La sombra del pasado (Bild Werk Autor)


Amor omnia vincit

A veces, contra lo que reza el dicho, la primera impresión no es la que vale. Digo esto porque esta película solo la he visto completa al segundo intento. La primera vez salí despavorido a los pocos minutos, pues su arranque no presagiaba nada bueno y me produjo un rechazo instantáneo. La historia, al fin y al cabo, la escriben siempre los vencedores (con la posible excepción de la guerra civil española, que es harina de otro costal), y en lo que se refiere a la historia reciente de Alemania cada vez soporto menos el discurso maniqueo al uso.
Es una película grandes dimensiones, que aborda aspectos diversos y complejos. Parte el film con Hitler recién aterrizado ante el fervor de la multitud; muestra el terrible bombardeo de Dresde; y en cuanto al transcurrir histórico, llega hasta 1966 en la moderna Alemania Federal. Ello sin olvidar que todo está ligado a la búsqueda de la identidad, así como a la mirada inicialmente titubeante de un artista en el contexto de una Alemania estalinista que impone sus estándares pictóricos y artísticos; y para que de nada falte analiza la locura, el azar y la comprensión presentida, más que la comprensión racional.





Me ha parecido de excelencia la dirección de Florian Henckel von Donnersmarck, guiada por un guión del propio Henckel muy bien trabado e interesante. Música adecuada de Max Richter y una sobresaliente, o mejor genial fotografía de Caleb Deschanel, que aporta una gran belleza visual al film. Es meritoria igualmente la puesta en escena, vestuario y atrezo de época.
Para ser breve, he disfrutado esta historia como pocas en los últimos tiempos. Por este motivo, salvo que hayamos visto dos películas distintas, no acabo de entender a qué viene tanta crítica negativa (me refiero a las oficiales). Es cierto que tiene altibajos como no podía ser menos en casi tres horas de metraje, pero en mi opinión estos apenas se notan. Estoy de acuerdo en que algunos personajes como por ejemplo el maligno doctor nazi, encarnado magistralmente por Sebastián Koch, tal vez sean demasiado esquemáticos. También es verdad que la trama, si uno ha tenido tiempo de reflexionar un poco, resulta bastante inverosímil. Pero, al fin y al cabo, lo mismo sucede en casi cualquier obra de ficción. Lo que realmente cuenta es que mientras dura la proyección se mantenga el hechizo, aún a sabiendas de que lo es.



Además, el papel principal a cargo de Tom Schilling, un actor de una naturalidad y una inteligencia que desarman, compensan de sobra todo ello. En realidad, todos los intérpretes están espléndidos en su contención, hasta el punto de que llega a ser más importante lo que callan que lo que dicen. Uno incluso tiene a veces la sensación de escuchar el susurro de sus pensamientos. Esa es, en mi opinión, una de las grandes bazas de esta película.
El arco de historia que aborda la película muestra elementos interesantes con relación al arte. Sobre cómo las grandes dictaduras como la comunista hacen prevalecer su idea estética en forma de una belleza ruda, al servicio de sus ideales, lo cual anteriormente había hecho Hitler y que luego calcó Stalin con grandes murales de imágenes fuertes de proletarios sosteniendo la hoz y el martillo caminando en pos del socialismo, y considerando perversa cualquiera otra manifestación artística considerada decadente y burguesa. Esto fue así. Yo mismo, hace añares, en una visita a la URSS, pude comprobar la horripilante estética socialista y cómo, en el mismísimo Museo del Hermitage se arrumbaban en las últimas salas pinturas de Wasily Kandinsky, Peter Mitchev, Marc Chagall u otros reputados artistas mal considerados por el Staff.


Pero lo que para mí tiene mayor interés son las coincidencias de los protagonistas que confluyen en un punto donde se entrelazan historias tenebrosas y criminales de dos o tres décadas antes. Lo curioso es que el guión de Henckel acierta a concluir en descubrimientos que el protagonista, el joven pintor, va a ir haciendo conducido por su olfato y ciertos elementos azarosos que lo ponen en el camino de ordenar elementos de un puzzle que él recuerda vagamente de su primera infancia y su tierna relación con su tía.


El quid de la cuestión reside en una escena en la cual, el protagonista, ya muchacho, desde lo alto de un árbol acierta a tener una iluminación y, yendo a toda prisa hacia su casa, viene en decirle a su padre que lo ha comprendido ‘todo’, como que todo está relacionado; es como si el joven hubiera tenido un profundo y clarificador insigth, un momento de eureka, de haber descubierto que hay una ‘totalidad’ que permite ver clarividentemente la universalidad del mundo y de las cosas. El “insight” es un clamor interno que provoca cambios en la persona, pues no solamente afecta la conciencia del artista del film, sino la relación de todo con todo, tomando como base su mirada abierta, serena y de conjunto, que viene a concluir que los elementos aislados constituyen una ‘forma’ ordenada y clarificadora, una realidad percibida en forma reconstructiva dentro de un orden orgánico. Como expresa el joven pintor, una serie de números tomados sin orden no son nada, pero si constituyen la serie ordenada de un premio de la lotería, éstos adquieren un sentido y una dimensión insólita. Este es el hallazgo instintivo e inconsciente que el artista Kurt Barnet hace al final de la historia. Descubrir el nódulo de la verdad y de su vida, a través de indicios fortuitos que él va ordenando con su pintura apoyada en los vagos recuerdos de sus primeros años.
Florian Heckel parece estar inmerso en una especie de cruzada personal contra los totalitarismos de cualquier pelaje. Y, sin necesidad de estar totalmente de acuerdo con sus planteamientos, no se le puede negar la agudeza con que expone a la la luz del día las vergüenzas de cualquier sectarismo, ya sea la ideología nazi, la comunista, o bien se trate de los dogmas de la modernidad artística.


No obstante, hay dos aspectos que yo destacaría especialmente en esta película. Uno es justamente lo que algún crítico ha llamado su “sentimentalismo ramplón”. Un punto de vista con el que, supongo, una lumbrera como cualquiera de los de Sálvame estaría totalmente de acuerdo. Yo prefiero llamarlo “amor romántico” y me parece uno de los puntos fuertes de esta historia. En cambio, son precisamente ese tipo de personas las que me parecen ramplonas. Un segundo gran logro es en mi opinión la belleza visual de algunas secuencias y la capacidad para captar en imágenes la grandiosidad de la naturaleza, que a veces toma tintes casi épicos. Todo ello hace de "La sombra del pasado", además de un canto de amor, una radiografía del alma alemana.

El título original "Obra sin autor" le va mucho mejor.


La mayor parte de las escenas de sexo que vemos en el cine, con honrosas excepciones, resultan convencionales, como si las hubieran sacado de un catálogo; al menos esa ha sido siempre mi impresión. Por el contrario, las que hay en esta película figuran entre las más bellas que recuerdo jamás en la pantalla; me parecieron realmente conmovedoras.




Esta es una obra poliédrica, casi imposible de agotar en unas pocas líneas. Una especie de película-río que es a la vez que un corte transversal de la historia alemana, una historia de amor frente a la adversidad, un ensayo sobre la naturaleza del arte y muchas cosas más. Todo ello narrado con rigor y con el máximo respeto al espectador. A pesar de su duración, a mí no me aburrió en absoluto. Ojalá pudiera decir lo mismo del infumable cine panfletario que invade nuestras pantallas.
Carlos Bosch

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