad de la película, dejando una sensación positiva y de espejo esperpéntico de la propia sociedad.

Borrar el historial es una denuncia histriónica, humorística y descarnada de las consecuencias de una sociedad en red. La comedia utilizada se mueve entre lo absurdo, pero con una profundidad llamativa y una inteligencia narrativa destacada. No obstante, habrá una parte del público que puede que no conecte de una forma tan fácil, mientras que otros la degustarán por esa perspicacia no tan obvia. Después, el reparto está excelente, con una cercanía y cotidianidad certeras, que se mezclan con lo extremo, exagerado y un uso de lo rocambolesco. La construcción técnica es eficaz, mejorando a grandes niveles en su segunda parte, sobre todo en el clímax propio de la película. Una protesta contra lo digital llevado a lo extremo, que triunfa por ser una realidad esperpéntica reflexiva y cómica.

 
(C)Diego Da Costa

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