Un calcetin azul


Fotografía de Raul Urbina

El timbre sonó justo cuando le estaba echando azúcar a su té. Pensó en ponerse una camiseta, pero por el pasillo decidió que si alguien era tan inoportuno como para llamar a esas horas a su puerta, no tendría valor encima de enfadarse porque no fuese vestido de etiqueta.
–Hola, perdona que te moleste. Soy la vecina de arriba. La nueva.
Como para haber pasado desapercibida, pensó Oscar y ensayó su mejor sonrisa, abriendo un poco más la puerta. Recordó que sólo llevaba sus vaqueros cuando ella volvió la mirada de repente a su rostro, después de haberla bajado, sorprendida, por su torso.
–Encantado. Nos hemos cruzado en el portal, creo. Te llamas...
–Celeste. Verás, es que se me ha caído un calcetín y está en tu tendal.
–Pasa, no te quedes ahí. No tardo nada en buscarlo –Oscar le dio la espalda haciéndole un gesto para que lo siguiera–. Por cierto, bonito nombre, hace juego con tus ojos.
–Pero si no son azules.
–Pero son muy bonitos.
Conteniendo la risa, Celeste atravesó el vestíbulo y lo siguió hasta la cocina. Decidió que le gustaban sus pies, grandes y morenos. Ella también solía andar descalza por casa, así que ya tenían algo en común
–Mmmm. ¡Qué bien huele!
–Es té de frutos rojos. ¿Te gusta?
–Mucho. Pero, oye, se te va a enfriar por mi culpa.
–Imposible –afirmó Oscar, dedicándole un guiño travieso. Nada se le iba a enfriar teniéndola a ella cerca, pensó.
Celeste dedicó una mirada somera a la cocina, más recogida que la suya, tuvo que reconocer, y se detuvo en la espalda desnuda de su vecino, que asomaba medio cuerpo por el ventanuco que daba al tendal. Sí, estaba aún mejor de lo que había imaginado.
–¿Es éste? –preguntó, dándose la vuelta de repente y pillándola en plena inspección. En su mano tenía un calcetín azul que agitó para atraer su atención.
–Sí –Celeste extendió la mano para coger la prenda, con una sonrisa dubitativa–. Gracias. Ya me voy... –extendió apenas la punta del pie hacia la puerta, logrando una mirada apreciativa de sus largas piernas, cubiertas por un mínimo pantalón corto.
–¿Tanta prisa tienes? –Oscar apoyó la cadera en el fregadero y se cruzó de brazos, mirándola divertido.
–En realidad, no –contestó con cierto descaro. Vale, él la había pillado mirándole el culo, pero la mirada que le había lanzado al escote nada más abrirle la puerta, tampoco había sido precisamente discreta.
–Podíamos compartir el té.
–¿Tienes galletas? Te advierto que soy muy golosa.
–¿De chocolate? –Celeste asintió– Eres una mujer con suerte, son mis preferidas.
Mientras Oscar servía las tazas, Celeste se apoyó en la lavadora y se asomó a la ventana del tendal. Miró hacia arriba para ver su propia ropa tendida y sonrió al recordar cómo se le había caído el calcetín.
Siempre había tenido buena puntería.
Teresa Cameselle
http://teresacameselle.blogspot.com/2010/02/un-calcetin-azul.html

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