Conceptos, escritores y una pequeña historia.


A veces escribo. Llevo haciéndolo toda la vida, de hecho. No mucho -va por temporadas, por diversas razones- pero escribo. Nunca he dejado de escribir, como me recriminan a veces en las convenciones y quedadas aquellos que son lo suficientemente veteranos -que no es lo mismo que viejos- como para recordar los fanzines y antologías donde de vez en cuando se dejaba caer un cuento mío, o incluso algún ensayo. Nunca he dejado de escribir, repito. Probablemente no podría.
No tengo, en cambio, esa fiebre -que siempre ha existido, pero que últimamente se ha convertido en obsesión, diría yo- por publicar. Siempre he pensado que las cosas llevan su tiempo, que tengo aún mucho que vivir, leer y experimentar (cuanto más de las tres cosas, mejor) y que de momento, mientras el cuerpo aguante, esas tareas ocupan eficazmente una cantidad excesiva de mi energía y de mi tiempo. Creo, además, que esa vida atesorada es indispensable para llegar a tener algo verdaderamente importante que contar, y que también ayuda a saber cómo hacerlo del modo más eficaz llegado el momento. Por supuesto, no pienso que este modo de actuar sea una verdad universal acerca de cómo llegar a la literatura, pero a mí me funciona, y me gusta lo que el tiempo y la experiencia hacen con las ideas que rondan y se empujan desde hace años en mi cabeza.
Quizá por eso precisamente me pasma esa especie de obsesión compulsiva de la gente por ser escritor. No por escribir, sino por ser (tal vez también sería de uso adecuado aquí el término figurar). Una vez más, lo que importa, aparentemente, es llegar, y no cómo se llega, ni que se va a hacer cuando se esté allí. Curiosamente, sospecho que el cine y la televisión tienen buena parte de la culpa, al hacer válidos y creíbles en la mente de los espectadores modelos idealizados que la gente cree que son reales sobre la supuesta vida de los escritores. De hecho, creo que tiene mucho que ver que la obsesión por “ser escritor” haya alcanzado cotas tan altas entre generaciones que leen muy poco, y que consumen en cambio vorazmente horas y horas de cine y televisión. Ahondar en el tema sería interesante, y a lo mejor alguien lo propone como mesa redonda o tema para una charla abierta en alguna parte.
Sospecho, además, que esta incomprensión ”conceptual” por mi parte es en cierto modo un problema generacional. Los escritores de género de mi quinta -es un decir- se desarrollaron lenta y dificultosamente con algo parecido a lo que los romanos llamaban el cursus honorum, la carrera pública que se realizaba empezando por lo más bajo del escalafón, y a la que todo joven prometedor debía entregarse para alcanzar un día los más altos honores de la república. Este “cursus honorum” de la literatura de género pasaba por ser aceptado en los fanzines de la época -auténtico filtro de calidad al que se llegaba a través del correo postal y las largas esperas-, y una vez pasado este examen, que podía durar años (en equivalente literario apenas un puñado de cuentos, dada la periodicidad de la mayoría de ellos) se ascendían los escalones siguientes hasta alcanzar las revistas, las antologías o la excepcional publicación de alguna novela. El proceso exigía, además, un interés claro por la literatura en general -y no sólo de género, como a menudo ocurre ahora- y una adquisición de las herramientas básicas necesarias a través del conocimiento de al menos una parte del Canon de la Cultura Occidental. Todo ello implicaba, por supuesto, muchas horas de lectura, de cine, de cómic, de revistas difíciles de conseguir y de títulos de los que uno había oído hablar, y se sazonaba además a lo largo de los años con tertulias tormentosas, largas discusiones, tardes enteras buscando por las librerías (insisto, no había internet) o incluso viajando a Madrid y Barcelona en busca de nuevos libros y nuevas opiniones que a menudo era imposible encontrar en el entorno inmediato.
De algún modo tengo la sensación, desde hace tiempo, de que todo ese lento proceso de filtrado y aprendizaje, de búsqueda de la “excelencia”, que diría el Señor Burns, casi ha desaparecido. Las consecuencias darían para un texto mucho más largo y una buena serie de carcajadas, pero creo que con estas pocas líneas ya he conseguido parecer lo suficientemente viejuno, taciturno y cascarrabias como para no tener que esforzarme más.
Dejo, en fin, como compensación, un testimonio adecuado para ser convenientemente acuchillado por quienes se hayan indignado al leer mis anteriores líneas. Se trata de un enlace a un cuento propio que El resto es silencio ha tenido la amabilidad de publicar. El cuento es inédito. Se escribió hace algunos años, en un mundo diferente. No es un relato de género, no figuró en ninguna antología, no fué editado por ningún fanzine y tuvo el extraño destino de acabar convertido en guión de un corto rodado en asturiano. Incluso hice un pequeño papel. Como nunca he tenido intención de llegar a ser escritor, me alegra decir que escribirlo me procuró numerosas satisfacciones -me hizo vivir y sentir un buen montón de experiencias- y que algún día, de algún modo, el trocito de vida que le debo a esa historia formará a su vez parte de algo que escriba y que espero que sea además un poco mejor. Y mientras tanto lo someto, amable lector, a tu inapelable juicio.
Vuestro, afectuosamente

Skalagrim.
http://www.skalagrim.com/?p=114

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