maldita zona ORA.

Todo sucedió a causa de la maldita zona ORA.
No tenía la intención de volver a coger mi coche en los próximos días, de modo que busqué un lugar a salvo de la rapiña legal, en el que poder estacionar el vehículo, eso, todos ustedes lo saben, equivale a tener que aparcar lejos del centro. Lo encontré, después de dar vueltas durante casi dos horas, en una calle de dirección única, en un barrio obrero, se ve que allí, la crisis, ha dejado el parque automovilístico como un erial, por fortuna para aquellos que aún no hemos tenido que empeñar el utilitario.
Pasaban de las tres de la madrugada y mi mujer, inquieta, no dejaba de enviarme Whatsapp, maldiciéndome, porque pensaba que estaba con otra, y amenazándome con los peores suplicios si no regresaba a casa antes de una hora. Llovía y, como suele ocurrir, no se veía ni un alma por la calle, ni acertó a pasar ningún taxi, de modo que me subí el cuello de la americana y comencé a caminar con paso apresurado.
Al entrar en la avenida, las farolas estaban apagadas; no le di mayor importancia, pensando que sería consecuencia de algún nuevo recorte. Las aceras estaban escasamente iluminadas por los débiles reflejos de los focos de escaparates y fachadas; nadie a la vista y los taxistas que andarían de parranda. Entonces la noté por primera vez, esa punzada en la columna vertebral que, como en otras ocasiones, me advertía de un peligro inminente. Quise tranquilarme pensando que eran simples aprensiones, no obstante, y por si un aquél, me palpé el costado izquierdo, en el que suelo llevar enfundado el Magnum cuarenta y cinco, igualito al que usa Harry, para cerciorarme que allí se encontraba, como así era.
De repente, de uno de los callejones adyacentes, surgió la figura de una chica, ensangrentada y con las ropas desgarradas, que cruzó los dos carriles de la vía, a todo correr, profiriendo unos alaridos sobrecogedores. El instinto me llevó a mirar en la dirección de la que provenía la mujer y allí estaban ellos, en mitad de aquella oscura y sucia calleja, con cadenas y un enorme cuchillo en las manos. No soy precisamente un cobarde, pero la punzada me recorrió esta vez desde la nuca hasta los talones, les aseguro que su aspecto era realmente aterrador.
Yo había visto a seres como aquellos en las series yanquis de la televisión, espeluznantes zombis de The Walking Dead , o Dead Set, sin olvidarnos de la Noche de los Muertos Vivientes. Gracias a estas producciones cinematográficas, yo sabía que la única manera de parar a estos enviados del averno, era dispararles en la cabeza, volarles los sesos, sin mayores contemplaciones.
Afirme bien los pies y saqué el Magnum de su funda, lo sujeté fuertemente con ambas manos, empujando hacia abajo para no herirme con el retroceso y disparé al primero de ellos que se dirigía hacia mí, caminando con dificultad, en actitud amenazadora y empapado en sangre que, supuse, era de la chica. Esparcí su asqueroso y nauseabundo cerebro por el suelo y los muros; entonces el segundo, que también caminaba con dificultad en mi dirección, haciendo raros espavientos, se giró en redondo y comenzó a correr con una agilidad pasmosa; pero soy un excelente tirador y le acerté de lleno, reventándole la testuz, con la del cuarenta cinco.
Después, aquello fue un sin dios. De un local, cuya puerta había permanecido cerrada y en el que sonaba una música estridente, comenzaron a surgir más seres de estos y mí no me quedó otra que disponerme para vender cara mi existencia. Continué disparando y enviando monstruos sin cabeza de retorno al infierno, hasta que agoté toda la munición. Los seis tambores que llevaba.
Imagínense ustedes el escabeche.
Y eso fue todo.
Les juro, señores del jurado, le prometo señor juez, que yo nunca había oído hablar de eso del “Jaloguín”, ni sé qué coño es, ni tenía puta idea de que aquello fuera una fiesta de disfraces.


Jose Miguel

Comentarios

  1. Genial, simplemente genial y muy idóneo en estas fechas.
    Ante la huida del segundo "zombie" me he empezado a desternillar de risa, imaginando la cara de terror del supuesto atacante. Aunque el final es previsible, la descripción de los "hechos" y la declaración ante el juez no tienen desperdicio.
    Felicidades José Miguel, por el sentido del humor en tu relato.

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  2. Siempre es un valor seguro jugar con la predicción del lector avispado, el que las ve venir y quiere advertir al desgraciado protagonista de la que se le viene encima.
    El "crescendo" tensional, por gracioso que resulte, tiene su punto inquietante y el ritmo de la lectura se acrecienta al ritmo de la curiosidad por el desenlace.
    Mi enhorabuena al autor y a ti por tu certera mirada, que descubre relatos bajo las piedras.

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